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24. Familia de corazón

Annalía:

Extraño a Zack y no ha pasado ni un día desde la última vez que lo vi.

Es ridículo, ¿verdad?

Es decir, estuve dos años fuera y sí, claro que lo extrañé, de hecho, desde mucho antes; aun así, pude hacer mi vida lejos de él, sin sentir la imperiosa necesidad de querer verlo todo el tiempo. Entonces, ¿por qué demonios ahora siento como si faltara una parte importante de mí?

Desde su mensaje hace unas horas diciéndome que estaba ocupado y que me llamaba luego, creo que el tiempo ha caminado a paso de tortuga. He deseado tantas veces hablar con él, solo por el placer de escuchar su voz o sentir su risa suave, que tuve que darle mi móvil a Erick para que lo escondiera, por temor a sucumbir a mis ansias y terminar convirtiéndome en una novia tóxica.

Mi pequeño alemán, muy obediente, lo desapareció y debo destacar que no ha perdido la oportunidad de burlarse de mí y de mi grandiosísimo dilema.

Aburrida como una ostra, que, aquí entre nos, no tengo ni idea si se pueden aburrir, ayudo a la oncóloga en la larga charla que tiene con la familia china y debo decir que el corazón se me arruga al comprender que el tratamiento no está siendo favorable para su pequeña. Lo que peor me sienta es haber tenido que dar yo la noticia porque sí, la doctora es quien habla, pero es a mí a la que entienden.

Definitivamente yo para doctora no sirvo. Soy de corazón blando.

Alrededor de la una de la tarde, Erick me devuelve el celular mientras suena. Sonrío al ver el nombre de mi hermano en la pantalla y no dudo en contestar.

—Hola, mocosa.

Ruedo los ojos ante ese ridículo mote, pero, aun así, sonrío.

—Hola.

—¿Estás muy ocupada?

—No, ahora no. —Me siento en la cama de mi pequeño alemán mientras él me presta toda su atención.

Su español ha mejorado muchísimo. Es capaz de entender y sostener algunas conversaciones sin dificultad ninguna. Es un genio, la verdad.

—Estoy con Erick, ¿por qué?

—Dale saludos al pequeñajo.

Miro al pequeño que sonríe por haber escuchado y entendido las palabras de mi hermano.

—Te llamaba para que vengas a la casa de Zion y Ari. Nos hemos reunido todos y prácticamente solo faltas tú.

Frunzo el ceño. ¿Solo yo?

—¿Zack también está? —pregunto antes de poder detenerme, ganándome una risa de su parte.

Erick cierra el libro que tenía junto a él, e inclino ligeramente mi cabeza al ver su rictus repentinamente triste.

—Sí. Llegó con papá hace casi una hora.

Le presto toda mi atención.

¿Con papá? ¿Qué hacía con mi padre?

—¿Y está todo en orden? —pregunto, dubitativa, pues, ¿por qué estaría Zack con mi padre si no es para decirle de lo nuestro?

—De puta madre. ¿Quieres que vaya a recogerte?

—No, no te preocupes, cogeré un taxi.

—Ten cuidado, renacuaja. Te quiero.

¿Renacuaja? Ese es nuevo.

Mi hermano cuelga el teléfono antes de que pueda contestarle y yo me centro en Erick.

—¿Qué sucede? —le pregunto en español, algo que hago bastante a menudo para que practique.

—Te vas.

Respiro profundo para alejar la tristeza que se asienta en mi pecho ante sus palabras y su mirada decaída.

—Volveré mañana.

—Mañana es sábado.

Cierto.

—Íbamos a estudiar —murmura sin poder mirarme, mientras intenta, distraídamente, arrancarse un pellejito de su dedo gordo con una de sus uñas

—Lo sé, lo siento mucho; yo…

—¿No puedo ir contigo? —pregunta con un poco de dificultad, pues se le enreda la lengua en la última palabra.

Levanta su cabeza y me mira suplicante. Juro que ver cómo sus lindos ojos azules se nublan por las lágrimas, me parte el alma. No quiere quedarse solo y yo no quiero dejarlo; mucho menos cuando sé que el lunes es su último día en el hospital. Volverá al orfanato y por más que yo quiera verlo, las cosas no serán igual.

—Lo siento, cariño, pero te prometo que el domingo vendré y me pasaré todo el día. Es más, pasaré la noche contigo.

No sé cómo lo haré, pero mis padres tienen que permitirlo.

Sonrío mientras acaricio su mejilla con toda la dulzura de la que soy capaz para infundirle un poco de ánimo, pero la tristeza no se aparta de su mirada.

—¿Y Zack?

En serio, aun no entiendo en qué momento se volvieron tan buenos amigos.

—Podemos preguntarle.

Sin darme tiempo a reaccionar, Erick se arrodilla en el colchón y se lanza hacia mí, envolviendo sus menudos bracitos tras mi cuello. Rodeo su cuerpecito con los míos y nos fundimos en un abrazo que hace que mis lágrimas broten sin remedio.

—Ich möchte hier nicht weg. Du wirst mir sehr fehlen. (No quiero irme de aquí. Te voy a extrañar mucho).




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