Conquistando Al Francés

INTRODUCCIÓN.

Mi nombre es Christina Avalos, me convertí en una de las tantas emigrantes latinas en salir de mi país con el sentimiento de prosperar así fuera lejos de los seres que amaba.

Cuando llegué a Francia trabajé en todo lo que me fuera menos en mi profesión pues era maestra de preescolar. Ahora llevaba varios meses como mesera en una panadería con mejor paga que el último restaurante donde me despidieron por "mala conducta", pues un hombre me invitó a ir a su cama en frente de sus amigos, como si yo fuera una cualquiera.

Al menos en mi nuevo trabajo, donde recientemente estaba cumpliendo seis meses no había ese tipo de molestias. En una pastelería poco iban estos hombres groseros, los que sí llegaban a ordenar, eran educados, la gran mayoría.

Uno de ellos, era un francés, con todos esos rasgos Europeos por los cuales muchas se derriten y yo francamente no era la excepción a la regla.

— ¿No es así, Camile?

Mi amiga y también compañera de trabajo, era una francesa que por las noches estudiaba y por las tardes trabajaba, aunque no tenía la necesidad mi amiga venía de una familia rica, cotillaba sobre lo guapo que eran los hombres en Francia a diferencia de otros países.

— Si te soy sincera, a mí me parecen de lo más normales...

Camile había aprendido varios idiomas, entre ellos el español que era con el que hablaba conmigo, ahora presente. En este momento, ella estudiaba el japonés por las noches y también estudiaba diseño, yo colapso aún con el idioma y mi amiga los devora como galletas y lleva doble jornada estudiantil, de solo imaginarlo tengo dolor de cabeza.

— Debe ser porque estás acostumbrada a verlos desde que tienes memoria. Pero una vez vayas a otros países, verás de todos los tipos...

— ¿En tu país son lindos, Chris? — averigua mi amiga con interés.

Estuve lo que estaba haciendo con el pañuelo sobre la mesa y dije:

— Hay mucha variedad, supongo que es cuestión de gustos. Por ahí te puedes encontrar un catire, y das la vuelta y ves a un morenazo... Pasa lo mismo con las mujeres, unas parecen criollas y otras Europeas. Así es latinoamerica en general, sobre todo donde antes hubo mucha migración.

— Sueño con que algún día me lleves.

Sonreí al ver el brillo en la mirada de Camile.

— Una vez me vuelva millonaria te llevo a recorrer el mundo, que sé que te encantaría...

Mi amiga Camile dejó la escoba y suspiró añorando ese sueño de viajar por el mundo y hablar cada idioma...

—Bonjour — Camile abrió los ojos y observó al hombre joven y guapo sentarse en la mesa de siempre.

Me acerco a Camile y le digo en voz baja:

—¿Otra vez? Pensé que no volvería más... Pero una vez pensamos que no vendrá nunca más, ahí lo tenemos de vuelta.

Mi amiga que es de ojos verdes lo miró curiosa y agregó:

— Hasta ahora, lo que sabemos, es que es soltero. Ya sabes, esa vez que escuché su conversación por teléfono... ¿Crees que solo necesita compañía? — cuestiona mi amiga en susurros cómplices.

— Siempre viene solo, Camile — las dos lo miramos, mientras él tenía la vista en un periódico —. Creo que solo disfruta de su soledad. También sabemos que ha salido en revistas y...

Mis mejillas se comieran de un profundo rojo manzana al sentir el escrutinio de mi amiga francesa.

— ¡Ay, Christina! No me digas, que andas pendiente de... Ah — acusa Camile blanqueando sus ojos.

— ¡Claro que no! —defendió mi dignidad —. Yo solo... Bueno, tú sabes que me gusta comprar revistas, no me juzgues.

Mi compañera se cruza de brazos y yo levanto una ceja. Eso significaba que no me estaba creyendo absolutamente nada.

Lo supe y no me quedó de otra que rendirme levantando las manos en señal de rendición.

— Tienes razón... Pero míralo ahí tan solito y...

— ¿Solito? — cuestiona la francesa con burla.

Sacudí la cabeza negando toda idea loca de esas que me metían en problemas, como esa noche cuando casi me arrestan en la torre Eiffel.

— Camile...

— Dime...

— ¿Qué pasaría si...?

—¿...Si? —pregunto, esta, confusa mirandome, como se acentuaba, cuando me llegaba una pésima idea.

— Creo que primero debes ir a llevarle el Croissant y la tasa de café, que siempre ordena. Tal vez y te de su número al fin, eh.

Camile rodó los ojos.

— No me interesan los hombres, por ahora — dije mi extraña amiga.

Reía animando a mi compañera por ir a llevarle el pedido favorito de este bombón... digo hombre.

Un rato después la francesa llegaba de nuevo a mi lado detrás del mostrador.

Venía con una sonrisita pícara que me llenaba de intriga.

— ¿A qué no adivinas que me dijo? — comenta ella misteriosa.

La miro con sorpresa — ¿Te dio su número? — inquiero curiosa.

— ¡No cariño! — me desanimo al no atinar —. Me dijo que le encanta este lugar porque sus empleadas son muy hermosas... Ah, ¿te imaginas mi rostro de: Oh, pero que halago tan inesperado por parte de usted, mi buen hombre?

Reía con las ocurrencias de mi compañera.

Entre todas las odiosas chicas con las que una vez trabajé, al fin me encontraba con una que era tan linda y amable.

Muchas de las que conocí, me hicieron pasar muchos malos ratos, por solo ser de otra nacionalidad.

También porque yo no parecía el estereotipo "Latinoamericano", que contaba con ser de piel oscura y ojos negros.

Tampoco es que parecía una Europea con ojos azules, y piel de porcelana, estilo la reina Bianca de Italia, no. Yo sí que era blanca, pero con ese bronceado caribeño que nos distinguía de las clases, con ojos de un café muy claro, y cabello castaño, de baja estatura en comparación a las personas altísimas que se encontraba por doquier.

Una de las cosas que más llamaba la atención de en mi, era mi cuerpo, una obra de arte para tan poco tamaño, era una enana que te miraba y lograba, que pareciera que fueras, pequeño, ante mi mirar.

El hombre que estaba sentado a unos metros de mi, dijo en su idioma: "¿Alguien puede venir, por favor?




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