Conociéndote Cuando Menos Lo Esperaba

C A P I T U L O 5

Una luz que venía de un pequeño agujero de la cortina iluminaba mis parpados, que hizo que me despertara. Tome mi teléfono y miraba la hora, ¡¡¡¡ERAN LAS 9:25!!!!! Empezaba apurarme, las cosas se me perdían y mi cuarto terminó más desordenado que nunca. No quería llegar tarde a mi "cita".

Salí con mi mamá para que me llevara al parque Mario Cañas Ruiz, ya eran las 9:50. Me sorprendí del clima de hoy, estaba nublado y con mucho viento. Aprovechando que no había sol, me fui a sentar a las gradas de la iglesia a leer el Diario de Ana Frank mientras esperaba a Alexander. Algo me hizo mirar el quiosco, estaba él con unos muchachos saltando con las patinetas. Alexander me vio, me sonrió y siguió patinando, hasta que por fin llego donde yo estaba.

— ¿Me esperabas? —se sienta a mi lado dejando la patineta en sus pies.

—Creí que ya tenías otros planes —volteo a mirar al frente.

—Te dije a las diez —se quita la mochila y añadió—: ¿A qué hora llegaste?

—A las 9:50.

—Fui muy puntual —muestra la hora del teléfono—. He llegado exactamente a las 10:00 —guarda el teléfono—. A la hora que llegaste estaba yo en el quiosco.

—Vieras que no me di cuenta —dije sarcásticamente—. Debes que estar cansado de tantas piruetas con la patineta.

—Ni tanto, tengo mucha energía —sonrió y pone su mano sobre la mía—. Te vez muy linda hoy.

Quité mi mano algo tímidamente, pero Alexander tomo mi mano nuevamente.

— ¿No quieres un helado? —dijo con una sonrisa y acariciando mi mano.

Sentí mariposas en el estómago. Me levanté para calmar los nervios e ir con él por los helados. Desgraciadamente la heladería Pops estaba cerrada, nos regresamos nuevamente al parque y nos sentamos en unos poyos.

— ¡Que mal! Ahora entiendo porque ayer me dijeron que no llegara a trabajar.

— ¿Cuando trabajas ahí?

—Los sábados y los lunes— aclaró.

Empezó a caer la fuerte lluvia de la nada, ninguno de los dos traía sombrilla, Alexander agarró mi mano, corrimos al quiosco y terminé un poco empapada. Odio cuando se me moja el cabello con agua de lluvia porque las que somos de cabello colocho, se nos alborota y se esponja mucho el cabello. Sorprendentemente empezó hacer frío, de la nada Alexander sacó su suéter de color verde de su mochila y me lo colocó sobre mis hombros. No sé en qué momento me abrazó y coloca su cabeza sobre la mía. Me sentía bien estar abrazada así, sonreí y correspondí el abrazo. Tenía mi cabeza en su pecho y escuchaba su corazón. Estuvimos un largo rato abrazados hasta que se detuvo la lluvia.

—Ya se detuvo —avisé.

—Sí, gracias a Dios.

Alexander caminó al centro del quiosco y se sentó para sacar unas hojas de su mochila.

— ¿Qué haces? —me siento a su lado.

—Quiero enseñarte mis dibujos que han ganado en el festival de las artes al nivel nacional. He estado mucho tiempo en San José.

—Son dibujos en blanco y negro. ¡Qué chiva! —mirando los otros dibujos— Alexander, que lindo te quedó el dibujo de la estatua de Juan Santa María.

—Fui a dibujarlo en Alajuela por más inspiración.

— ¿Por qué?

—Creo que para dibujar exactamente igual, se necesita estar cara a cara con el objeto que vas a dibujar —aconsejó—. También pinto cuadros, soy fotógrafo aficionado y dibujo gráfico. Por algo mi madre no necesita comprar cuadros de pintura —ríe.

Recuerdo haber visto muchos cuadros de pinturas en la casa de Alexander, jamás pensé que fueran hechas por él. Tiene mucho talento porque recuerdo que había un cuadro de pintura de la Iglesia de este parque.

— ¿Cómo haces para participar?

—Tengo una tía que vive en San José y ella me avisa —aclaró— ¿Por qué no entras? Yo te ayudo.

—No gracias, prefiero nada más participar en el colegio.

—Deberías intentarlo, te beneficiará en un futuro.

—Me gustaría mucho —suspiré— pero no gracias, es complicado viajar.

—Bueno, al menos quiero invitarte a que vengas al concurso para que me veas ganar. En este año, el concurso será aquí en Liberia, en el Museo de Guanacaste. —dijo muy emocionado agarrando mis manos y tratando que me emocionara para que fuera.

—Creo que estaré ahí presente para verte —sonreí.

— ¿Me acompañas a tomar fotos del parque aprovechando que salió el sol? —saca una cámara profesional.

—Está bien.

Alexander estaba tomando fotos al quiosco y a la iglesia. Me daba mucha risa porque se acostaba en el suelo y no le importaba que estuviera mojado. Mientras él tomaba fotos, me senté en una esfera de piedra. Aun hacía un frío viento y me abrace a mí misma. Volteo la mirada y con el flash de la cámara se me cegaron los ojos.

—Que bella saliste en la foto— ríe y corrió.

— ¡No, Alexander, bórrala! —exijo mientras lo atrapo y me pongo de puntillas intentando de agarrar su cámara.




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