Confusión

1

Ernestina se había sentado sobre los peldaños de la escalera que bajaba a la playa, detrás de la casa. Desde allí podía contemplar la inmensidad del mar. Le gustaba llenarse los ojos de los verdes y azules que mezclaba la hora del atardecer. La brisa jugaba con su cabello cobrizo y con su falda violeta. Le extrañó no sentir frío; ella, que lo sufría tanto...

Escuchó a alguien caminando dentro de la casa, sería Tutu, que había llegado temprano. Saldría a buscarla seguramente. Y ella lo saludaría con una sonrisa fresca. Luego. Ahora no quería dejar de mirar el mar. El atardecer estaba en su apogeo, tenía que verlo, deleitarse con la mezcla de colores derramándose en el horizonte: los naranjas fundidos con los rosas, los rojizos transformándose en brillantes lenguas violetas. Se le antojaban trazos de un pincel extraordinario, manipulado por un pintor que gustaba de crear una obra diferente cada día. Porque ningún atardecer era igual al anterior.

Cruzó los brazos sobre el pecho y se quedó absorta, con la cabeza gacha y los ojos perdidos en la inmensidad de aquel paisaje que le sobrecogía por su soberbia.

Tutu apareció en el balcón con una taza de café en la mano. La miró y sonrió levemente, ella devolvió la sonrisa. Se quedaron viendo como el sol se hundía en las fauces del mar. Era un momento que amaban, jamás se lo perdían.

Cuando la noche emergió por fin, entre la espesura del bosquecito, ella se puso de pie, y juntos, en silencio, como si fuese un ritual, entraron en la cabaña.

—Estás triste —le dijo, mientras se acurrucaba en el sillón blanco, frente al televisor. El no contestó, giró apenas la cabeza y la miró, con esos entrañables ojos pardos que ella idolatraba.

Era la hora del noticiero. Lo miraban siempre juntos. Ernestina buscó con la vista el control remoto pero no lo ubicó. De pronto la pantalla del aparato se iluminó. Tutu lo había encendido desde el desayunador. Rió. Se acomodó mejor, recostando la cabeza sobre su campera marrón que colgaba del apoyabrazos, junto a su chalina verde y se abrazó a sí misma, encogiendo las piernas.

Entonces sonó el timbre. Dos veces. Ernestina se rascó la cabeza, bufó y espió a Tutu por encima del hombro. Él también refunfuñó. No tenían ganas de visitas. De todos modos, no podían no atender, era imposible negar que estuvieran en casa, la camioneta estacionada afuera los delataba.

Tutu distinguió, a través del ventanal, las figuras de sus amigos: Marisa y Alejandro. Suspiró y sonrió resignadamente.

Ni bien abrió la puerta Marisa lo abrazó y le dio un beso en la mejilla, Alejandro también lo abrazó y palmeó cariñosamente su rostro. Traían dos cajas de pizzas y dos botellas de cerveza.

—Vinimos a cenar y no aceptamos un no por respuesta —indicó la muchacha, pasando el brazo por sobre su hombro. Alejandro apoyó las botellas en el desayunador y miró a Ernestina, que se levantó de un salto del sillón.

—¡Qué bueno que vinieron! —exclamó—. ¡Ya no sé qué hacer para alegrar un poco a este muchacho!

Los recién llegados la miraron con cierto desdén. No la querían y ella lo sabía. Pero no le importaba. Eran amigos de su marido y se toleraban. Por lo general no había salidas de a cuatro, ni invitaciones a la casa de la otra pareja. Ni llamados telefónicos, ni saludos de cumpleaños. ¡Si hasta resultaba extraño que hubieran aparecido de improviso!

Rara vez los visitaban y cuando lo hacían, ella se iba a dormir con cualquier excusa. O salía con alguna amiga, si se enteraba antes. Ahora todas estaban de viaje, así que mejor iría a acostarse. Vería el noticiero en el televisor de la habitación. Después de todo, no tenía hambre. Y si lo hubiera tenido, le habría caído mal la comida. Los rodeó con una sonrisa provocadora y le dio un beso en la mejilla a Tutu, que se estremeció ligeramente. Se fue contoneando las caderas de forma exagerada, riendo por lo bajo.

Hubo un silencio detrás de ella que la complació. Tutu estaría embobado, mirándola.

—¡Cambiá esa cara, enano! —le animó Alejandro ni bien Ernestina los dejó solos.

Tutu metió la cara entre las palmas y comenzó a llorar.

Despertó un poco atontada y sin fuerzas; no se había dado cuenta en qué momento se había quedado dormida, pero al girar sobre la cama vio a Tutu durmiendo a su lado        

Despertó un poco atontada y sin fuerzas; no se había dado cuenta en qué momento se había quedado dormida, pero al girar sobre la cama vio a Tutu durmiendo a su lado. Se acomodó junto a él y se apoyó en el antebrazo derecho para observarlo. Era hermoso, le encantaba mirarlo dormir, su piel ligeramente morena, suave como la seda la tentaba a acariciarlo mientras pequeñas, insignificantes gotas de sudor perlaban su frente y el pliegue superior de sus párpados. Las sopló con suavidad, sonriendo de felicidad, pero no se atrevió a tocarlo. No quería despertarlo. Su respiración tranquila hacía subir y bajar ese torso en el que adoraba apoyar su cabeza para mirar las estrellas, tirados los dos, sobre el césped del jardín. El brazo izquierdo estaba doblado hacia arriba, la mano caía blanda sobre la almohada; y ese hueco que formaban su brazo y su cuerpo, era su sitio preferido en el mundo; en el que se quedaría por siempre a vivir, abrazada a ese cuerpo tan amado, con una pierna cruzada sobre las suyas. Sintió un breve escozor en los ojos; la emocionaba mirarlo, tan perfecto, tan suyo... lo amaba tanto... más que a nada.

Sacó las piernas hacia su lado de la cama y tanteó el suelo con los pies desnudos buscando sus pantuflas y, al no encontrarlas, se levantó descalza.



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En el texto hay: misterio, obsesion, obsesion y celos

Editado: 15.08.2020

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