Contrato de mentiras

Capítulo 14 – La sospecha

La oficina huele a café fuerte y mentiras.

Estoy frente a mi computadora intentando responder correos, pero no logro concentrarme. Cada vez que levanto la vista, lo veo en su despacho. Dante. Dante Baizen. Mi jefe. Mi “esposo”. El hombre que me besó hace apenas unas horas y al que ahora le hablo como si nada hubiera pasado. Como si ese beso no me hubiese dejado insomne y temblando.

Golpean la puerta del piso. Tres toques. Rápidos. Precisos.

—¿Esperás a alguien? —le pregunto a Laura, la recepcionista.

Ella niega con la cabeza y se pone de pie, algo confundida.

—Ni idea. No hay visitas programadas esta mañana.

Abre la puerta y aparece un hombre de unos cuarenta años, vestido con un traje gastado y una sonrisa que no llega a los ojos. Lleva una libreta y una grabadora de periodista en el bolsillo del saco.

—Buenos días. Mi nombre es Mauro Gálvez. Trabajo para el diario Crónica Empresarial. Quisiera hablar con el señor Baizen.

Mi estómago se encoge. Gálvez. Lo conozco de nombre. Es famoso por desenterrar escándalos en el mundo corporativo. El tipo huele mentiras a kilómetros. Y en esta oficina… sobran.

—¿Sobre qué asunto? —pregunta Laura con amabilidad profesional.

—Una nota sobre el legado de Dante Baizen al frente de la empresa de su padre. Me gustaría entrevistar a su esposa también. Sé que se casaron hace poco. Jasmine, ¿verdad?

La forma en que pronuncia mi nombre me da escalofríos. Como si ya supiera algo. Como si estuviera armando un rompecabezas y sólo le faltara una pieza.

—Voy a consultar si puede recibirlo —digo, obligándome a sonreír.

Camino hacia la oficina de Dante con pasos tensos. Toco la puerta y entro sin esperar respuesta. Él está revisando papeles y no levanta la vista.

—Tenemos un problema —digo de inmediato.

Eso sí le llama la atención.

Levanta la cabeza y frunce el ceño.

—¿Qué pasa?

—Mauro Gálvez está aquí. Dice que quiere entrevistarte… y a tu esposa.

Sus ojos se endurecen. Esa mirada que vi tantas veces cuando estaba por despedir a alguien o destrozar a un competidor.

—¿Qué sabe?

—No lo sé. Pero nos está oliendo. Y vos y yo… bueno, no estamos precisamente en nuestro mejor momento para fingir.

Dante se levanta de su silla. Ajusta el nudo de la corbata como si se preparara para una batalla.

—Lo haremos. Vamos a darle exactamente lo que quiere ver.

—¿Y si empieza a investigar? —le digo, bajando la voz—. ¿Y si empieza a hablar con gente de tu entorno? ¿Con empleados, amigos, familiares?

Él se acerca. Muy cerca. Tanto que siento el calor de su cuerpo y ese maldito perfume caro que me desarma.

—Entonces vas a tener que ser mi esposa más que nunca, Jasmine.

Trago saliva.

Y salgo a recibir al lobo.

El sudor me recorre la espalda mientras camino hacia la recepción, con Dante a mi lado. Él, tan imponente, parece que nada lo afectara. Yo, en cambio, no puedo evitar el nudo en el estómago. No estamos preparados para que un periodista descubra lo que en verdad está pasando entre nosotros, y mucho menos para que empiece a excavar en el pasado de Dante.

Gálvez se levanta de la silla al vernos entrar. Su mirada pasa de Dante a mí, y luego regresa al hombre que tiene al lado. No hay cordialidad en sus ojos. Sólo la expectación de alguien que huele sangre en el agua.

—Señor Baizen, señora Baizen —dice con voz grave—. Me alegra mucho finalmente conocerlos en persona.

Intento sonreír, pero es tan forzado que creo que ni yo me lo creo. Al menos, Dante tiene la calma que me falta.

—El gusto es nuestro, Gálvez —responde él con su voz de siempre, profunda y segura—. ¿En qué podemos ayudarlo?

Gálvez toma una libreta de notas y la sostiene entre sus manos con firmeza. Se nota que está acostumbrado a tener el control de la situación, pero hay algo en sus ojos que me dice que aún no ha desvelado todo lo que sabe. Algo en su mirada me hace preguntarme qué tanto está adivinando. Y esa pregunta me acelera el pulso.

—Primero, quiero agradecerles por tomarse el tiempo de hablar conmigo —dice el periodista, mirando alternativamente a Dante y luego a mí—. Su boda fue muy mediática, ¿no? Un matrimonio muy comentado en el mundo empresarial. Aunque, claro, la verdadera historia es su ascenso tan rápido a la cabeza de Baizen Corporation. Muchos dicen que la clave de su éxito no fue sólo la herencia, sino también... sus decisiones personales.

Me siento incómoda. Esas palabras parecen sacar de la oscuridad algo que no quiero que vea. ¿Está insinuando que mi matrimonio con Dante fue una decisión estratégica? Que me casé con él por algo más que por el contrato que firmamos?

Dante se mantiene impasible. Yo, en cambio, tengo que morderme el labio para no soltar una palabra impulsiva.

—Cada decisión en los negocios tiene una estrategia detrás —responde Dante con calma—. Mi relación con Jasmine no es diferente a eso.

Gálvez sonríe, pero su sonrisa es fría y calculadora.

—¿No es diferente? Interesante. ¿Entonces es todo parte de la misma estrategia, también el hecho de que la señora Baizen haya decidido, en lugar de quedarse con su carrera en la industria del marketing, convertirse en su compañera... en todos los sentidos?

La pregunta me lanza al pasado, y las dudas sobre lo que estoy haciendo se agrandan. ¿Realmente tomé esta decisión consciente de lo que implicaba? ¿Estoy atrapada en un juego que ni siquiera yo controlaba?

—Mi esposa y yo hemos tomado decisiones personales que hemos considerado beneficiosas —dice Dante, con un tono firme—. Pero la vida privada no es algo que planeamos exponer, Gálvez. Y ese es un terreno al que no vamos a entrar.

El periodista no parece dispuesto a ceder, pero también sabe que no puede ir más lejos en este momento.

—Entiendo, entiendo. Pero me gustaría que me aclarara una cosa, señor Baizen. Usted es un hombre que se caracteriza por tomar las riendas de todo lo que lo rodea. Sin embargo, en este asunto... usted no parece tener el control. Todo el mundo sabe que está pasando por un proceso delicado. Y cuando uno está ante un dilema tan importante como el suyo, las decisiones impulsivas pueden ser peligrosas.




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