Capítulo
Otro día igual que los demás, salir de casa a las 6 en autobús para poder ir a mi trabajo, realmente a veces imaginaba como podría ser la vida si yo tuviera dinero… Ja, ja, ja, cosas que personas como yo pensaban soñando salir en algún momento de la sumergida pobreza donde nos encontrábamos.
De una pequeña familia humilde de Italia, nací yo. Ariel Rossi, la menor de tres hermanos y cuatro, incluyéndome, todos varones y un completo caos en mi vida, Fabricio el mayor de 32 años, Nico el de en medio con 30, Roberto 28 años y finalmente, quedaba yo con 26 años. Todos trabajábamos para poder mantenernos o sobrevivir como decía Nico, cada uno se dedicaba a una labor distinta, obviamente, honrada donde no estuvieran involucrados asuntos delictivos, nuestra madre nos enseñó siempre que ante todo debíamos ser personas de bien, y aunque nunca tuvo para darnos esa vida que ella anhelaba porque papá nos abandonó cuando solamente éramos unos niños, se esforzó cuanto pudo en sacar a flote una familia sin recibir ayuda jamás.
Desde pequeña había mostrado una pasión por la música, la cual heredé de mi abuela, ella fue una gran cantante de ópera reconocida en el país, pero lastimosamente, su esposo se encargó de manipularla dejándola en banca rota con una niña, que era mi madre. Con la mala fortuna que las perseguía, y el hecho de tener que dormir en refugios, mi abuela se enfermó de fiebre amarilla y murió dejando desamparada a mi madre, quien creció trabajando en casas de familia hasta que conoció a papá, él parecía ser un buen hombre que le dio una vida buena, comprando su primera casa y un coche nuevo mamá se sintió tan maravillada, enamorándose por completo del cautivador sujeto.
Sin embargo, los problemas empezaron cuando mamá quedó embarazada, él iba a y venía de vez en cuando, únicamente para hacerle otro bebé y marcharse hasta que al llegar el cuarto, (yo) no regresó nunca más, Sofiana (mamá) lo buscó por todos lados sin dar con su paradero, así que con una inmensa tristeza y el corazón roto tuvo que aceptar la realidad de su vida, enfrentó todo eso y por fortuna crecimos para poder trabajar y ayudarla.
Mis hermanos mayores demostraron dotes en la carpintería, pero Roberto y yo desarrollamos un talento nato por la música, él tocaba el piano y yo la guitarra, además de cantar, todo eso sin siquiera recibir una clase. Debido a eso, Fabricio y Nico pusieron esfuerzo para realizar una guitarra para mí y a Roberto le dieron un piano restaurado que se encontraron tirado en la basura de algún lugar.
Ambos nos propusimos en ir a lugares donde pudiéramos trabajar con nuestro talento, pero solo Roberto tuvo suerte de ser aceptado en un restaurante fino de la ciudad, él tocaba y la voz principal ya se encontraba. Mi hermano hizo todo lo posible por ayudarme a conseguir un espacio, empero le negaron la posibilidad y tuve que irme a otro lado. A pesar de que no tenía tanta suerte yo pensaba positivo hasta que una noche casi resignada, pasé cerca de un bar pequeño donde entré sin preguntar, ahí fue donde lo conocí.
Rico, el sujeto más palabrero de toda Italia, estaba discutiendo con alguien porque necesitaba atracción en su bar y no perdí el chance, de acercarme para sugerirle trabajar ahí, me echó un ojo de pies a cabeza y sonrió pensando que se trataba de una broma hasta que empecé a cantar, se quedó con la boca abierta y de inmediato me dio el trabajo.
Desde ese día fui cada noche al bar llamado
Colosseo, y aunque el área se conocía, por ser peligrosa, necesitaba el dinero y no podía darme el lujo de perder la oportunidad. Con emoción fui a casa llevando mi primera paga y todos quedaron impresionados, aunque tuve que mentir por vergüenza, ya que ellos esperaban que estuviera trabajando en un sitio de “clase” como decía Fabricio, no obstante, omití un poco la verdad haciéndoles creer que estaba al norte de la ciudad en el reconocido restaurante llamado: Porto di Megaly, un lugar conocido por encontrarse en un puerto donde los más excéntricos millonarios de la ciudad estacionaban sus yates de lujo.
Esa noche en el trabajo pensé que sería como cualquier otra, pero al terminar el “show" como rico le llamaba, salí por la puerta trasera para regresar a casa, y me encontré de frente con un sujeto esperándome con una navaja directo al cuello, pensé que quería dinero, sin embargo, no era así.
—Por favor, no me haga daño, tengo toda mi paga en la bolsa —murmuré en un hilo de voz temblorosa.
—Cariño, solo quédate quieta, quiero ver que tal sabes —ronroneo el asqueroso y sabía que de esa no me salvaría.
—Se lo suplico, no me haga daño —repetí y presionó la navaja en mi garganta con la mano derecha para llevar la otra a mi cintura, deslizó los dedos a punto de subir mi falda y como si de un milagro se tratara, la voz de un ángel resonó en el callejón.
—Déjala en paz —instó y el hombre se volteó para contestar en un tono brusco.
—Lárgate, inválido, estúpido —soltó el imbécil y recordé lo que Roberto me enseñó si un hombre se sobrepasaba conmigo.
“Justo en la ingle Ariel, justo ahí es donde duele y no podrá levantarse "
No lo pensé dos veces, así que actúe con destreza y estampé mi pie contra sus pelotas, cayó de rodillas chillando y no conforme con eso, mi ángel de la guarda avanzó en su silla de ruedas para darle un puñetazo en el rostro, el chorro de sangre salió disparado y mi agresor quedó inconsciente. Estaba en shock, ni siquiera podía descifrar lo que ocurrió, únicamente corrí hasta el sujeto de la silla y lo abracé agradeciendo por aparecer en el momento justo.
—¡Gracias, gracias, se lo agradezco tanto! —exclamé y sentí su cuerpo tenso, al parecer le incomodó que yo estuviera tan cerca.