Convénceme de ser tuya

Capítulo 10: No delatarse

(Narra Lorena)

Lozano se retira de la habitación después de rasurarse. Yo termino de desempacar mis pertenencias y aguardo a que dé la hora de la cena, cuando por el altavoz el teniente Novoa nos manda a llamar al comedor.

Cuando llego, el lugar ya está lleno. Los Caimanes de la Unidad 4 están todos sentados en mesas rectangulares mientras se sirven de comer de enormes platones colocados al centro de las mesas. Intento encontrar un lugar vacío para tomarlo, pero todas las mesas parecen llenas.

—¿Qué crees que haces, Luján? Tu lugar está allá junto al capitán —escucho la voz del teniente Novoa a mis espaldas.

Me giro rápidamente y sigo la dirección en la que apunta su dedo, una mesa más pequeña en donde se encuentra el capitán comiendo solo.

—¿Tengo que comer con él? —pregunto ofuscada.

—Por supuesto, Luján, ¿qué tal que al capitán se le ofrece algo durante la cena? Tu trabajo es estar disponible para él en todo momento y complacerlo de todas las maneras que a él se le ocurran —la inflexión en la voz de Novoa en esa última parte me hace sentir escalofríos, como si tuviera algo en mente que yo ignoro—. Anda, apresúrate, no esta bien que hagas esperar al capitán.

Sofoco un gruñido de frustración. Entre más tiempo pase junto a Lozano más probable es que algo delate mi condición de chica que jamás ha entrenado para Caimán, pero no me queda otra opción más que obedecer las instrucciones del teniente.

Me dirijo hasta la mesa del capitán y me quedo de pie a un lado, aguardando a que él me invite a tomar asiento. Pasan algunos minutos sin que él haga el menor gesto de que reconoce mi presencia aquí, no sé si en realidad no me ha visto o solo está pretendiendo que soy invisible.

—Te vas a petrificar ahí parado, Luján —dice después de un buen rato mientras señala la silla a su lado.

Tomo asiento en donde él me indicó, lamentablemente, es lo suficientemente cerca como para percibir el fresco aroma de la loción que se colocó después de rasurarse. Vaya que es un hombre atractivo, intento no mirarlo y mejor enfoco mi atención en el plato de comida que tengo enfrente. Tomo el tenedor y comienzo a comer en silencio, discretamente observo a la Unidad 4 mientras consumen sus alimentos. Todos tienen el mismo perfil, grandes, fornidos y ruidosos. Definitivamente me encuentro fuera de lugar entre ellos, pero creo que también Leonardo lo estaría. Pienso en mi hermano y siento una punzada en el corazón, pasó su vida entera tratando de demostrar que era algo que no era y el pensamiento de ello me entristece. Estaba aferrado a ser un Caimán aún cuando tenía todo en contra y, ahora que me encuentro entre ellos, no sé si habría tenido lo necesario para lograrlo.

—¿Creciste entre chicas, Luján? —me pregunta el capitán sacándome de mis cavilaciones.

—¿Disculpe? —digo confundida.

—Tienes unos modales extremadamente delicados, jamás había visto a un chico agarrar un tenedor de ese modo, ni dar bocados tan pequeños —observa Lozano.

Mi vista se clava de inmediato en mi mano. ¿Existe una forma varonil de tomar los cubiertos? Discretamente observo la mano del capitán y luego la de los Caimanes de alrededor, no veo diferencia entre lo que estoy haciendo y lo que hacen ellos, ¿en qué me equivoqué?

Niego rápidamente con la cabeza.

—Me crié con mi abuelo. Mis padres murieron cuando era niño —le explico.

La sorpresa cruza el rostro de Lozano como un rayo. El capitán entrecierra los ojos y me mira con suspicacia, como si hubiera revelado información confidencial en voz alta.

—Eso es… correcto… —musita con aparente perplejidad.

Arrugo la frente, no entendiendo qué es lo que le sorprende de lo que dije. Es la verdad, mi historia y la de Leo son las mismas, y él ya lo debería saber pues seguro tiene acceso al expediente de mi hermano y lo leyó antes de admitirlo en su Unidad.

—¿Hay algún problema, capitán? —pregunto desconcertada por su reacción.

—No, ninguno. Apresúrate a terminar tu comida que con esos bocados pequeños vas a pasar aquí la noche entera.

Pasamos el resto de la cena en silencio, aunque por dentro mi cabeza es un remolino que no deja de preocuparse por no delatarme con ningún movimiento. Una vez concluida la cena, los Caimanes se dirigen a sus barracas mientras que yo y Lozano caminamos en silencio hacia su habitación.

—Tráeme mi ropa de dormir, Luján —me ordena el capitán en cuanto entramos.

Me apresuro a hacer lo que me dice, tomo su pijama negra de la cajonera en la que acomodé todas su prendas, y me giro para entregársela, pero la escena con la que me encuentro me hace emitir un chillido de sorpresa y pudor. Lozano se ha quitado ya toda la ropa y se encuentra en ropa interior de pie frente a mí. Me sonrojo como tomate y giro el rostro hacia otra parte, con la imagen del cuerpo de Lozano quemando mi mente.

—¿Cuál es tu problema, chico? ¿Soy el primer hombre que ves sin ropa? —me pregunta en tono divertido.

—Claro que no —respondo con voz temblorosa—. Me veo a mí mismo todo el tiempo.

—¿Te ves a ti mismo todo el tiempo? —repite él intrigado antes de chasquear la lengua— Eso suena un poco narcisista, Luján.




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