Mis papis me llevarán al zoológico por mi cumpleaños número ocho. ¡Estoy emocionada! Me despertaron temprano con muchas risas, felicitaciones, serpentinas y regalos.
El que más me gustó fue un reloj de cuco antiguo que perteneció a mi abuela, tiene forma de casa, pequeñas flores de madera adornan las esquinas y un pequeño búho dentro. Increíblemente funciona, seguro que mi papi lo mandó a arreglar para dármelo.
Mi mami me puso un hermoso vestido azul turquesa y dejo mi cabello suelto. Ella es la mejor del mundo y me cuenta las historias más asombrosas del universo.
—¡Lista! —Exclamó dándome una vuelta sobre mi eje.
—Gracias, mami.
—No agradezcas, hoy es un día especial. Vamos a colgar tu reloj en algún lugar donde luzca lindo.
Lo colocamos encima del cabezal de la cama y mi mami salió a ultimar detalles mientras yo reviso el resto de los regalos.
Mi hermano Fred me dio una cesta llena de confituras, envuelta en papel transparente con un lazo verde en el cierre. Cualquier niño gritaría de emoción y degustaría estos dulces que probablemente son deliciosos, sin embargo, mis ojos dejaron brotar algunas lágrimas con pesar. Él ni siquiera se tomó el trabajo de seleccionar los dulces, hubiese notado que la mayoría tienen almendras y yo soy alérgica. Tampoco irá con nosotros porque tiene un estúpido partido de fútbol. Me enoja que siempre me ponga de lado, es como si fuese invisible para él. ¿Quisiera saber por qué me odia tanto? Finge ser cariñoso frente a nuestros padres, pero luego hace cosas que me duelen.
Puse la cesta a un lado y me encerré en el baño. Lavé mi rostro con mucha agua, aunque no pude ocultar que había llorado, me tocará mentir. Si les cuento a mis padres lo que me puso así castigarán a mi hermano y probablemente su odio aumente. No puedo decir nada. Me sequé y salí, mi madre estaba a punto de entrar a mi habitación cuando me vio.
Su bella sonrisa se esfumó de repente, corrió hacia mí y me abrazó.
—Cariño, ¿qué pasó? ¿Qué pasó?
—No es nada mami, me calló polvo e intenté enjuagármelo —excusé.
—¿Segura? —su tono no sonó convencido.
—Sí, mami, solo fue polvo.
—Es por tu hermano, ¿verdad? ¿Qué te regalo esta vez?
¿Me pregunto si será adivina o lee mis pensamientos?
—Mami, por favor...
—No —me interrumpió con tono serio—, llamaré a Fred ahora mismo. Hoy es tu día especial, mi reina. No tiene derecho a hacerte llorar. ¡Fred! ¡Fred! —salió enojada rumbo a su habitación.
Tendré problemas, ya puedo sentirlo.
—¿Es tan difícil complacer a Andrea mínimo en su cumpleaños? —espetó molesta abriendo la puerta de golpe.
—¿Es tan difícil respetar mi privacidad? —Él está jugando en la computadora.
—No... —detuvo la frase y me miró—. Princesa ve con papá que te espera en el auto, yo bajo en cinco minutos.
Quería quedarme, pero la obedecí. Mi cuerpo no quiere responderle a mi mente sino a la razón. Lo más sensato es respetar las órdenes de mamá. Apuesto cualquier cosa a que Fred se vengará esta noche.
Justamente pasaron cinco minutos y bajó, no sé de qué hablaron, pero no sería para nada agradable. Salimos en el auto, mi papi pone una hermosa canción romántica. Miro el reloj digital en mi muñeca, son las 8:35 am. Voy disfrutando del paisaje, los enormes edificios, el resto de los autos que pasan a nuestro alrededor, los parques con sus árboles. Iremos por primera vez al “Antiguo”, el zoológico nacional. Dicen los ancianos que comenzaron a llamarlo así cuando comenzaron a crear otro y otro, en la ciudad donde vivo hay dos más y en el país más de cincuenta.
Un horrible estruendo me saca de mis pensamientos, el auto comienza a dar vueltas. Grito desesperada y busco con los brazos a mi mami que va en el asiento delantero, ella me sostiene la mano con fuerza cuando la encuentro. El auto se detiene, al parecer hemos tenido un accidente. Me duele la cabeza y tengo sangre en las manos. Me aterrorizo más cuando veo que no es mía.
—¡Mami! ¡Papi! —susurro— ¡Mamiiiii! —grito y lloro, intento moverme, pero estoy atascada.
Una de las puertas se abre, un señor enmascarado se asoma y con un paño blanco me cubre la nariz y la boca, poco a poco dejo de ver con claridad.
¿Qué ocurre? ¡Mami! ¡Papi! ¡Despierten, por favor!
(...)
Despierto en el asiento trasero de un auto, mis brazos y piernas están atados con una gruesa soga, me duele. Intento gritar por ayuda, mi voz no sale, comienzo a moverme en este diminuto espacio, pero el cansancio me vence.
Logro sentarme, noto que el auto tiene cristales oscuros y todas las puertas seguro, solo el parabrisas es transparente, debo lograr que alguien me vea y me rescate.
¿Cómo estarán mis padres? No pueden morir, no me pueden dejar. Lloro, en silencio las lágrimas escurren por mi rostro. ¿Qué me habrá hecho ese señor malo?
Cuando siento que todo está perdido una chica cruza frente al auto, ella solo debe mirar y me verá, pero sugye de largo sin siquiera voltear.
«Por favor, estoy aquí». Suplico en mi mente. Las lágrimas continúan saliendo, esta vez con más fuerza.
Mami, papi e incluso Fred, por favor, ayúdenme, sáquenme de aquí, por favor.
La imagen del reloj de cuco aparece en mi mente, son las 9:45 am. ¡Qué raro! El minutero regresa cinco minutos, 9:40 am. La imagen desaparece.