La invitación llega dos días después de la cena en su departamento. Una tarjeta elegante, con letras doradas, anunciando la ceremonia civil de Dante Baizen y Jasmine Everwood. Fecha, lugar, hora. Todo real. Todo perfectamente orquestado.
Me quedo mirándola por minutos, como si con solo observarla pudiera encontrar una escapatoria.
—¿Una boda íntima? —pregunto en voz alta cuando entro en su oficina.
Dante levanta la vista del monitor. Viste de gris oscuro, con la camisa blanca arremangada y el reloj de lujo brillando en su muñeca.
—Solo familia directa, algunos socios estratégicos y un par de periodistas que no pueden faltar.
—¿Periodistas?
—Tiene que parecer auténtico, Jasmine. No podemos permitir dudas.
—¿Y qué pasa cuando alguien pregunte cómo fue la pedida de mano? ¿O si tuvimos despedidas de soltero?
Dante se pone de pie, rodea el escritorio y se apoya con las manos en el borde, justo frente a mí. Tan cerca que siento su perfume, ese maldito aroma caro que siempre logra alterarme.
—Entonces lo inventamos. Lo ensayamos. Como actores. Vos y yo. Sin errores.
Sus ojos no parpadean. Son tan fríos y determinados que dan escalofríos. Y sin embargo, hay algo más ahí. Algo que me mira distinto. Como si le importara. Como si yo fuera más que una simple herramienta legal para él.
Sacudo la cabeza.
—Esto es una locura.
—Pero es nuestra locura. Y ya no hay vuelta atrás.
El día de la boda civil amanece nublado. Buen presagio, pienso con ironía. Me visto con un traje blanco elegante, sin exageraciones, como si esto fuera una reunión formal y no el día en que mi vida dejará de tener sentido.
Dante me espera en el salón del registro civil con una sonrisa leve, casi imperceptible. Viste de azul marino. Impecable, claro. Siempre impecable.
—Llegás tarde —dice, en lugar de saludarme.
—Qué romántico —respondo—. Un comentario pasivo-agresivo para empezar nuestro matrimonio falso.
Él ofrece su brazo.
—¿Lista?
—No.
Aun así, lo tomo. Avanzamos hacia el juez y los testigos. Todo ocurre demasiado rápido. Las palabras, las firmas, los flashes. Cuando dice “acepto”, lo hace con esa firmeza que usa para cerrar acuerdos multimillonarios. Cuando me mira, no hay ternura, pero tampoco hay desprecio. Hay algo nuevo. Inquietante. Indefinido.
Yo también digo “acepto”. Y con eso, dejo atrás cualquier posibilidad de una vida normal.
Salimos del edificio rodeados de cámaras. Algunos periodistas hacen preguntas que Dante esquiva con frases perfectas. Yo sonrío. Saludo. Actúo. Como acordamos.
Pero cuando él toma mi mano frente a todos, algo en mí se sacude.
Porque por más que sé que esto es una farsa…
…el calor de su palma no lo es.
Y esa es, quizás, la mentira más peligrosa de todas.