Convénceme de ser tuya

Capítulo 4: Listo para la misión

He guardado completo silencio desde que llegué al hospital, sé que debo decirle a alguien la verdad y confesar que yo soy Lorena y que quien murió en el accidente es mi hermano gemelo, pero algo me impide hablar. Por suerte, los paramédicos me creyeron cuando les dije que no estaba herida y los médicos aquí se limitaron a comprobar mis signos vitales, sin querer revisar nada más. Nadie tiene la menor idea de que no soy quien digo ser aunque sé que con cada segundo que pasa se vuelve más imperioso que confiese la verdad.

—¿Leonardo Luján? —pregunta una doctora al entrar a la habitación, viene cargando lo que asumo es mi historial médico, más bien el de mi hermano—. Dado que no sufriste ningún daño en el accidente, puedes irte a casa esta misma noche. ¿Quieres que llamemos a alguien para que venga por ti?

Niego con la cabeza, lo que provoca que la doctora me vea con lástima.

—No deberías estar solo, escuché lo que sucedió con tu hermana… es mejor que le marques a un amigo o a un pariente…

Si tuviera alguien a quién marcarle, lo haría, pero lo cierto es que Leo y yo éramos todo lo que nos quedaba en este mundo.

—Estoy bien, gracias —digo en voz ronca por primera vez desde que llegué al hospital.

La doctora no insiste más y me dice que estoy en libertad de irme. Firmo el alta que me da y me levanto de la cama, antes de salir de la habitación me giro hacia ella, las palabras se atoran en mi garganta pugnando por salir. La doctora me mira atentamente, adivinando que tengo algo que confesarle, pero al final cambio de opinión, me doy la media vuelta y salgo de la habitación. Debo confesar la verdad pronto, pero no logro reunir el valor para admitir en voz alta que mi hermano ha muerto.

Cruzando el lobby me congelo al ver quién viene corriendo hacia la recepción: la Nana Margarita. Por un instante creo que viene hacia mí pues me ha reconocido, pero ella simplemente se sigue de largo hacia la enfermera que atiende la recepción. Vestida así no tiene la menor idea de quién soy y no repara en mi presencia.

—Me dijeron que una de mis Vasijas estuvo en un accidente —exclama con angustia—. Su nombre es Lorena Luján.

La recepcionista teclea el nombre en su computadora y luego vuelve a alzar la vista.

—Me temo que falleció antes de llegar al hospital —le informa en un tono suave que seguramente le enseñaron a emplear para dar esa clase de noticias.

La Nana se recarga sobre la recepción como si fuera a desmayarse de la impresión.

—Oh, ¡qué tragedia! Tan joven… con toda la vida por delante —se lamenta—. Tantos hijos que le podía dar al Buen Régimen…

Su última frase hace que mi estómago se contraiga de coraje, la realidad es que a esa Nana no le interesa mi vida realmente, lo único que lamenta es que ya no cumpliré con mi función en el Buen Régimen. Yo no valgo por mí misma, sino por lo que puedo hacer.

El coraje me infunde el valor suficiente para seguirme de largo y salir del hospital. Necesito con urgencia llegar a mi casa y pasar unos momentos a solas para procesar lo que me ha sucedido.

Camino a la estación de metro más cercana, uso el Brazalete de mi hermano para pagar el acceso y aguardo junto con el resto de la gente. Siento los nervios al borde, como si en cualquier momento alguien fuera a llegar a desenmascararme, pero la gente sigue su camino como si nada, nadie nota al chico extraño que va evitando todas las miradas y que luce como si le hubiera pasado un tren encima.

—Oye, amigo, ¡espera!… ¡alto! —escucho una voz a mis espaldas y luego una mano que me toma por el hombro. Un señor vestido de overol beige me entrega mi Brazalete de Identidad—. Se te cayó mientras andabas —me indica con una sonrisa cargada de amabilidad.

Hago una inclinación de cabeza para agradecerle y tomo el Brazalete con nerviosismo, debe ser muy sospechoso que alguien pierda su Brazalete así porque sí, seguramente me delaté. Siento que todos a nuestro alrededor se han dado cuenta de que hay algo mal conmigo y de que no soy quien digo ser, hasta que recuerdo que a Leonardo le pasaba todo el tiempo también… estoy en mi papel de chico pequeño, no hay nada de inusual en ello. Aún así, llego al apartamento sintiéndome completamente paranoica. Una vez dentro, me siento segura y me dejo caer al suelo con desgarbo. Pasado el alivio inicial, la tristeza vuelve a apoderarse de mí. Como puedo, me arrastro a mi cama y lloro hasta caer dormida.

 

Los siguientes cuatro días los paso del mismo modo, llorando y lamentándome por los rincones del apartamento, extrañando a Leonardo tanto que a momentos es difícil respirar.  No tengo ánimos de salir, ver a nadie o aclararle a la gente qué fue lo que sucedió en realidad durante el accidente. Cuando le confiese a todos que soy Lorena, los planes de mi vida seguirán adelante y me convertiré en la Vasija del capitán Lozano. Aún no me siento lista para ello, quiero postergar ese momento lo más que se pueda. Aún no me he quitado la gorra tejida de la cabeza, ni la ropa de mi hermano; sé que huelo mal y que debo darme un baño y cambiarme, pero no encuentro la voluntad para hacerlo.

Al cuarto día, alguien me saca de mi aislamiento voluntario llamando a la puerta.

—¿Leonardo Luján? Abre en este momento —me llama una voz masculina después de un rato de que no respondo.




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