Contrato con el paralítico

Sirena

Capítulo 

 

 

 

Con el pasar de los días me iba sumergiendo más en una ira constante, la cual ocultaba detrás la enorme tristeza que sentía por encontrarme en tal miseria, al menos aprendí a ir solo al baño, ya que detestaba recibir ayuda en algo tan privado como eso. Constantemente, pasaban enfermeros por casa, debido a mi “mal carácter" ninguno toleraba estar conmigo más de tres días, al cuarto no regresaban y de nuevo tenía que contratar otro. Joel, el único que se quedó conmigo para apoyarme, me visitaba prácticamente, todos los días y de esa manera, según él, no me sentiría tan solo.

 

Él y yo nos conocimos cuando estábamos en la universidad, estudiamos juntos y fuimos compañeros de piso, así fue como nos volvimos buenos amigos. Obviamente, no lo vi en el hospital porque apenas estaba regresando de un viaje, estaba terminando su doctorado en derecho fuera del país y también lo comprendí, además si yo hubiera muerto no era tan necesario que dejara todo para venir a ver un cadáver. 

 

—Antoni, sabes las chicas de Nueva York son bellísimas —reconoció él mientras abría el refrigerador y sacaba una botella de agua. 

 

—No lo sé, creo que prefiero a las de aquí —contesté restando importancia a la conversación.

 

—Vaya, al parecer Rachel te segó amigo —quiso bromear y fue todo lo contrario porque dio en un punto sensible. Levanté mi dedo y enderecé la silla de ruedas para confrontarlo. 

 

—¡No hables de ella, no quiero escuchar su nombre! —exclamé y sus ojos se abrieron ampliamente, asistiendo lento.

 

—Lo siento amigo, no fue mi intención —se disculpó y torcí los ojos dándole la espalda para avanzar hasta la sala.

 

Todos siempre decían lo siento, comenzaba a odiar esa palabra, además de que me miraban con lástima. Yo lo podía distinguir en sus ojos. Esos enfermeros, la gente en la calle, hasta Joel me veía de esa manera como compadeciéndose de mí, y me generaba frustración saber que el mundo me viera de esa manera. 

 

—Oye, esta noche iré a un bar que está al centro de la ciudad, dicen que una chica hermosa canta ahí, tiene a todos embelesados y la llaman sirena —retomó otra conversación para olvidar lo sucedido con Rachel. 

 

—Joel, no quiero ver a una mujer, crees que podría interesarme en conocer mujeres teniendo esta condición —espeté de mala gana para que me dejara en paz.

 

—A lo mejor y tiene poderes curativos y te levantas de esa silla para que dejes de lamentarte tanto amigo —soltó y se fue dejándome una vez más, en la enorme soledad que me acompañaba todos los días. 

 

Pasé la tarde haciendo, prácticamente, nada. Me aburría seguido porque no podía salir de casa, estaba solo entonces la idea de Joel no parecía ser tan mala después de todo. Ya que nada cambiaría respecto a mi situación, seguiría en esa silla de ruedas y solo hasta pudrirme. Necesitaba quizás un respiro de vivir en mi propia resignación. 

 

Le marqué a mi amigo por teléfono y esperé a que contestara, unos segundos después respondió sonando alegre como siempre. 

 

《 Tú tienes razones para ser feliz 》

 

Pensé. 

 

—¡Antoni, amigo! ¿Te animaste a ir? —quiso saber y a pesar de que mi orgullo me impedía reconocerlo, no me quedo de otra.

 

 

—Sí —dije casi en un murmullo.

 

—¿Eh? No te oí —instó y puse mala cara soltando un largo resoplido. 

 

—Sí, quiero ir —repetí. 

 

—Vaya, hoy tengo problemas auditivos porque no te escucho nada, Antoni. 

 

—¡Qué si voy idiota! —bramé enojado y escuché unas cuantas carcajadas. 

 

—Ja, ja,ja, ja ya te había escuchado la primera vez, solo juego contigo. Pasaré por ti a las 7 —prometió y le colgué sin esperar que dijera algo más. 

 

***

 

Teniendo tiempo de sobra estuve listo antes de las 6, rodé por la casa y alrededor de la piscina, todavía no había contratado al siguiente enfermero que, probablemente, se marcharía en cuatro días. Al contemplar el agua, moverse un poco con el viento, recordé aquellos momentos cuando podía ir al mar a surfear, una solitaria lágrima surcó por mi mejilla haciéndome reflexionar si de verdad valía la pena seguir viviendo. No sería difícil lanzarme a la piscina y morir ahí…

 

Me acerqué un poco más hasta la orilla mirando mi triste reflejo en el agua, otro paso adelante y justo llegó Joel.

 

—Oye, qué haces ahí loquito —me llamó y retrocedí enseguida, no quería que me hiciera preguntas sobre esa idea.

 

—Nada, creí ver algo —mentí y encogió los hombros. 

 

—Ok, vamos. La sirena se presenta a las 7:30 —recordó para llevarnos al sitio. 

Lo observé conducir y se notaba tan feliz, no podía negar que sentía envidia de mi amigo, ese podría ser yo, solamente que estaba atado a esa mísera silla de ruedas. Sabes, estuve hablando con algunos amigos y uno de ellos su padre es un médico bastante bueno, quizás él pueda ayudarte Antoni —mencionó y ni siquiera lo dejé terminar su idea, yo no iba a permitir que me dieran falsas esperanzas. 

 

—No.

 

—Pero…

 

—Dije que no, no quiero saber nada de eso —pugné. Él hizo silencio y siguió el camino de ese modo.

 

En realidad temía que alguien viniera con sus ilusiones ficticias para engañarme y sacarme dinero, ya había visto eso antes, mis padres gastaron una fortuna en el abuelo con una grave enfermedad. Ellos escucharon el consejo de otras personas dándoles esperanzas y de igual manera el abuelo murió, solo les quedó el dolor de haber fallado y por supuesto que no era tan idiota en repetir esa historia. 

 

—Llegamos —anunció y miré por el cristal de la ventanilla, a decir verdad ese lugar no parecía ser de clase alta, de hecho estaba en una parte de la ciudad donde los criminales solían esconderse después de hacer sus fechorías.




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