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13. Carnaval

Annalía:

—Cuando te bese, Annalía. El día que eso pase, te va a encantar.

Como si sus palabras no fuesen lo suficientemente desconcertantes, deposita un beso en mi frente y se marcha como alma que lleva el diablo, dejándome con el corazón en la garganta amenazando con salirse en cualquier momento y la mente en shock total.

Joder.

¿Me quiere besar?

Desde el lunes ha estado enviándome indirectas camufladas con bromas, pero aquí se saltó la sutileza y fue directo, decidido a dejarme sin palabras, algo que no suele ser muy común.

Miro la puerta de su habitación por la que ha desaparecido hace unos segundos y llevo mi mano a mi pecho como si de esa forma pudiese calmar ese órgano que corre despavorido en mi interior.

Joooodeeeer.

ZACK ME QUIERE BESAR… ¡A MÍ!

Necesito hablar con Tahira.

Voy a mi habitación y sin perder tiempo, me lanzo a la cama. Cojo el celular que reposa en la mesita de noche y le marco a mi amiga.

Un tono, dos tonos, tres tonos.

—Vamos, Tai, responde —susurro.

Cuando creo que la llamada se va a caer, contesta.

—Oye, Lía, te quiero mucho, cariño, pero este es un muy, muy mal momento. Estoy con Marcos y…

—Zack me quiere besar. —La interrumpo sin ser capaz de interiorizar sus palabras y que, por lo jadeante que suena, debo haberle frustrado el momento.

—¡¿Qué?! —grita y debo alejar el móvil de mi oído por la impresión.

Al otro lado de la línea se escucha un forcejeo, la voz de un chico quejándose y su clara pregunta: “¿Qué coño pasa?” En cualquier otro momento me reiría, pero sigo en shock.

—Lo siento, Marcos, tendremos que terminar luego. Es una emergencia.

—No digas tonterías. —Se escucha un poco más lejos.

—No lo son.

Más forcejeo. Alguien jadea y no creo que de placer.

—¿Has visto dónde terminaron mis bragas?

Golpeo mi frente con mi mano libre. Mal momento, Annalía.

—Tai, te llamo luego…

—¡Ni se te ocurra colgar, Annalía Andersson Scott!

—Vale —susurro.

—Nos vemos luego —dice ella al otro lado de la línea y escucho claramente el beso asquerosamente largo que se dan. Segundos después, una puerta se cierra más fuerte de lo normal—. Ya estoy contigo. Repite lo que has dicho.

—Zack me quiere besar.

—Zack, nuestro Zack. El doctorcito papito sexy de Zack. Ese Zack, ¿no? ¿Zack Bolt?

—¿Conoces algún otro Zack? Porque yo no.

—Hostia puta, Annalía. ¿Zack te quiere besar? ¿Cómo demonios ha pasado eso?

—Eso no es lo importante ahora…

—¿Cómo qué no? ¡No hay nada en este mundo más importante que eso!

—Creo que me he enamorado de él.

Silencio… Total y absoluto silencio.

—¿Tahira? —Separo el móvil para verificar si la llamada sigue en curso y sí lo está—. ¿Tahira?

—Ok, definitivamente eso es más importante. —Hace una pausa de unos segundos—. A ver, Lía, empecemos por el principio. ¿Qué demonios ha sucedido en ese hospital, que pasaste de decirme tonta por creer que Zack es el tío más sexy del universo a estar enamorada de él?

Respiro profundo.

La historia es larga y no sabría decir exactamente cuándo inició; aunque supongo que podría comenzar por todos esos pequeños detalles que han ido sucediendo y a los que no les quise dar demasiada importancia hasta ahora que me permito verlos como parte de un todo. Me refiero fundamentalmente a la atención de Zack.

Pasó de ignorarme a tratarme como si nunca nada hubiese pasado; su mirada dejó de ser recelosa y se convirtió en una cálida e intensa a veces; su boca, que antes estaba constantemente fruncida, ahora luce una sonrisa perenne cuando estoy cerca. Zack parece cómodo a mi alrededor y eso me encanta. Sin embargo, si somos objetivos; todos esos detalles podrían ser el resultado de mi terquedad al querer formar parte de su vida a toda costa forzando las dichosas prácticas o de sus amigos que se divierten con nuestras interacciones y adoran echarle leña al fuego. Así que podríamos decir que las cosas comenzaron a cambiar realmente el lunes pasado; ese bendito día en el que tuve la grandiosa idea de patinar a su lado.

Armándome de paciencia y deteniéndome a explicar cada detalle para que mi amiga comprenda, como si lo hubiese presenciado ella misma, cómo sucedieron las cosas, le cuento sobre lo bien que me la pasé con la dichosa coreografía; que mi corazón no cabía en mi pecho cuando, al terminar, me pidió perdón por haberme ignorado los últimos años; cómo me susurró tan cerca que me había extrañado mientras nuestras respiraciones se entremezclaban, y, mucho más importante, cómo declaró, con absoluta convicción, que yo era preciosa.

Le cuento de nuestras conversaciones telefónicas; de la noche de películas en su casa; del juego de “Yo nunca, nunca”; de cómo terminé revelándole que me había hecho el tatuaje porque lo extrañaba y que creía que tenía los ojos más lindos del mundo. Está de más decir que mi amiga flipa con cada historia.




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