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3. Prácticas

Zack:

Maldito día…

Maldita playa…

Maldito bikini…

Maldita Annalía Andersson Scott…

Pero, sobre todo, maldito yo por andarme fijando en lo que no debo: en la forma en que ese jodido trozo de tela se adhiere a su piel, esa que luce suave y dura en los lugares correctos; en la protuberancia de sus senos; en el movimiento de su trasero al caminar y en esa maldita boca que cada vez que se abre es para llevarme la contraria.

—¿Sucede algo? —pregunta Aaron a mi lado y yo me obligo a apartar la mirada de su hermana y alejar mi mente de la perfección de su cuerpo, algo que, por lo que veo, no soy el único que ha notado.

No hay un idiota que la haya visto y que no se le haya quedado mirando como si se la quisiera comer.

¡Es una niña, por Dios!

«Y, aun así, tú la miras igual». Me recuerda mi subconsciente y yo resoplo, ganándome la mirada divertida de mi cuñado.

—No, no sucede nada. —Me obligo a responder.

—No parece. Tienes una cara de fastidio no muy común en ti, que siempre estás relajado y risueño.

«Ya, es que tu hermana no lleva ni dos días aquí y ya me está volviendo loco» Por supuesto, eso no se lo digo.

—Solo estoy estresado con el trabajo. —Improviso y él asiente con la cabeza.

—Por cierto, deberías ir con tu chica. No es bueno dejarla sola por demasiado tiempo, cualquier otro podría llamar su atención.

—No es mi chica —rebato.

—¿Y entonces por qué la trajiste?

Porque pensé que me ayudaría a ignorar a cierta rubia de ojos hermosos.

Busqué a la tía más buena de todas con las que he estado, con la esperanza de que sus curvas mantuvieran mis ojos anclados en su cuerpo, pero fue un plan infructuoso. Mi atención sigue en otro lugar, uno totalmente prohibido.

—Fue un lapsus mental transitorio.

—Oye, sabes que lo que sea que te sucede puedes hablarlo conmigo, ¿verdad?

—No sucede nada, Aaron.

Mi mirada regresa a la chica en la tumbona que se ríe con su amiga, luego de que un tío pasa frente a ellas y se tropieza con sus propios pies por quedarse mirándola como un tonto.

—Por cierto, en vez de preocuparte por mí, deberías hacerlo por tu hermana.

—¿Por Lía?

Asiento con la cabeza.

—Tal vez no sea de mi incumbencia, pero me parece que no debería andar con ese bikini. Solo tiene diecisiete años y los tipos que hay alrededor no dejan de comérsela con los ojos.

Suspira profundo.

—Intento no pensar en eso. —Mira a Lía—. Según tu hermana, no hay nada de malo. No se ve nada que no deba verse y está rodeada de hombres que matarían a cualquiera que intentase pasarse de listo. No me gusta, pero tampoco tengo derecho a andarme metiendo en esas cosas. Solo puedo asegurarme de que esté a salvo.

—¿Desde cuándo le haces caso a mi hermana?

—Desde que me di cuenta de que la amo con locura y que me encanta dormir a su lado y no en el sofá.

Ruedo los ojos, aunque, en el fondo, me gusta lo que tienen.

—Aunque, pensándolo bien, ¿por qué no le llevas tú esta toalla y la cubres? Emma me dio la charla a mí, no a ti.

Señala la toalla bien doblada sobre la mesa y sonríe con maldad.

—Ni que fuera a hacerme caso.

—Dile que la mando yo.

Frunzo los labios. Algo me dice que le dará igual. Aun así, con intentarlo no pierdo nada, así que cojo la toalla y me encamino hacia ella.

Al llegar, me obligo a no recorrer su cuerpo con m mirada y, ofuscado por la forma en que mis ojos se niegan a obedecerme, le lanzo la toalla a la cara, sobresaltándola. Se la quita con rapidez y juro que puedo ver sus nudillos ponerse blancos ante la presión que ejerce en su agarre al darse cuenta de que soy yo.

Sostenemos una ridícula discusión en la que ella insiste en que la trate con normalidad o que, como mínimo, le diga qué ha hecho para ganarse mi odio. ¿Pero cómo demonios voy a tratarla con normalidad, si no consigo dejar de fijarme en sus malditas curvas? La normalidad entre nosotros es tratarnos como familia, casi hermanos, pero, maldita sea, un hermano no se sentiría tentado de besarla mientras recorre cada milímetro de su cuerpo con sus manos.

—Eres insufrible —murmuro antes de largarme en busca de Cristal.

Necesito distraerme como sea hasta que se acabe este infierno de día.

Las horas avanzan y debo decir que, a pesar de todo, me divierto. Intento en todo momento permanecer ocupado con el resto de los hombres de la familia; sin embargo, en ocasiones, como cuando las chicas juegan al voley playa, me es totalmente imposible apartar la mirada de ella, de la forma en que se mueve y de lo jodidamente preciosa que es su sonrisa.

Maldigo entre dientes a toda su ascendencia, por haber creado una criatura tan hermosa.




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