Y así fue, a las tres de la mañana mi madre y yo subimos al taxi para que nos llevara al Pulmitan para irnos a las tres y media. Estábamos subiendo al bus, habían personas con muchas maletas, otras iban sin maletas, otras iban con niños y a la vez durmiendo. Alexander me pidió que me sentará a lado de la ventana para que cuando llegáramos, viera por primera vez la capital. Estaba haciendo frío en el bus y empecé a buscar mi suéter.
— ¿Feliz de conocer la capital por primera vez?
—Sí, obvio
—Cuando lleguemos, sentirás una temperatura algo distinta que en el pacifico norte. San José no se compara con Liberia, pero ya Liberia se está volviendo un poco urbano.
—Ya me lo estoy imaginando —me pongo el suéter.
— ¿Tienes frío?
—La verdad sí —reí—. Fría la madrugada, frío del aire acondicionado.
—Acércate —me abraza—. Puedes dormir si quieres. Tenemos que pasar por Bagaces, Cañas, El Puerto de Caldera en Esparza, el aeropuerto Juan Santamaría, pasamos por afueras de Alajuela y llegamos al centro de San José.
—Siempre he querido conocer el aeropuerto, solo lo veo por tele.
—Pues ya lo vas a conocer —da una pausa y añadió—: Duérmete, yo te aviso y voy a poner una alarma.
Me acomode en Alexander recostándome él y con mi cabeza sobre su hombro mientras él me abrazaba los hombros y con su cabeza pegada a la mía a la vez acariciaba mis manos con su otra mano.
—Ustedes parecen más que amigos.
—Por el momento.
Lo miré.
—Vos dormite —me pone la capucha del suéter—. Yo no he dicho nada —sonríe.
Reí y me volví acomodar para dormir.
Alexander me despertó a las seis y media, bajamos en la primera parada. Con muchas ganas corrí al baño, cuando salí, mi mamá me regañaba por atarantada y de no tener paz para ir al baño. Fui a comprarme algo de comer y luego volvimos al bus. Pasa una hora, Alexander y yo empezamos a comer los que habíamos comprado.
— ¿Te distes cuenta?
— ¿De qué?
—Compré una chocoleta, unas ranchitas y una Coca-Cola.
— ¿Y?
—La chocoleta en Liberia vale 600 y en la parada que hicimos, ¡me cobraron 900 colones!
— ¡Mae! —Me sorprendo— ¿Al chile? —Reí— ¡Que gente más rata!
— ¡Qué barbaridad! —Dijo mi madre—. Es por el IVA
—La Coca-Cola vale 500 y ahora 800 —siguió reclamando—: El colmo de todo, las chirulitos cuestan 100 y me cobraron 300.
—No vuelvas a comprar ahí —reí.
—Bueno, será mejor que te asomes por la ventana, bienvenida al aeropuerto Juan Santamaría.
Miré hacia la ventana y no sé porque me sentí como una niña chiquita que se emociona de ver un avión. Sentía las mismas sensaciones de niña cuando salía corriendo al patio solo para ver pasar el avión. Miré a Alexander y lo abrace súper fuerte, él me respondió el abrazo poniendo su cabeza sobre mi hombro e inhalo profundo, supongo que para oler mi perfume a olor a vainilla.
—Las chicas bonitas usan siempre perfumes a olor a vainilla
—Eres tan... —se me olvido la palabra que iba a usar, entonces tome sus mejillas para besar su mejilla.
Voltee la mirada a la ventana tímidamente y vi su reflejo en la ventana que me miraba con una sonrisa. Ya eran las 7:00 de la mañana, me asome por la ventana y vi el doble de autos que se ven en Liberia. Muchos letreros de anuncios, presas, instituciones, letreros para los conductores, etc.
—Joisbell Francela, bienvenida a la capital. Hagas lo que hagas, no grites de emoción.
—No iba a gritar.
—Eso de ahí amiga mía, son los estudios de Repetel —señala.
Alexander empezaba a mencionarme los nombres de los edificios como El Hospital México, El hospital de Niños, el Parque de diversiones, Museo de Arte Costarricense, La Biblioteca Nacional, El barrio Chino. Me quede sorprendida de ver el Estadio Nacional por Paseo Color y que a la par estaba McDonald's. Llegamos al Pulmitan, y lo primero que hice es saltar sobre Alexander abrazándolo felizmente.
—Awwww que linda eres —me baja—. Vamos, tenemos que ir al hotel en donde soy conocido.
Subimos al taxi, y se veía todo mejor, los edificios, los autos y todo. Alexander iba diciéndonos que hoy podría darme un tour y mañana era la competencia, luego a comer y que en la tarde regresar a Liberia. Ya en el hotel, entramos al cuarto, era hermoso y grande, con dos cuartos, una sala, una cocina y un baño para cada cuarto y tenía una gran ventana que se veía todo San José, los autos y las personas eran como hormigas. Alexander me decía cada parte de la ciudad y quede más perdida que el hijo de la llorona por tantos nombres que no sabía si era nombres de barrios o de parques o talvez de las calles.
— ¿Le da permiso a su hija de que vaya a darle un tour conmigo para que conozca?
—No lo sé, San José es muy peligroso.