Convénceme de que eres inocente

Capítulo 2: Una oportunidad

Entramos a una oficina. Hay un escritorio sencillo metálico y dos archiveros del mismo material, al fondo sobre la pared de piedra cuelga un cuadro con el retrato del líder Loyola. Detrás del escritorio se encuentra una mujer corpulenta de cabello oscuro y ojos pequeños que no se despegan de la pantalla de su computadora. Sobre su escritorio hay una placa de metal con su nombre: Guardiana Silvia Solís.

—Déjanos —indica la mujer sin apartar la mirada de la pantalla.

La Guardiana que me trajo hasta aquí suelta, finalmente, mi brazo y sale sin decir palabra. ¿Qué es esto? ¿Aquí voy a morir? Creí que las ejecuciones de Salamandras se hacían en el Estadio de la Nación, no en oficinas del Ministerio del Castigo.

Estoy temblando, no sé si es por miedo o por el dolor de todas las heridas en mi cuerpo, pero me es imposible controlarme. Al fin, la mujer aparta su mirada de la computadora y se centra en mí. Me recorre de arriba a abajo con lo que solo puedo describir como asco.

—Así que, sujeto 133738, veo en tu expediente que no has aportado ni un solo fragmento de información útil... ¿las Salamandras te comieron la lengua?

Niego sin convicción.

—¡Habla! —ordena al tiempo que golpea su puño contra el escritorio.

Me sobresalto y siento, por un momento, que voy a orinarme del miedo.

—Si tuviera algo útil que decir lo habría dicho ya... yo no sé nada —digo con voz rasposa y la mirada clavada al suelo. Por favor, ya paren. No tengo nada que les sirva.

—No sabes nada... —dice en un suspiro—. Aún la más insignificante de las Salamandras puede aportarnos alguna información, ¿quieres que crea que la hija de Amelia Arriaga no tiene algo que decir que sea útil para el régimen? ¿Crees que soy idiota?

—No, señora, por supuesto que no. Como lo he dicho antes, yo tenía años sin ver a mi madre, ese día me acerqué por impulso, yo no... —muerdo mi lengua, es inútil. No me creen. Están convencidos de que mi madre me infiltró en su grupo rebelde y que yo la estaba ayudando durante el ataque al Ministerio de la Libertad.

—Tú no ¿qué? —pregunta la Guardiana Silvia— ¿No eres una Salamandra? ¿Es lo que ibas a decir? Por favor, tengo aquí mismo tu confesión firmada.

Claro que firmé una confesión que dice que soy Salamandra ¡Me arrancaron dos uñas del pie izquierdo! Si hubieran querido que confesara que soy perro lo habría hecho. Entrelazo mis manos, ¿qué puedo decir? Nada les va a impedir seguirme torturando y me parece que eso es lo que desean. Mi cuerpo comienza a sudar frío ante la expectativa del dolor.

—¿Sabes lo que pasa con las Salamandras que capturamos? ¿Estás consciente de que serás eliminada?

—Sí, señora —por favor, hágalo de una vez y deje de alargar mi sufrimiento.

—Debo decir que pareces bastante tranquila para ser una Salamandra apunto de ser ejecutada, ¿acaso no sientes miedo? —dice al tiempo que rasca su barbilla.

—Estoy aterrorizada, señora.

La sinceridad de mi respuesta la hace sonreír.

—Veo también en tu expediente que estabas en la escuadra 12 del programa del Ministerio del Orden, tus instructores incluso te recomendaron para ser parte de los Caimanes. Impresionante, no cualquiera llega ahí y menos con tres recomendaciones.

Asiento con desgana, esta mujer me está hablando de otra vida, la vida de Alina, no de sujeto 133738.

—¿Ese era el plan? ¿Infiltrar una Salamandra en nuestro heroico cuerpo de Caimanes? Malditas sean todas las Salamandras —su voz está cargada de odio y temo que en cualquier momento lo descargue en contra mía, pero se queda inmóvil tras su escritorio.

—No, señora, yo me incorporé al programa del Ministerio del Orden para ser un Caimán —contesto con la mirada gacha.

—Deja de mentir. No me engañarás como engañaste a tus instructores de escuadra, quienes ahora serán cuestionados por no haber detectado a una Salamandra en sus filas... la estupidez se paga caro en el régimen.

La garganta se me cierra, mis instructores, que tanto tiempo me dedicaron, ahora van a sufrir por un estúpido impulso mío de una tarde de otoño. Ojalá pudiera regresar el tiempo, escucharía a Dimitri y seguiría mi camino, no sabría cómo es el interior de una celda, ni lo variado que puede ser el término tortura.

—Ellos son inocentes...—murmuro, pero la Guardiana Silvia no llega a escucharme.

—Al menos este desagradable incidente ha servido para detectar elementos incompetentes en el Ministerio del Orden. Y, sin embargo, tu aportación al régimen no se va a detener ahí.

Alzó la mirada, confundida. La Guardiana sonríe ante mi expresión perpleja.

—Hay algo más en tu expediente, algo que llegó hace algunos días y que ha causado bastante conmoción, ¿sabes a qué me refiero?

—No, señora —respondo con el ceño fruncido.

—Los resultados de tu prueba de fertilidad llegaron.

Hace una pausa dramática, como si esperara que yo le fuera a suplicar que me comparta el resultado, pero yo no digo ni media palabra así que la Guardiana prosigue.




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