El nombre que me dieron mis padres es Anne Hoffmann, eso fue exactamente hace 26 años. He pasado más de la mitad de mi vida encerrada en un laboratorio y ni se crean que aquí pintamos obras de arte, probablemente las únicas sean las que hacen los científicos con nuestra sangre. Este es un lugar en el que hacen lo que quieren, ¿no hay jefe? Claro que lo hay, pero el mismo es quien está interesado en vernos sufrir.
Los enviados aquí se convierten en simples conejillos de indias. Las supuestas "desgracias" de los padres.
Mi madre fue la primera en enterarse de mis poderes, ¿se asustó? Si, bastante, pero también me calmó a mí, después de todo yo tampoco sabía lo que me sucedía, ¿el problema? Desde ese día dejó de ser la misma.
Lo peor es que mis poderes no paraban de crecer, mi madre intentó por todos los medios que mi padre no se enterara, pero fue inútil. Mi padre era un hombre religioso, y que alguien tuviera poderes en esa época era algo peligroso, prácticamente del diablo, según el.
Ellos estaban asustados, no porque yo pudiera hacerme daño, sino porque podía hacerles daño a ellos.
No sólo dejaron de verme como a una hija sino también como un ser humano, yo era algo inmundo para ellos, dejaron de mirarme, de tocarme, incluso de hablarme, yo ya no era nadie para ellos.
Aunque todo estaba así, yo debía continuar con vida, permanecía en casa la mayor parte del tiempo, no me gustaba salir de mi habitación e incluso notaba como nos padres podían el cerrojo de esta, creyendo que yo no me daría cuenta. Seguían enviándome a la escuela, como cualquier niña de 12 años. Los fines de semana me enviaban a casa de mi abuela, hasta que sufrí un desborde de mis poderes y mi abuela falleció, desde ese entonces ya no era solo miedo, sino asco y hostilidad hacia mi.
Dos semanas después de la muerte de mi abuela noté que mis padres estaban felices, se veían bastante animados, así que ese día me arme de valor y me acerqué a ellos para decirles que a pesar de todo los amaba con todo mi corazón, pero ese amor se acabó justo cuando unos científicos irrumpieron en nuestra casa, un hombre de gran estatura y bien vestido se adentró pasándoles un maletín a mis padres, estos lo abrieron y su sonrisa desbordaba extrema felicidad, ¿por qué no me sonreían a mí también?
El señor me miró y le hizo unas señas a los científicos, los cuales me sujetaron, empecé a patalear y a gritar, miré a mis padres y susurré que los amaba, pero lo único que recibí a cambio fue una mirada de asco y juro que eso me dolió más que el tranquilizante que me inyectaron.
Mi cuerpo perdió fuerzas y mi vista se tornó negra, no supe más de mi hasta que abrí los ojos y me encontré en algo parecido a un hospital, mi ropa había desaparecido y lo único que me cubría era una bata blanca con un peculiar número 11 escrito en rojo. En ese momento no sabía lo especial que era al tenerlo.
¿Quién llegaría a pensar que un simple número haría de mi vida un paraíso y un infierno?
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Editado: 24.08.2021