Convenio matrimonial

《 Ratón 》

—Sé que se ha dado cuenta que esto no será un negocio en términos de esa palabra—murmuró, habiendo regresado a la casa, que se sentía bastante cálida para el clima que ya corría afuera.

Estuve caminando con él un largo rato; el saco se quedó colgado se mi brazo al subir unas colinas y loa zapatos, ya tenían mucha historia que contar, si es que volvía pronto a New York.

La mancha de.lodo por algunos sitios que pisé, quedó lustrado el frente del calzado y por un segundo, debía admitir, ese color le sentaba muy bien.

—No estoy desesperado, señor Hewlett—confesé, en la invitación al tomar asiento, sintiendo la comodidad del sillón cercano a la chimenea.

El fuego seguía intacto, escuchando los sonidos de la madera quemarse para mantenerlo vivo, en la búsqueda de la sensación caliente al inclinarme hacia el vapor que emanaba.

—Veo que el clima no le ha sentado muy bien—murmuró, como si le afectara el hecho de que no me sentía cómodo por la temperatura baja—. ¿Le gustaría tomar un baño caliente? Hay una habitación preparada para usted—eso último me tomó por sorpresa, porque a decir verdad, no era la hospitalidad que estaba esperando, aún si lo pensaba bien y es que, ¿cómo podría dormir en el auto? ¿O volver más tarde hasta el aeropuerto, donde me estarían esperando?

Si bien me pareció demasiado, pude entender que muchas personas no estarían tan dispuestas al sacrificio, a pesar de que ese era su trabajo; es decir, los pilotos, mi asistente, las personas de seguridad y demás.

Debía de pensar en ellos y en su bienestar, antes que en solo cerrar un trato y continuar con mi vida como si nada.

Y no es que dejaba de ser humano, pero las responsabilidades laborales, en ocasiones nublaban la vista de las cosas, no obstante, sabía que esto no me lo podía perder.

—Si lo hago sentir mejor, está bien—pregoné, al darle una mirada risueña, lo que pareció encantarlo en cuanto se puso de pie.

No lo seguí, puesto que esa no fue la orden, solo que sí vi que la joven de la mañana volvía a la estancia con un recipiente de agua y un paño blanco colgando de su antebrazo.

La miré, extrañado al captar que se arrodillaba en frente, buscando la forma de acercarse a mis pies.

—Ah...—Abrí la boca al notar que alejaba el sucio de las prendas en cuanto pudo acomodarse, sin querer este trato.

No me sentía cómodo con esto y no podía dejarlo pasar, por mucho que fuera su costumbre.

—Detente—pedí, por más que no paró, fijo en el hombre que al fin pasó a la estancia—. ¿Puede decirle que... se detenga?—Pedí, lo que pareció comprender al echarse atrás, todavía con las rodillas en el suelo—. Puedo aceptar el baño y la habitación, pero esto no—declaré, cuidadoso.

El señor le invitó a ponerse de pie, yendo hacia él en lo que besaba su mejilla con cariño, acariciando su brazo.

La dejó ir pronto, llevándome despacio hacia la estancia que parecía más una cabaña, en vez de una habitación preparada para mí.

Quise agradecerle, y lo único que me salió fue una sonrisa al darle el frente, sintiéndome extraño por la forma tan hogareña en que fui recibido, aparte de tratado.

Si soy sincero, mis expectativas murieron en ese paseo donde sé que mi acompañante pudo despejar su mente para luego hablarme con total sinceridad.

Una que arrullaba el silencio de la noche y de la que seguramente le costaba hablar.

Exhalé, revisando en el clóset las prendas que olían como en casa, tomando la toalla al llegar a ese baño tan particular que casi tuve que sacudir el rostro.

La bañera era normal en anchura y largo, del tipo rectangular, no obstante, tenía una puerta que se podía guiar hasta el área de la ducha, lo que implicaba que su flexibilidad la ajustaba para que cubriera desde mi pelvis hasta debajo de mis rodillas, dándome suficiente privacidad.

Esperaba que al menos las de las féminas fueran más privadas, porque si no era así, tenían una gran desventaja.

Pasé, sintiendo el proceso tan ligero al sentir que el agua caliente caía de arriba, y el jabón ni siquiera tenía que pedirlo o tomarlo en las manos. Era algo automático muy bien implementado que me aseguraba que estaba aquí por lo que ya sabía y quizás, algo más.

No estaba muy seguro de lo último, por lo que sacudí la cabeza al pasar los dedos por mi cabellera, echando mi cabello hacia atrás.

Terminé, dándome cuenta que el frío se había ido y por fin me sentía regulado, sacando de los armarios lo que iba a usar.

Un pantalón blanco de tela suave y despegado, afincó el tiro en mi cintura, buscando la camiseta para usar.

—Discul...pe—comentó, al terminar de colocarme la prenda, sin girar para no hacerla sentir más incómoda.

—No hay problema—la vi de reojo, arreglando el cuello al verla bajar la cabeza—. ¿Por qué no hablas?

—No me han pedido la palabra—le di el frente, extrañado al dar un paso adelante.

Calcé las pantuflas que trajo y puso como por inercia en el suelo, al tener aún en sus manos la ropa de cama.

—¿Cómo es eso?—Pregunté, descolocado.




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