Convenio matrimonial

《 Cueva 》

—¿Cómo se les ocurre estar a estas horas de la noche haciendo cochinadas?—La mujer nos llevó por las orejas, fuera de la estancia al oír el maletín caer, mientras cada uno era arrastado al pasillo—. Y pensar que nunca iba a ver algo así de ti, jovencita.

—Ella no... ¡Auch!—Me jaló, duro y más fuerte de lo que alguna vez me habían castigado, elevando el escándalo para que los demás nos atendieran—. Escuche... ¡Auch!—Rezongué, adolorido por el nuevo tirón—. Señora, ella no hizo nada—enuncié, por encima de la conversación que estaba teniendo consigo misma y con sus ideales.

Parecía exclamar lo muy decepcionada que estaba de lo que su niña había hecho, el problema era que no estábamos haciendo nada; la muchacha solo quería conocer lo que quería, cuando en realidad, eso era lo mismo que yo buscaba, de parte de su padre.

Estaba aquí por él.

Había aceptado su solicitud, aún sin tener idea concreta del por qué, así que no podía seguir diciendo esas cosas, cuando de ninguna forma, le había faltado el respeto.

—Naná—la escuché, al estar nuestros costados derechos cerca de las escaleras, obteniendo la misma mirada desaprobatoria de su parte—. Puedo explicarlo.

—No me interesan tus explicaciones—la vi, indignado al entreabrir los labios, con la expresión desencajada por lo mencionado—. Lo mejor que puedes hacer ahora, es irte a tu cuarto—refutó, mirando su semblante entristecer al dejar caer el rostro, lastimada por la reprensión.

—Debería dejarla hablar—sus ojos se posaron sobre mí, con furia, contenida al saber que no podía hacerme daño, porque era la visita que, de algún modo, la terminó decepcionando.

—Naná...

—Que subas a tu cuarto, niña—ordenó, viéndola alejarse, notando una necesidad extraña de tomar su mano en el segundo, pero no quise darle más larga al asunto, ni crearle más problemas, posando la atención al estar dirigida a los escalones—. Y usted, me va a escuchar muy bien, ¡buen sin vergüenza!—apuntó, reprendido en su idioma de formas que nunca pensé oír, sin buscar traducir todo eso—. Si no quiere más problemas, lo mejor que puede hacer es, o irse de esta casa por respeto, o subir y encerrarse en su habitación—soltó, dura, hundiendo los hombros porque el enojo parecía haber cansado su cuerpo.

—La ratoncita solo quería saber quién era y la razón por la que estoy aquí—la defendí, a pesar de que ya no podía verla—. Protegía a su padre de mí; eso es lo que hace una buena hija—terminé por decir, con la guardia baja al darle unos movimientos de desaprobación, camino a los tramos que me llevaron a la habitación tipo cabaña, sin escuchar ninguna otra cosa de la mujer.

Estuve tentado a buscar otro atajo para disculparme con la muchacha, pero iba a ser como echarle más leña al fuego, si no es que como combustible, intensificaba el molesto incendio.

Pensé, por un segundo que ella también iba a hacer algo parecido, sin embargo, estuve con el puño pegado en la puerta por mucho rato, hasta que la molestia fue menguando, al igual que la sensación de culpabilidad.

No podía sacarme de la cabeza esa expresión en sus facciones, las que indicaban que se sentía bastante mal por haber roto las ideas buena que tenía esa mujer sobre ella.

¿Y de qué valía, si al final no le dio la oportunidad de expresarse? Esa buena impresión no era tan importante, cuando lo que tiene que decir alguien que amas, te parece tan insignificante.

Cerré los ojos al pasar el trago, arrepentido de haber ido abajo; solo notar que había alguien despierto, debió de lograr en mí el término de la curiosidad, el elegir la prudencia y el no prestar atención a nada de lo que sucedía, porque quizás así, ninguno de los dos hubiera pasado por esto.

Ahora se me haría imposible no solucionar las cosas, a la espera de una mañana que parecía ralentizarse con cada pensamiento que me atormentaba.

Liberé los dedos al estar resignado, entrando al dejar la frente contra la madera, buscando calmar el malestar en el pecho mientras pasaba las palmas por mis brazos.

Un destello en la memoria, me inundó de un cosquilleo que cruzó mis extremidades, negando al ir hacia una esquina de la cama donde permanecí hasta la salida del sol, despabilado y cruzado de brazos.

Oí los toques en la puerta que me llenaron de alivio, por lo que fui a abrir, decepcionado al no ser Ivon quien me estaba atendiendo en ese instante, sino otra chica de las tantas que había visto el día anterior.

—¿Puedo hacer una pregunta?—Expulsé, de inmediato, a pesar de que llevaba delantal y un uniforme acorde a su puesto.

—No estoy autorizada para responderle, señor—confesó, bajando la cabeza a modo de reverencia—. Luego de su desayuno, el señor Hewlett lo esperará en el despacho—pasé el trago al no lograr formular nada, cerrando en lo que revisé lo preparado.

Un manjar de dioses como el que merecía, el mismo para el que no tenía hambre, aunque no podía ignorarlo.

Traté de pasar las frutas y algunos panes cubiertos de mermelada de frambuesa y mantequilla, guardando el resto al dejarlo acomodado cerca de la puerta.

Quise preguntar si por lo de anoche me habían quitado a 《mi anfitriona》, pero era obvio que no necesitaba hacer la demanda, ni obtener una respuesta.




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