Confusión

3

Cuchillo en mano, Verónica subió por las escaleras hacia el dormitorio con mirada decidida. Ernestina se escondió detrás del postigo de la puerta ventana que daba a los jardines y buscó con la vista el aparato telefónico, estaba al otro lado, no podría alcanzarlo sin que Verónica la viera. 

Una vez dentro de la habitación la vecina abrió el primer cajón del tocador y, luego de hurgar dentro, comenzó a desgarrar, con el cuchillo, la ropa guardada mientras una sonrisa curvaba sus labios. Ernestina la observó estupefacta.  

Tan concentrada en su ropa estaba Verónica, que por un instante pensó que podría acercarse hasta el teléfono, pero un ruido llegado desde abajo le anunció que su marido acababa de entrar.

¡Tutu!   ¡Tenía que advertirle! ¡Debía gritar! ¡Aún a  riesgo que Verónica se abalanzara sobre ella y le enterrara el cuchillo en el estómago! ¡Tutu tenía que salvarse! Respiró hondo y quiso gritar, pero la voz no le salió. Estaba temblando, no podía moverse.  Verónica se asomó por la puerta y se acercó a la barandilla, sigilosa. 

—¡Hey! —le gritó  al joven levantando la mano. 

¡Qué desfachatada ésta mujer!  

Tutu miró a Verónica frunciendo el entrecejo, mientras iba hacia el refrigerador. Ernestina se mordió las uñas, intentando pensar una salida para los dos. 

Seguro piensa que esta estúpida vino a visitarme a mí. ¡No subas, por favor!

Pensó en empujarla a través de la baranda, pero Verónica ya estaba corriendo escaleras abajo con una enorme sonrisa en los labios. Había dejado el cuchillo sobre el mueble tocador. 

Ernestina se asomó como para hacerle una seña a Tutu, para que huyera,  pero lo que vio la paralizó como si el filo tan temido se le hubiera clavado en el pecho. 

Su vecina y su marido estaban abrazados y sonrientes, ella le rodeaba con los brazos el cuello y él, con los suyos, la cintura,  juntaron  sus bocas entreabiertas y se fundieron en un despiadado beso que le supo a hiel.  Se llevó la mano a la boca para ahogar el mismo grito que antes no le había salido, su alma se hizo añicos en un segundo, su corazón acababa de partirse en mil pedazos.  ¿Qué... diablos.... está pasando?  Sintió una congoja nacer desde el medio del esternón para atragantársele en la boca pero no le salió una sola lágrima. A veces, el dolor es tan intenso que nos impide llorar. Su Tutu. Su marido. Su vecina. 

Y ella ahí, de pie, aferrada a la barandilla, con ganas de vomitar,  mirando cómo se recostaban sobre el sillón blanco y seguían besándose sin sospechar siquiera que ella estaba ahí, viéndolos.  Lentamente se sentó en el piso contra la columna y se abrazó a sus piernas. 

—No puedo —dijo él de pronto, apartando a la muchacha que se le había echado encima.

Verónica bufó y  se sentó a su lado, acomodó los cortos mechones de pelo que le caían sobre la cara y le acarició el cabello.

—Entiendo —dijo la muy zorra—. ¡Traje flan de vainilla y miel! —agregó mientras se ponía de pie. Colocó sus manos en la cintura y lo increpó con cierta resignación— ¿Hasta cuándo Tutu? ¿Cuánto más vamos a esperar?

Verónica hablaba con voz melosa y suave. Ernestina sacudió la cabeza, había cosas que no estaba comprendiendo. Verónica la había visto, sabía que ella estaba en la casa ¿Lo hace a propósito para poner a Tutu en evidencia? ¿O se olvidó que la saqué corriendo? ¿Que la ví revolviendo mis cosas?  Instintivamente giró la cabeza hacia el dormitorio y se quedó viéndolo, extrañada. Todo estaba en orden. Se aseguró que no la vieran desde abajo y caminó cauta, hacia el interior del cuarto. Apoyó con cuidado las plantas de los pies descalzos y observó atónita que todo estaba en su lugar. Sobre el mueble no había ningún cuchillo; su ropa no estaba en el piso. ¿Qué pasó? Recorrió lentamente el dormitorio; en cuatro patas revisó debajo de la cama. Todo estaba impecable. 

Haciendo un gran esfuerzo por recordar caminó otra vez hasta la barandilla y miró hacia abajo        

Haciendo un gran esfuerzo por recordar caminó otra vez hasta la barandilla y miró hacia abajo. Tutu se había sentado en el sillón blanco y había hundido el rostro entre las manos.  Verónica lo rodeaba por los hombros en actitud protectora.  Habían bajado las persianas y todo estaba en penumbras. 

¿Por qué lloraba Tutu? ¿Qué había sucedido?  ¿Pensaba quedarse allí, de pie, mirándolos hacerse arrumacos en su propia casa, en su propio sillón? Verónica se levantó y tomó la campera marrón y la chalina. 

¿Qué hace?.

Le pareció que ya era hora que les dijera que estaba allí, que los había visto, que lo sabía todo. Estuvo a punto de levantarse para bajar las escaleras pero entonces Tupac se limpió la cara con la manga de su jersey,  fue hasta el desayunador, agarró una bolsa de basura negra y se acercó a Verónica. Ambos se miraron, cómplices. ¿Por qué meten mi campera y mi chalina en la bolsa? ¿Las van a tirar? ¡Yo las voy a limpiar! Tutu le plantó otro beso en la boca a Verónica Robles y ella le mostró el cuchillo. Él cerró la bolsa y la dejó a un costado, comenzaron a subir la escalera tomados de la mano, el cuchillo lo llevaba él. Entonces comprendió todo y un sudor frío le recorrió la espina. ¡Iban a matarla! ¡Sabían que estaba allí! ¡Tenía que salir ya! Pero, ¿por dónde? 

Guardó silencio, aunque le costaba que no la delatase su jadeante respiración. A la derecha, la cortina del ventanal le dio una idea, se colocó detrás y contuvo el aire mientras  pasaban junto a ella, sin notarla. Debería lanzarse después escaleras abajo y huir, pero antes quería verlos buscarla, quería convencerse que realmente estaba sucediendo y no era sólo una espantosa y amarga pesadilla.  



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En el texto hay: misterio, obsesion, obsesion y celos

Editado: 15.08.2020

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