Contigo, en todos los idiomas

16. Italiano de cara bonita

Lucas:

Tengo una familia genial.

Un padre y una madre que, si bien trabajan mucho, son atentos y amorosos; una hermana de catorce años un tanto insoportable el noventa por ciento del tiempo, pero a la que adoro con la vida; un hermano que ya tiene sus merecidas tres décadas, aunque a él lo veo poco porque vive en Italia con su esposa y tres hijos y unos abuelos por parte madre fabulosos; los paternos fallecieron antes de yo nacer y por lo que me han contando de ellos, eran igual de geniales.

Sin embargo, la familia Bolt-Andersson-Torres es la hostia de increíble. No he tenido el placer de interactuar con ellos tantas veces como me gustaría a pesar de los años que llevo de amistad con Zack, pues ese idiota evadió muchas fiestas familiares en su afán de alejar a Annalía y no fue hasta que ella se marchó al curso de idiomas, que comenzó a invitarme a las veladas. Aun así, me atrevería a decir que son de las mejores personas que he conocido, las más locas también, pero mejores a fin de cuentas.

No existe un día aburrido cuando convives entre ellos y si hay algo que admiro es, ¿cómo llamarlo? ¿Complicidad? Sí, creo que esa podría ser la palabra; es asombrosa la complicidad que hay entre todos y por eso sé que una amistad como la de Zack tengo que conservarla. Él es de los que ya no hay. Esta familia solo necesita una mirada para decirse un montón de cosas y eso me encanta, salvo cuando no me entero de nada, como ahora.

No tengo ni puta idea de qué demonios ha pasado.

Es decir, todo estaba tranquilo, lo pasábamos bien y de repente Zack termina con un golpe en la cabeza y todos, luego de intercambiar unas miradas, entraron a la casa, o mansión como mejor quieran llamarle. Mi amigo informó que iba a su sentencia de muerte y se marchó.

—¿La fiesta seguirá o aquí acaba el cumpleaños? —pregunto unos minutos después de habernos quedado solos en el patio; pero hay que entenderme, el ambiente se puso jodidamente raro de repente.

Sebas, que está a mi lado, se encoge de hombros y Sofía observa confundida la puerta por la que desaparecieron.

—¿Saben qué ha sucedido? —pregunta Annalía, al llegar a nosotros con la que creo que es su sobrina más pequeña en brazos.

—Es tu familia, guapa —dice Sebas guiñándole un ojo—. Si tú no sabes, menos nosotros.

La nena llora en sus brazos llamando a su mamá y ella se aleja de nosotros intentando calmarla. La puerta de la cocina se abre y una pelirroja despampanante, enfundada en un pantalón negro que le queda como una segunda piel resaltando sus más que generosas curvas, una blusa blanca y unos botines negros, también, de tacón cuadrado, sale al patio con una sonrisa preciosa.

—¡Tai! —grita Annalía y en unos segundos están abrazándose como si hubiesen pasado años desde la última vez que se vieron, mientras intentan no apachurrar demasiado a la pequeña entre ellas.

Repaso su cuerpo con mi mirada nuevamente y, ¡madre mía!, la ragazza está como quiere. ¿Cómo demonios Zack no me había dicho que conocía a una chica así de sexy?

Hablando del rey de Roma, acaba de atravesar la misma puerta que la pelirroja y, por lo despeinado que está, sé que lo que sea que pasó ahí dentro, no fue nada bueno. Suele revolverse el cabello cuando está frustrado.

Annalía deja a la recién llegada y se acerca a Zack quien, con gesto mortalmente serio, le responde lo que sea que ella le haya preguntado y se dirige a nosotros.

—¿Dónde demonios perdió la sonrisita tonta y el flirteo? —pregunta Sebas notando exactamente lo mismo que yo.

Zack lleva el día entero sonriéndole, hablándole con picardía haciéndola sonrojar y todo eso ha desaparecido, dejando en su lugar mucha, pero mucha tensión.

Nuestro amigo llega a nosotros y con una ceja arqueada, lo observo coger mi cerveza y empinársela hasta acabar. Luego se deja caer en la silla junto a nosotros.

—Te salvas que la cara de culo que traes me tiene preocupado, si no, te partiría los brazos por coger lo que no es tuyo. —Intento bromear, pero él ni siquiera me mira.

—¿Qué ha sucedido? —pregunta Sofía.

Zack permanece en un silencio alarmante, con la vista concentrada en la mesa junto a nosotros. Intercambio una mirada preocupada con Sebas y su esposa y, aunque tengo ganas de sacudirlo para que hable de una jodida vez, pues si hay algo de lo que no gozo es de mucha paciencia, mucho menos si es para esperar por un chisme que promete ser jugoso, no hago nada. Le dejo todo el espacio que necesita; lo conozco suficiente como para saber que está pensando en sus opciones, analizándolas una a una para luego tomar su decisión.

—¿Zack? —pregunta Sofía nuevamente, sujetando su mano con un gesto un tanto maternal.

Nosotros le decimos que ella es la mamá pollito del grupo.

Mi amigo levanta la mirada un tanto desorientado.

—¿Estás bien?

Él simplemente se encoge de hombros, respira profundo y vuelve a revolver su cabello.

—¿Recuerdan la maldición Scott? —pregunta.

Sí, creo que en algún momento nos ha hablado de eso. Tiene algo que ver con los padres de Annalía y la forma en que se conocieron.




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