Conquistando Al Francés

FRACTURA.

Antes de comenzar me gustaría agradecer a todos los que dieron oportunidad a mi libro, en especial a ti Astrid. De verdad no esperaba después de tanto tiempo que mis historias aún tunieran audiencia, el romance no es mi fuerte amo la fantasía es lo que amo escribir. Aunque nadie me comenta se que me leen y eso me da a entender que estoy llegando a más personitas.

Sus padres la recibieron con los brazos abiertos, estar rodeada de su familia le hizo sentir segura, confiada y que podría con todo. Aún le contaba a sus padres la noticia, Christina de tanto en tanto estudiaba la situación viendo si contar o no que pronto serían abuelos.

— Todavía me cuesta creer que mi niña esté aquí a mi lado —dijo el hombre con orgullo y añoranza, posando su brazo por encima del hombro de Christina, estaban sentados en la sala de estar, Carlos tenía a sus dos hijos a cada lado.

— Opino igual que papá —comentó su hermano Edward—. Aunque no me trajiste nada, solo a este gato con aires de aristócrata...

— No seas ingrato, Edward — reprendió Elizabeth, al menor de sus hijos mientras dejaba una bandeja de tequeños y en medio una salsa de exquisito aroma a ajo y especias —, lo importante, es que estamos juntos de nuevo,m Christina.

Aseguró Elizabeth, tomando asiento frente a su esposo e hijos.

— Fue un viaje improvisado —confesó la castaña tomando uno de los tequeños de la mesa de centro, en cuanto su paladar degustó el sazón de su madre, un suspiro de gusto salió como muestra de lo magnífica que era la comida de su madre, Gerard podría cocinar exquisito y con elegancia, tener estudios, pero nada como la comida casera de mamá.

— Christina, hija, aún no, nos cuentas cuánto te quedarás aquí...

— Mujer, no empieces —replicó Carlos ceñudo, la idea de que su hija se volviera a ir no le hizo gracia —, no lleva ni un día aquí y ya quieres que nuestra hija se vaya...

— No exageres, hijo, Eliza tiene razón, nuestra Christina no es una niña, nada más mírala, no es la que se fue de aquí hace unos años. Ahora nada más mira en la mujer de mundo que se ha convertido.

La disputa de su familia la tenía un poco mareada, lo mejor era hablar con la verdad.

— Saben... ya que están interesados en saber si me quedo, o me volveré a ir a Francia, alégrate, papá porque me quedaré aquí y no solo eso tengo algo más que contarles...

Calló al ser interrumpida al oír que tocaban la puerta de la entrada principal y, la abuela María se puso de pie y dijo:

— Seguro son los chismosos vecinos, como posiblemente te vieron, ahora, vienen a querer saber de Chris... — las rejas volvieron a sonar, pero está vez la mujer salió y al abrir la puerta, sus ojos se abrieron de par, en par —. Ay, pero que hombre tan bello, ¿se le ofrece algo? ¿Anda perdido? — preguntaba doña María reconociendo al galante rubio tras las rejas, estaría mayor y un poco olvidadiza pero ese par de ojos azules no podía simplemente pasarlos por alto. Y sus comentarios fuera de lugar que hacían parte de su hablar.

— Buenas tardes — si bien su español no era el mejor, al menos era entendible —, está es la casa de la familia Ávalos...

María en cuestión de segundos, muy quitada, abrió las puertas al europeo, miraba a los lados, viendo que sus vecinos estaban sin pudor alguno, asomados, pendientes del recién llegado muchacho.

— Señora...

— Ven conmigo.

Sin dilación ni pena alguna tomó la mano del rubio desprevenido adentrándose al interior de su casa.

El extranjero hablaba y María solo le ignoraba al llegar de nuevo con su familia.

— ¿Qué haces aquí? —prorrumpió Christina poniéndose de pie abriendo sus pardos ojos a su máxima expresión.

— No podía esperarte — dijo Gerard volviendo a hablar en su idioma natal —. ¿Esperabas que me quedara sentado esperando cómo la mujer que me hizo cruzar de un continente a otro, estaba en su casa posiblemente con intenciones de quedarse? Claro, que no me iba a quedar quieto.

La castaña miraba a sus padres, hermano y abuela, está última traía una extraña sonrisa en sus labios que no sabía cómo interpretar. Solo sabía que esa cabeza no tenía nada bueno en su mente.

— Te dije que me contactaría contigo en cuanto estuviera lista, Gerard, ¿te costaba mucho esperar? — espetó ella molesta con el rubio recién llegado —, te dije que te llamaría en cuanto estuviera lista.

— ¿Y eso cuándo será Christina? — preguntó Gerard con ironía — ¿Cuando tú embarazo se note?, ¿o cuando des a luz...?

— ¡Embarazada! — exclamó el padre de la castaña —. ¡¿Cómo es la cosa?!

Ella palideció, fulminando a Gerard con la mirada, ¿por qué tuvo que decir aquello en español? — Gerard... ¿viniste, o te mandaron?

— Christina, te hice una pregunta, niña...

— Carlos — llamó Eliza a su esposo —, mira lo mejor es que demos espacio y privacidad a nuestra hija y su pareja.

— Pero, Eliza...

— Vamos, Carlos — dijo la mujer tomando a su esposo del brazo —, ustedes también vienen conmigo...

Elizabeth se llevó a todos de arrastras, antes que la mirada asesina de su esposo traspasara la cabeza de Gerard.

Christina miraba a sus familiares, hasta que una vez sola, la castaña se cruzó de brazos mirando al francés con cara de pocos amigos.

— Muy bien, Gerard, ya estás aquí y estamos solos, hablemos pues — dijo la latina con cierto tono de molestia en sus palabras.

— Debes volver conmigo, Christina...

— No lo haré — replicó la nombrada con altivez —, si por eso estás aquí haz perdido tu tiempo Gerard.

— No puedes hacer esto, Christina — aseveró Gerard acercándose a la castaña.

La sentía diferente, más fría, más sería y menos aniñada. Esa definitivamente no era la Christina que conocía.

— No te escucho, Gerard — dijo Christina mirando sus uñas, cómo si estás fueran lo más interesante en todo el mundo.

— No tendrás a ese hijo sola Christina, era lo primero que quería decirte tú y él, o ella tendran todo...




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