Convénceme de quererte

Capítulo 3: Tu nueva pareja

En cuanto llego a la estación del metro miro el mapa para saber en qué estación debo bajar para llegar al Centro de Maternidad. Una vez que tengo claro en dónde debo descender, me paro entre la gente y cruzo los brazos en lo que esperamos a que llegue el metro hasta que siento que alguien da un golpecito en mi hombro. Al voltear, encuentro a un Caimán armado que con la vista me apunta hacia el otro lado de la estación. Arrugo la frente sin entender qué me quiere decir hasta que caigo en cuenta: soy Vasija, tengo un vagón especial asignado para mí, no debo viajar en el mismo vagón que el resto de la gente. La zona de espera de las Vasijas se encuentra hacia donde los ojos del Caimán apuntan. Suspiro con desgana y me dirijo hacia allá sin decirle una palabra al Caimán. Los Caimanes del Ministerio del Orden son los protectores de Aequitalia, ellos luchan contra nuestros enemigos, las Salamandras, y nos mantienen seguros. Aunque claro, no todos los Caimanes son iguales, algunas Unidades de Caimanes son de elite y se dedican a hacer redadas, mientras que otras Unidades hacen trabajos de vigilancia para asegurarse de que todos respetemos el orden y las reglas, como el Caimán que acaba de acercarse a mí. Todo depende del nivel de desempeño que cada Caimán muestre es la Unidad a la que es asignado. Poco me importa, a mí todos me dan mala espina gracias a mi abuelo, son unos brutos que solo saben intimidar con sus armas y hacerse los malos, además de que normalmente son arrogantes pues creen que son la razón por la que el resto de la gente puede vivir en paz. Yo no soporto la violencia y siempre he creído que una persona se vuelve Caimán solo cuando el cerebro no le da para actividades más intelectuales.

El metro llega, las Vasijas a mi alrededor dan un paso adelante. Todas van sonrientes y de buen ánimo, como siempre son las Vasijas. Mamá me contó que las Nanas así se los exigen pues creen que una sonrisa externa con el tiempo se vuelve en una sonrisa interna. Si tan solo esas Nanas supieran lo raro que eso le parece al resto de la gente… Yo no sonrío, aún no he tomado mi curso de inducción así que puedo fingir demencia.

—Qué agradable mañana, ¿no lo crees? —me pregunta una Vasija mientras se coloca a mi lado dentro del vagón color gris. Todos los otros vagones del metro son de color azul excepto este para que podamos distinguirlo.   

—Supongo —respondo encogiéndome de hombros.

La Vasija se desconcierta por mi respuesta, pero no dice nada, solo me dedica una amable sonrisa y luego se gira hacia el lado contrario.

Una vez que llegamos a la estación que nos corresponde, todas las Vasijas descienden dejando el vagón vacío. Las sigo hasta el edificio blanco con puertas de cristal del Ministerio de la Mujer que, más que Ministerio, tiene pinta de hospital. Entro para encontrar que el interior es igual de estéril que el exterior a excepción de los carteles que el Ministerio de Prensa y Propaganda mandó a colocar en las paredes para promover ciertos mensajes a las Vasijas: “El alcohol pone en riesgo a tu bebé” dice uno con la imagen de un pequeño deforme, en otro se lee “No hay fortuna más grande que ser madre” con la fotografía de una mujer con un niño en brazos, “La maternidad es el honor más alto que se puede lograr en el Buen Régimen” sobre la imagen de muchos niños jugando y detrás varias mujeres con uniforme gris mirándolos complacidas. Al fondo del vestíbulo hay una recepcionista detrás de un escritorio de cristal vigilando quien pasa a los elevadores que dan acceso al edificio. Las Vasijas se siguen de largo hacia los elevadores que se encuentran tras la recepción, supongo que ya todas saben a dónde van. Yo me acerco a la recepcionista justo en el momento en el que baja su vista hacia el monitor de su computadora.

—Buenos días, soy nueva aquí, mi nombre es Melissa Maldonado —le explico.

La recepcionista no alza su vista de la pantalla, simplemente señala con su dedo índice hacia mis espaldas. Una vez que me giro noto a una Nana de mejillas rojizas y ojos color avellana de pie a la mitad del lobby. Supongo que eso significa que debo hablar con ella. Me acerco a la Nana mientras la recorro con la mirada, es una mujer regordeta y de gran altura. Ella se percata de que me acerco y se gira en mi dirección con una sonrisa mientras también me estudia con la vista.

—Tú debes ser Penélope, bienvenida —me dice la Nana.

Me paro en seco.

—No, Melissa —le informo con los ojos como platos.

—¡Yo soy Penélope! —grita a nuestras espaldas una chica de corta estatura, rostro ovalado pecoso y cabello rubio encrespado— ¡Hola!

Penélope corre hacia donde nosotras estamos con una amplia sonrisa en el rostro que deja al descubierto sus pequeños dientes.

—Hola, Penélope… entonces tu debes ser… —la Nana baja la mirada hacia el cuaderno de notas que sostiene entre sus manos—. Melissa.

Asiento incómoda. Genial, no llevo ni diez minutos aquí y ya me están cambiando el nombre.

—¡Bienvenidas las dos! Nos da mucho gusto tenerlas aquí. Yo soy la Nana Margarita y voy a estar encargada de darles el curso de inducción. Síganme —la Nana se encamina hacia los elevadores, Penélope y yo la seguimos; yo con paso desganado, Penélope, por el contrario, va dando pequeños saltos como una niña durante el receso en el colegio. De pronto, otra Nana intercepta a Margarita y ambas comienzan a hablar sobre algún tema que parece importante. Nosotras nos quedamos unos pasos detrás de ellas para no parecer entrometidas.




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