13. No se suponía que pasara

No dormí.

No porque no pudiera. Porque no quise. Porque si cerraba los ojos, la veía a ella. Su boca. Su piel. Ese momento maldito en el que nuestros cuerpos dejaron de fingir y empezaron a gritar verdades.

El beso.

Ese beso.

Jasmine no dijo nada después. Solo se alejó, sin mirar atrás, subió las escaleras y cerró la puerta de su habitación como si con eso pudiera encerrar lo que había pasado entre nosotros.

Yo no fui tras ella.

No porque no quisiera. Porque tenía miedo de hacerlo.

Miedo de que si la volvía a besar, no pudiera parar.

A la mañana siguiente, cuando la escucho bajar las escaleras, tengo la estúpida esperanza de que todo vuelva a estar bajo control. Que actúe como siempre. Que me ignore. Que me odie.

Pero no lo hace.

—Buenos días —dice sin mirarme, caminando directo a la cafetera.

—Jasmine…

—Fue un error —me interrumpe. Su voz es plana, como un comunicado oficial—. Estábamos cansados. Expuestos. Fue una reacción. Punto.

Yo me quedo quieto, sintiendo cómo esa palabra —error— me corta por dentro.

—¿Eso fue para vos? ¿Un impulso sin sentido?

Ella se gira con la taza en la mano y la mirada afilada.

—¿Querés que lo discutamos como si significara algo?

—¿Y si sí?

—Entonces no sabés lo que estás haciendo —responde, dejando la taza sobre la isla de mármol—. Esto era un trato. Un contrato. No emociones. No besos. No eso.

Quiero gritarle que no fue solo un beso. Que hubo algo ahí que ninguno de los dos quiso ver. Que me importa más de lo que debería.

Pero en cambio, solo digo lo que sé que ella necesita oír.

—Tenés razón. Fue un error. No volverá a pasar.

Ella asiente, pero en sus ojos hay algo que no dice. Dolor, tal vez. O decepción. O ganas de decir lo contrario.

Pero no lo dice.

Y yo tampoco.

Así que volvemos a ser dos extraños que comparten una mentira demasiado bien armada.

Solo que ahora… cada vez que la miro, sé que ya no hay vuelta atrás.