Contigo, hasta la luna

ALEXANDER

Al regresar a la casa la tensión era tan palpable que podría cortarla con el cuchillo que estaba en el comedor. Mi madre me esperaba en el sillón con lágrimas en sus ojos. Mi sonrisa desapareció en segundos y su expresión se volvió seria. Empezó a secar sus mejillas y me señaló un lugar vació junto a ella.

 

–Tenemos que hablar de tu comportamiento de hoy.– dijo tajante y asentí. Me senté en la esquina opuesta a ella y la miré–. Entiendo que sigas mal por lo el accidente, pero hay cosas que debes entender Alexander.

 

–¿Entender? Si no fuera por mí seguiríamos en Los Ángeles con papá. Pero no solo eso, sino que mi hermana crecería conociéndolo, no dejándolo de lado para evitar conflictos con tu nuevo esposo.

 

–Alexander, déjame hablar, por una vez cállate y déjame hablar.– giré los ojos y me callé–. No me casé con Nial solo porque sí. Él me hace feliz y lo ha hecho por mucho tiempo. Era mejor amigo de tu padre cuando íbamos en la universidad y fue mejor amigo mío también.– levanté la mirada, pero me calló con la suya–. Espera. Aún no puedes opinar. La razón de que tu hermana no hable al respecto eres tú, no Nial. Porque sé que si lo menciona volverás a sentirte culpable, y no es así. Nadie te culpa por lo que pasó ese día.

 

–Yo me culpo.– dije intentando esconder la culpa, pero mi voz se quebró–. Si no hubiéramos peleado esa mañana. Si él no hubiera sido tan amable. Mierda, si el no fuera tan bueno. Si no hubiera mi cumpleaños al día siguiente.– las lágrimas amenazaban con salir de mis ojos y yo las aguanté. Pero mi madre no, por sus mejillas bajaban gotas y gotas sin fin. Se acercó a mí y me abrazó–. Aún recuerdo su aroma esa mañana. Pude salvarlo. Debí salvarlo.

 

–No hubiera cambiado nada. Él habría bajado igual. La pelea no tuvo nada que ver, él solo buscaba un regalo perfecto para ti y ese collar lo era. Los representaba. A ti, a él y a la pasión que ambos compartían.– dejé de luchar contra las lágrimas y abracé a mi madre con fuerza.

 

–Debí pedirle perdón. Se fue y nunca pude pedirle perdón.– ella me soltó. Hice media sonrisa y secó mis mejillas.

 

–No era necesario Alex. Él sabe que lo sientes. Pero debes dejar de culparte. Debes dejar de ver a Nial como una amenaza. Si es por la mudanza, fui yo quien pidió venir, él se ofreció a vivir en Los Ángeles. Pero en el fondo sabes que estando allá esto sería más doloroso. Además, tienes un humor muy diferente estando aquí.

 

–Quieres decir, estando con Emily.– declaré y sonreí. Asintió–. Ella aún no sabe...

 

–No tiene porque, date tu tiempo para hablarle.

 

–Gracias...– dije y me levanté. Empecé a subir por los escalones hacia mi habitación.

 

–Por cierto, Alex, me gustaría volver a escucharte tocar. Quizá incluso volver a escribir algo.– contestó y yo asentí.

 

–Pronto madre, pronto.

 

Subí y cerré la puerta. Me sentía diferente. Inspirado. Decidí que era tiempo de decirle a Emily, pero era algo tarde.

 

«Quizá si el próximo sábado la invito a cenar sea mejor.» Pensé.

 

Me fui a dormir esperando que la siguiente semana fuera buena.

 

«Vaya viernes ¿eh?»




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