Adrien (Adam)
El auto se detuvo; habían llegado a casa, su nueva vieja casa.
—Chao, hermanito, dejé tu teléfono en la mesa junto a la puerta, creo... Me guardas cena, yo volveré en la noche, no me extrañes demasiado.
—Chao... Hermanita.
Ella solo sonrió y tomó rumbo a su trabajo. Su turno empezaba a la una de la tarde y eran la una menos cuarto. «Por ello miraba tan ansiosa la hora; espero que logré llegar a tiempo».
—Hey, al fin algo en que nos parecemos. También dejó su móvil en casa para salir a la fiesta —se dijo a sí mismo aprovechando su soledad.
Llegó a su puerta, hurgó en su bolsillo hasta dar con un llavero con cinco llaves. «¿Por qué tantas llaves? ¿Acaso es un carcelero?» Trató de abrir la puerta, con una, luego con la siguiente y la siguiente y la siguiente. Miró la última llave, refunfuñando por la casualidad sin gracia que le había ocurrido.
—Aun sin estar, sigue molestándome este subnormal —pensó en voz alta sobre su odio a primera vista.
Giró la última llave y la puerta abrió.
Cerró la puerta, exhaló, miró al lado derecho; había una mesa junto a la puerta, como le hizo saber Lara, pero no veía el teléfono.
—Mejor así, no quisiera encontrarme con sus nudes o algo, que asco.
Decidió recorrer la casa; era amplia, muy bonita; no tenía un segundo piso como la de Lucy, pero Adrien y Lara solo eran dos así que le hacía sentido. La cocina era grandiosa; por lo que le dijo Lara de que le guardara cena, asumió que el adefesio cocinaba; sin embargo, se veía realmente impecable. «¿Podría ser que es aseado? yo que pensaba que su color de piel era por no bañarse»
Igual no tendría sentido, solo le caía mal.
Tenía un bonito baño; era grande, con zona para dejar la ropa y demás, y detrás de la puerta corrediza que separaba, lavamanos de mármol con diseño moderno y un retrete oscuro. La primera vez que Adam veía uno, le daba la impresión de ser costoso. Había batas de baño con inscripciones «como en los hoteles» pensó. Vio justo al final de la habitación una bañera con una regadera moderna. Él no tenía una en su anterior vida. Se quedó un momento fantaseando que se bañaba allí como un chico adinerado, remojándose en la bañera y al salir se ponía su bata de baño y reía como ricachón.
Todo era fantástico, hasta que cayó en cuenta que para bañarse debía desvestirse.
—Listo, no me baño, mejor arruinarme el olfato por oler mal que la vista y la inocencia —declaró decidido y salió del baño.
Además, Adam pensaba en tirarse de algún lugar alto; seguramente no lo haría, pero no por ello dejaba de pensarlo.
—¿Ahora qué haré realmente?... Aún no lo entiendo del todo, pero ahora parezco ser el adefesio, ¿debería contárselo a alguien?... No, nadie me creerá, tampoco serviría de nada, o tal vez sí, pero... Me da miedo. Nunca me ha gustado llamar la atención, soy un cobarde, así que... Que pase lo que tenga que pasar.
Trató de entrar en una habitación, pero no pudo, estaba cerrada y no había ventana que se abriera como decía el dicho. Se le ocurrió usar las cuatro llaves restantes; intentó con una, luego con la siguiente; por suerte para su paciencia, la tercera fue la vencida. La puerta abrió; era una habitación ordenada en exceso; incluso las mancuernas junto a la cama estaban ordenadas de menor a mayor.
—Hay que admitir que es ordenado —admitió resignado—. Por desgracia, para este cuarto llegué yo, no durará mucho así.
Un poco con enojo desordenó el cuarto a propósito, tirando las figuras de colección que estaban en repisas, sacando la ropa que yacía doblada en gavetas, pateando un balón de fútbol que solo estaba en el suelo. Salió por la puerta y terminó por ahí. No le prestó atención; siguió en su labor de desorden, hasta que por descuido pateó una de las mancuernas.
—¡Ahhh! ¡Estúpido renacuajo subdesarrollado! —protesto Adam saltando en un pie mientras se agarraba el otro adolorido.
Un par de saltos después y algunos insultos ingeniosos que brotaron de Adam, se recompuso, jaló la sabana de su cama como movimiento final y se escuchó caer algo.
«Oh no, ¿habré tirado el vibrador del zángano ordenado?»
Se asomó curioso para ver de qué se trataba. Vio por el lado opuesto de la cama, en el piso, un móvil boca abajo.
—Ups.
Adam lo levantó con los ojos entre cerrados y sin darle vuelta; al tenerlo a su altura, le dio vuelta y lo vio intacto. «¡Bien!» Encendió la pantalla por curiosidad; entonces notó la pantalla rota «¡Mal!»
—Hasta en otra vida me persiguen las desgracias —dijo, chasqueó la lengua, luego recordó que era el móvil de Adrien, sonrió—. Ah, cierto.
Decidió detallar el móvil en su mano. El fondo de pantalla de bloqueo era una imagen de un perro de color marrón claro, pequeño y arrugado, un Pug; seguramente se trataba de Perro.
No se sabía el patrón de desbloqueo y no podía adivinarlo. No había ni rastro de marcas de los dedos en la pantalla; Adrien las habría limpiado. Adam estaba por lanzar el móvil al piso, pero recordó que se podía desbloquear con huella, lo intentó y...
Funcionó.
—¡Bien! En tu cara, adefesio.
Celebró brincando, pero su celebración no duró mucho; escuchó el gruñido de un animal detrás de él. Se volteó con miedo, solo para encontrarse con un perro, Perro. Estaba mirándolo en posición de alerta, gruñendo.
—¿Qué pasa? ¿No se supone nos llevamos bien? —cuestionó a Perro.
El perro luego de escucharlo, lo olió, retrocedió, lo miró, volvió a olerlo; parecía no estar convencido de a quien tenía en frente. Adam se atrevió a llevar su mano sobre la cabeza del canino para acariciarlo y luego de un poco de caricias, Perro lamió su mano, como si lo aceptara.
Dio media vuelta y se fue por la puerta.
«Eso fue raro, pero bueno, a seguir revisando»
Se sentó en la cama; la pantalla se había apagado, por lo que tuvo que volver a desbloquear. Esta vez no saltó emocionado por lo que pudo observar el fondo de pantalla; era una foto de Lucy. Le arrugó el corazón.
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Editado: 20.11.2024