La Nana Margarita me acompaña de regreso a casa del Capitán una vez que concluyen las actividades en el Centro de Maternidad. Desafortunadamente, en lugar de dejarme e irse, insiste en entrar a la casa conmigo.
—Veamos qué hay en la alacena para preparar la cena para el Capitán, saca algunos ingredientes para que pensemos en opciones —me dice.
Hago lo que me indica con renuencia y decidimos preparar espagueti con albondigas. Comenzamos a cocinar en silencio, ella prepara la carne y yo la salsa. Goyo entra a la cocina, atraído por el olor de la comida. Se acerca cautelosamente a la Nana y cuando está lo suficientemente cerca, esta lo patea en el costado. El perro chilla de dolor y sale corriendo de la cocina.
—Por favor, no haga eso. El Capitán se va a enojar —le pido amablemente, aunque por dentro estoy furiosa. El perro no hizo nada para merecer ese trato.
—Oh, por favor, es solo un sucio animal —me responde la Nana.
Una vez que la comida está lista, la Nana Margarita por fin se retira. Miro el reloj, el Capitán va a llegar en cualquier momento. Comienzo a ponerme nerviosa, probablemente el capitán pretenda concluir lo que dejó pendiente anoche... Doy vueltas por la casa para calmar mi ansiedad hasta que encuentro a Goyo debajo de la mesa del comedor con el rabo entre las patas.
—Ven, no te voy a hacer daño —lo llamo en un tono tranquilo.
El perro comienza a acercarse con desconfianza, pero en cuanto lo acaricio comienza a menear el rabo contento. Voy a la sala y tomo asiento, el perro me sigue y se coloca junto a mí. Después de un par de horas sin que llegue el Capitán, me recuesto sobre el sillón y Goyo hace lo mismo a mi lado. En algún momento me quedo dormida y me despierta alguien que me sacude por el hombro, aún tengo algunos moretones de mi tiempo en el Centro de Detención, así que el contacto, a pesar de que no es violento, me causa incomodidad. Abro los ojos, el capitán Galeana está de pie junto al sillón y Goyo mueve su rabo con entusiasmo.
—Levántate —me dice en cuanto despierto.
Me pongo de pie aún adormilada. El capitán me mira con el ceño fruncido, noto que va cargando una caja con mi número de prisionera escrito. ¿Qué tendrá adentro?
—Lo siento —me disculpo con mis ojos atentos a la caja.
—Como sea, vamos a comer —me dice.
Lo sigo al comedor, el Capitán deja la caja sobre una de las mesas de madera antes de sentarse. Comenzamos a comer en silencio, mis ojos insisten en mirar la caja. Me siento intrigada por su contenido.
—¿Tú cocinaste esto? —me pregunta Galeana.
—Sí... quiero decir, no... una Nana me ayudó —contesto nerviosa.
—¿Una Nana entró a mi casa? —pregunta entre dientes.
Asumo por su tono que no le agrada la idea.
—Sí, probablemente no quería dejarme sola —respondo tímidamente preguntándome si fue una imprudencia dejarla entrar. El capitán parece ser la clase de hombre que aprecia mucho su privacidad, lo cual es extraño tratándose de una figura pública en Aequitalia.
—Supongo que esas Nanas quieren asegurarse de que te comportes... pero yo estoy seguro de que lo harás —su tono y su mirada me dejan claro que me está amenazando. Es un “solo atrévete a desobedecer” que me provoca un escalofrío en todo el cuerpo.
Volteó hacia otra parte, intimidada por su mirada penetrante y de pronto caigo en cuenta: hay algo que debo decirle.
—Capitán, necesita saber que... la Nana Margarita pateó a Goyo —confieso nerviosa.
No quiero ser una soplona, pero si la Nana llega a lastimar al perro no quiero ser quien cargue la culpa.
—¡¿Qué?! —grita el Capitán antes de golpear la mesa con ambos puños— ¿Cómo que pateó a mi perro? ¿Dónde carajos estabas tú?
Por la expresión furiosa en el rostro de Galeana, parece que está apunto de saltar sobre la mesa y abalanzarse sobre mí a golpes. Todos mis músculos se contraen listos para reaccionar si él me ataca.
—¡Te hice una pregunta! —grita colérico.
—Estaba a su lado... le dije que no lo hiciera —le respondo con la voz entrecortada.
—¿Le dijiste que no lo hiciera? ¿Le diji... —Galena cierra los ojos y se lleva las manos a la frente como queriendo contener su rabia—. Si alguien vuelve a lastimar a mi perro, no quiero que le digas nada, ¡quiero que saques a esa persona a patadas de mi casa EN ESE INSTANTE! ¿Te queda claro?
—Sí, capitán —respondo intimidada—, pero...
—¡Sin peros! Es una orden.
—Lo siento, pero si corro a una Nana de esta casa voy a meterme en muchos problemas, ellas lo van a considerar una grosería de mi parte.
El capitán me fulmina con la mirada. Se inclina sobre la mesa para acercar su rostro al mío, está tan cerca que puedo oler su loción.
—¿Le temes más a ellas que a mí? —pregunta entrecerrando los ojos.
Trago saliva. Le tengo más miedo a él, un millón de veces más a él.
—No —respondo sintiéndome diminuta.
—Bien, entonces, ¿te queda claro lo que tienes que hacer? —el capitán se reclina de nuevo sobre su asiento.