Contigo, en todos los idiomas

22. Hasta siempre

Capítulo dedicado a las Ambarmaniáticas del grupo de WhatsApp... Gracias por regalarme tantas sonrisas...


Annalía:

Supe el verdadero significado detrás de la “Maldición Scott” a los diez años.

Es decir, siempre supe de su existencia, pues soy miembro de la familia, pero era demasiado joven y no me interesaba mucho saber a qué se referían mi madre y mi hermano con la frase: “Estás en el momento y lugar equivocado”. Yo estaba más preocupada por pasar el rato con mi mejor amigo y divertirme como si no hubiese mañana.

Tal vez por eso me sorprendí tanto cuando Aaron me contó que todos esos pequeños accidentes que hasta ese momento yo había catalogado como mera mala suerte, significaban que Zack y yo estábamos destinados.

Les juro que en ese momento creí que estaba loco y no les miento cuando les digo que me daba repulsión imaginarme de otra forma con él que no sea como amigos y cómplices de travesuras. Ahora, miren la de vueltas que da la vida cuando, casi ocho años después, acostada en mi cama en la oscuridad de mi habitación, ansío que las horas pasen con velocidad para poder besarlo otra vez.

Novios.

Somos novios.

Pataleo como una niña pequeña sobre el colchón y cubro mi rostro con mis manos al recordar la forma tan bonita en que me lo pidió…

“Quiero estar contigo en todos los idiomas posibles”.

Suspiro con dramatismo.

Me derretí, completamente, y, aunque quise que nos quedásemos en ese cuartucho los dos solos, alejados de la realidad en el refugio de nuestros brazos, no pudimos. Ambos éramos conscientes de que aún no era momento de que nuestra familia lo supiera.

Primero debemos reconocernos nosotros mismos como pareja y disfrutar de lo que sentimos sin tener que rendirle cuentas a nadie, para luego compartirlo con los demás. Así que cuando regresamos con el resto, nos unimos a ellos mientras en secreto ansiábamos volver a estar juntos.

Miro la hora en mi teléfono por millonésima vez desde las dos de la mañana que regresamos a la casa y me fastidia ver que solo son las cinco con treinta y siete minutos de la madrugada.

El sonido de una gota de agua al caer se extiende en el silencio de mi habitación e inmediatamente tomo mi teléfono. Sonrío como una tonta al ver su nombre en la notificación y me avergüenza decir que tengo que repetir el bloqueo de pantalla tres veces antes de conseguir abrirlo.

Zacky: Dime que no soy el único tonto que no deja de mirar la hora para ver cuanto falta hasta que amanezca, por favor.

Sonrío ampliamente y con todo mi cuerpo temblando de emoción, le contesto.

Yo: *insertar suspiro dramático*. Para nada, yo incluso he estado tentada a buscar en internet hechizos para que amanezca rápido.

En la parte superior de la pantalla aparecen los tres punticos que indica que está escribiendo y yo espero, impaciente, lo que sea que esté a punto de decir. Sin embargo, desaparecen y antes de que pueda preguntarme por qué, entra una llamada suya.

El teléfono casi se me cae de las manos de la impresión y, asustada por el sonido del tono, lo toqueteo por todos lados hasta que mis dedos temblorosos dan con el botón del volumen y se silencia.

Me quedo quieta por un segundo sin apartar mi mirada de la puerta esperando que en cualquier momento mis padres entren, pero al ver que no sucede nada, aclaro mi garganta, respiro profundo para calmar mi feroz corazón y contesto.

—Hola.

—Hola —responde con voz grave, erizando mi piel.

Mi pobre corazón se salta dos latidos antes de correr con fuerza nuevamente como si quisiese irse con él.

—¿Recuerdas cuando te metías en problemas y te castigaban en tu habitación?

Río por lo bajo.

—¿Me metía en problemas? —pregunto con chulería para después aclarar su error—: Nos metíamos, Zacky. Nos metíamos en problemas.

La risa baja que se escucha por el auricular repercute en todo mi cuerpo, llenándolo de calidez.

—Tienes razón. ¿Lo recuerdas?

—Claro que sí. Sin salir de mi habitación, sin teléfono, ni Tablet, ni televisión, ni juguetes. Una auténtica tortura. Por suerte mi padre siempre ha sido de corazón débil y el castigo nunca duró mucho.

—Tampoco tanta tortura, ¿eh? Al final siempre me colaba en tu cuarto para hacerte compañía.

Ahora que lo menciona, tal vez sí estamos destinados de verdad. Fueron muchos los líos en los que me metí solo para poder estar juntos en mi cuarto; pero que conste, en ese entonces todo era muy inocente.

Pasamos muchas horas tirados en el suelo de esta misma habitación o acostados en mi cama mirando el techo o escuchando música desde su celular cada uno con un audífono. También traía películas infantiles que en ocasiones veía conmigo o simplemente se sentaba a mi lado a estudiar mientras yo me las devoraba.

—¿Te cuento un secreto? —vuelve a preguntar, sacándome de mis pensamientos.

—Obvio que yes, cariño.

Me acomodo en la cama apoyando mi espalda en el bulto de cojines.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.