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2. Día en la playa

Annalía:

Me odia…

No tengo pruebas, pero tampoco dudas. Aunque él diga que no, algo en el fondo de mi alma me dice que sí y eso me jode porque él, a pesar de todo, es una de las personas que mejores me caen en todo el mundo. La peor parte es que no sé de dónde salió su animadversión hacia mí. En algún momento de mi niñez dije o hice algo que lo molestó lo suficiente como para querer permanecer lejos de mí y ni ahora, luego de estar lejos por dos largos años, parece haberme perdonado.

Ya lo intuía. Digo, no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de eso si en todo este tiempo logré hablar solo dos veces con él: los dos fines de año que estuve fuera. Y no, no fue por su libre y espontánea voluntad; prácticamente lo obligaron a saludarme y él mucha atención no me prestó. “Hola, ¿cómo estás? Me alegro de que estés bien. Nos vemos”; fueron alguna de las palabras que se dignó a dirigirme.

Para estas alturas, su indiferencia no debería molestarme, pero desgraciadamente, sí lo hace. Zack siempre fue como un hermano. A pesar de los años que nos separaban, nos llevábamos realmente bien; yo me prestaba para cada una de sus trastadas y él me apoyaba en mis planes descabellados y, créanme, de niña tuve muchos. Hacíamos un buen dúo, tanto, que mis padres temían dejarnos solos por mucho tiempo. Siempre terminábamos liándola de alguna forma; en ocasiones sin querer, la mayoría de las veces, queriendo.

Aprovechando que estoy en el baño, hago pis y luego de lavarme las manos, bajo con el resto de la familia. Zack se está despidiendo de los gemelos y, por cierto, sé que no viene al caso, pero debo decir que me encanta ya no ser la más pequeña de la familia. Ahora están Thalía y Thiago, que son los hijos de Sabrina; Owen, Oliver y Olivia, que son los retoños de Aaron; Brianna y Steffan, los hijos de Lu; y Willow, la de Dylan. Daniela está embarazada de nuevo, así que la familia seguirá creciendo.

—Zack, cariño —dice Ariadna, acercándose a su hijo—. Mañana iremos a la playa a pasarnos el día, ¿quieres venir?

Su mirada se encuentra con la mía por una fracción de segundo antes de volver a concentrarla en su madre.

—No puedo, mamá. Tengo cosas que hacer en el hospital y…

—Excusas. —Lo interrumpe Ariadna y yo me remuevo en mi lugar.

No va por mí. Lo sé, ¿si no por qué me iba a mirar de esa forma?

—Eres un pasante, cariño, aún no eres indispensable en el hospital. Y mañana en tu horario no hay guardia. Es sábado, por tanto, no tienes excusa para negarte.

—Mamá.

—Te espero mañana a las nueve de la mañana en la casa, sin discusiones. Hace mucho tiempo que no estaba la familia completa; hay que celebrar el regreso de Lía.

—Pensé que lo habíamos celebrado hoy.

—Lo celebraremos por una semana si hace falta y no se hable más del tema. Como se te ocurra ausentarte, me voy a enojar, eso va a hacer que se me suba la presión y tú no quieres tenerme como paciente, ¿verdad?

Le hace ojitos a su hijo y este, luego de respirar profundo, niega con la cabeza.

—Vale, ahí estaré.

—Eres el mejor hijo del mundo, ¿te lo he dicho?

Zack sonríe sin remedio y yo también. Ari está un poquito loca, es media bipolar.

—Sí. También lo son Emma y Luciana cuando te conviene.

Zack termina de despedirse de todos y a mí ni me mira. Intento que no me afecte más de la cuenta y me convenzo de que ya me dijo adiós hace unos minutos, pero no es tan sencillo. ¿Por qué demonios tengo que extrañar cómo eran las cosas antes de que “eso que no sé lo que es”, sucediese?

Resignada, me incorporo al resto de la velada y cerca de las once de la noche, mis padres deciden regresar a casa.

—¿Cómo lo pasaste? —pregunta mi padre una vez detiene el coche en el garaje.

Descendemos y, luego de cerrar, cruza un brazo por encima de mis hombros mientras nos adentramos a la casa. Mi madre nos sigue de cerca.

—Genial, extrañaba mucho las locuras de todos.

—Nosotros sí que te extrañábamos a ti. —Deposita un beso en mi coronilla—. Jamás te nos vuelvas a ir lejos, ¿vale? Mucho menos por tanto tiempo.

Asiento con la cabeza; definitivamente no pienso irme lejos nunca más, al menos no por tanto tiempo. Creo que ya cubrí mi cuota de viajes por el resto de mi vida.

—Pensé que Kay se quedaría en casa —comento.

Mi hermana tiene ya veintisiete años y es una modelo muy reconocida. Está felizmente comprometida con su novio y desde hace par de años, conviven juntos en un lindo apartamento en el centro de la ciudad.

—Mañana tiene una sesión de fotos muy importante —comenta mi madre entrando a la cocina.

—¿Entonces no va mañana a la playa?

—Intentará unirse en algún momento de la tarde.

—Ok.

Voy a mi habitación y, aunque todo el mundo piensa que necesita un cambio radical, pues tengo diecisiete años y la etapa del rosa, los osos de peluche y los unicornios ya quedó atrás, he decidido, por el momento, dejarla como está. Me hace sentir en casa, como si los últimos dos años no hubiesen pasado. No me malentiendan, he disfrutado cada segundo que estuve fuera y lo aproveché al máximo; pero extrañé como loca a mi familia, aun cuando hablábamos todos los días, a cualquier hora.




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