Contrato de mentiras

15.Ecos del pasado

El sonido de la lluvia golpeando los ventanales acompaña el silencio incómodo que se instaló en el penthouse desde que regresamos de la cena. No hubo una sola palabra en el trayecto. Solo el ruido del motor, el zumbido de mis pensamientos y la proximidad de Dante, que parecía arder aunque no me mirara.

Subo los escalones con calma, tratando de deshacerme de la tensión que me aprieta el pecho. Me quito los tacones y los dejo abandonados en la alfombra del salón, como si fueran parte del disfraz que usé esta noche para aparentar que todo estaba bien. Que yo estaba bien.

No lo estoy.

Y lo peor de todo es que ya no sé si es por la farsa que sostenemos… o por lo real que se está volviendo todo para mí.

—No debimos haber ido —digo finalmente, rompiendo el silencio.

Dante cierra la puerta con suavidad, sin mirarme.

—Teníamos que mantener las apariencias. Así es este juego, Jasmine.

—¿Juego? Para ti todo es una estrategia, ¿verdad? Un plan. Una jugada más.

Él se gira, la mandíbula tensa, los ojos como acero.

—¿Y no fue eso lo que acordamos? Un matrimonio de mentira. Sin sentimientos. Sin complicaciones.

—Claro —respondo, cruzándome de brazos—. Pero tú no avisaste que también venían ataques pasivo-agresivos, celos disfrazados y miradas que me queman hasta los huesos.

Se queda quieto. Por primera vez, desarmado. Por un segundo, veo al hombre detrás del jefe impenetrable. Al Dante que duda. Que siente.

—No estoy celoso —dice, pero su voz carece de convicción.

—Claro. Solo casi rompes una copa cuando Alexander me preguntó si alguna vez había estado enamorada.

Dante baja la mirada y se pasa una mano por la nuca.

—Él te estaba coqueteando.

—¿Y qué? ¿Eso arruina tu imagen de esposo perfecto?

—Eso no me molestó por la imagen.

Ahí está. La grieta en la armadura.

—¿Entonces por qué? —pregunto, acercándome un paso—. ¿Qué te molesta exactamente, Dante?

—Que tal vez no seas tan indiferente como dices —responde con frialdad—. Que tal vez estés disfrutando demasiado este papel de esposa perfecta.

Mi corazón se aprieta. No sé si por rabia o por tristeza. O por ese maldito vacío que se instala cuando siento que me estoy enamorando de alguien que no está disponible.

—¿Y tú? —le disparo—. ¿No serás tú el que empieza a confundir todo esto?

Silencio.

Luego, camina hasta el minibar, sirve un trago y bebe sin mirarme.

Y entonces suelta la bomba:

—Mañana tienes que acompañarme al despacho de mi abogado. El periodista de El Financiero pidió una entrevista sobre la fusión con Kross International, y si se filtra algo del contrato…

Me quedo helada.

—¿Crees que alguien sospecha?

Dante asiente.

—Hay ruido. Nada confirmado, pero… alguien está hurgando donde no debe.

La amenaza es real. Y yo, de pronto, me doy cuenta de lo frágil que es nuestro castillo de naipes.

—¿Quién? —pregunto.

—No lo sé. Pero hay un nombre que empieza a repetirse en correos de prensa: Nolan Fairbanks. Trabajaba con mi padre. Fue despedido cuando se enteró de que no iba a heredar nada.

—¿Y ahora quiere venganza?

—Lo conozco. Es capaz de todo.

Me acerco, la adrenalina superando al miedo.

—¿Qué hacemos?

Él me mira, y esta vez no hay arrogancia, ni frialdad. Solo preocupación. Verdadera.

—Protegemos esto. Hasta el final.

—¿"Esto" somos tú y yo?

Sus ojos se clavan en los míos. No responde. Pero tampoco necesita hacerlo. La forma en que me mira dice más que mil palabras.

Y aunque todo sigue siendo un contrato, por primera vez siento que, tal vez, estamos luchando por algo más.




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