(Narra Lorena)
El Distrito 14 está más lejos de lo que imaginaba, el autobús sigue su recorrido hasta bien entrada la noche cuando hacemos una parada en una base Caimán en medio de la nada. El lugar está un poco descuidado y prácticamente desierto a no ser por unos cuantos Caimanes apostados aquí, pero es lo suficientemente amplio para que pasemos la noche. Fastidiados y agotados del recorrido, bajamos con desgana del autobús y entramos al complejo. Los Caimanes del lugar prepararon una cena sencilla para nosotros y acondicionaron las barracas para que durmamos. Comemos en silencio y nos vamos directo a dormir. Los integrantes de la Unidad 4 se apresuran a elegir una cama de entre todas las literas que hay en la habitación rectangular, yo me espero a que todas estén ocupadas para tomar la que quedó libre. Me meto debajo de las cobijas y me cubro hasta la barbilla, extraño mi cama y no estar rodeada de extraños. Ahogo el quejido que pugna por escapar de mis labios, esta ha sido una terrible idea.
Al otro día de madrugada, la voz profunda del capitán Lozano nos despierta casi a gritos.
—¡Levántense de inmediato! ¡Ya estuvo bueno de holgazanear!
Los Caimanes de las literas del alrededor se levantan como resortes al escuchar el llamado de su capitán. Yo me remuevo en la cama con fastidio, aún me faltan horas de sueño para recuperarme, no estoy habituada a que me levanten tan temprano.
—¡Anda, chico nuevo! No querrás hacer enojar al capitán tan pronto —me anima Tomás mientras se pone sus botas.
—Ahí voy —respondo con voz quejumbrosa mientras me levanto.
—No tienes buena cara, pero despreocúpate, te sentirás mejor después de correr. El ejercicio siempre resulta vigorizante.
—¿Correr? —pregunto con los ojos, ahora sí, bien abiertos.
—Claro, nos espera otro día entero de recorrido en autobús así que el capitán nos llevará a correr 10 kilómetros antes del desayuno para que no pasemos todo el día sentados sobre nuestros traseros como ayer —me aclara Tomás como si yo ya tuviera que saber esa información—. Anda, chico, apresúrate.
Parte de mí espera que Tomás esté bromeando mientras imito lo que hacen los demás y salgo del complejo hacia el campo abierto que abarca todo lo que la vista alcanza.
Para horror mío, compruebo que el capitán Lozano sí tiene la intención de obligarnos a correr. De dos en dos, los integrantes de la Unidad 4 emprenden la marcha detrás de su capitán manteniendo un ritmo moderado, pero constante. Yo voy hasta atrás de todos, jadeando y dando hasta lo que no tengo para seguirles el paso. Durante diez kilómetros me repito una y otra vez que esta fue una pésima idea, pensé que todo lo que tendría que hacer era fingir una voz masculina y actuar con rudeza, pero no tomé en cuenta que iba a tener que desempeñarme físicamente como un Caimán. Aparentar una voz grave es sencillo comparado con tener que fingir que tienes buena condición física o que sabes utilizar armas, fui una tonta irreflexiva al creer que podía ponerme un disfraz y salirme con la mía.
Después de lo que me parece una eternidad, Lozano le pone fin a nuestra tortura y volvemos a la base.
—¡Tienen 20 minutos para darse una ducha y presentarse en el comedor a desayunar! El autobús parte a las 8 am en punto y más les vale a todos estar a tiempo —nos advierte el capitán.
Los Caimanes se apresuran al interior de la base, yo los sigo con paso lento pensando en lo que dijo el capitán sobre darnos una ducha. Al entrar en la habitación rectangular me encuentro con una escena que me hace dar un brinco hacia atrás. Los Caimanes de la Unidad 4 se están quitando toda la ropa y lo que veo es un desfile de cuerpos masculinos desnudos. Sonrojada de pies a cabeza, desvío la mirada, conteniendo mis ganas de salir corriendo de ahí. No puedo hacer evidente que la escena me incomoda o sospecharán que hay algo mal conmigo, debo fingir naturalidad, pero me es imposible. Ellos actúan como si andar por ahí sin ropa fuera lo más normal de la vida, por supuesto que no tienen idea que hay una chica entre ellos. Las mujeres Caimanes se quedaron en una barraca contigua y con toda seguridad tienen sus propias regaderas para asearse, pero yo estoy en la sección de hombres y no tengo forma de cambiarme. Si trato de encontrar las regaderas para mujeres, Roy y Tomás volverán a acusarme de ser un pervertido que quiere fisgonear a sus compañeras de Unidad. Sin saber qué hacer, me coloco en una esquina y pienso en mis opciones. Definitivamente no puedo entrar a asearme con ellos, es mejor que espere a que llegue el momento del desayuno y me presente como estoy, pero después de los diez kilómetros que corrí, estoy empapada en sudor, las vendas sobre mi pecho me están rozando y estoy segura de que huelo mal. Quiero lavarme el cuerpo de forma urgente, pero no veo cómo podría.
Poco a poco los Caimanes se dirigen hacia las regaderas a un costado de nuestra habitación, van charlando y bromeando entre ellos con aire despreocupado. Al único al que no veo entre ellos es al capitán Lozano y me reprendo a mí misma cuando me doy cuenta de que inconscientemente lo estoy buscando entre los Caimanes porque tengo curiosidad de verlo sin ropa. Tal vez sí soy una fisgona como Roy piensa después de todo.
En menos de quince minutos, los integrantes de la Unidad 4 ya se han duchado y se han puesto una muda de ropa limpia. Nadie repara en que yo sigo de pie en una esquina mirándolos a todos sin moverme. Entre tanto ajetreo me volví invisible para la Unidad. Bajo mi nariz discretamente hacia un costado, puedo percibir el olor a sudor aún a través de mi ropa, es necesario que me lave. Decido que es preferible saltarme el desayuno y meterme a las regaderas cuando todos estén en el comedor que quedarme el resto del día oliendo mal.