Convenio matrimonial

《 Castigo 》

Si bien, al inicio había pensado que se trataba de ponerle más fondo a la empresa, pude comprender que el señor Hewlett necesitaba algo más para lograr esa inversión; no era por arte de magia, tampoco porque el sector tecnológico en la medicina le interesaba; no. Él buscaba algo a cambio que deseaba encontrar en estas páginas, en sus ideas y en lo que planificó y trabajó.

Nunca pensé que tenia que venir preparado para durar aquí más de un día, pero estaba pasando y debía de hacerme cargo de eso, además de adaptarme a la situación y al clima del que gozaría de nuevo, dentro de un rato.

Subiendo en la cama, me sumergí en las líneas que hablaban sobre lo que él deseaba, una inyección, un aparato, una pastilla o una máquina; lo que fuera que le permitiera luchar a fondo con las enfermedades autoinmunes que generalmente, debilitaban y destruían de cuerpo al ser más sus células dañinas que las células sanas, por lo que acababan con la vida de la persona.

Eso de lo que a diario teníamos que enterarnos o de lo que también debíamos protegernos, a toda costa, para que ni siquiera la predisposición genética, nos hiciera caer en esas afecciones que destruían primero el alma y al final, el polvo que éramos como cuerpo.

Incluso mencionaba una forma de sanar o cambiar el ADN, pero eso iba a requerir más que tecnología, pues iba más allá de lo que podía hacer como empresario tecnológico y médico.

Suspiré, conversando por teléfono con uno de mis mejores investigadores y a quien le podía consultar cada proyecto que caía o idea que entraba en nuestras manos.

A la llamada se unió nuestro laboratorista estrella, el más experimentador al que de vez en cuando tenía que ponerle frenos por su forma de practicar con las cosas.

Cada uno tenía un punto de vista diferente, aún si ninguno estaba en desacuerdo, el punto principal era que esto era muy arriesgado.

El dinero podría o no faltar, pero, ¿y las esperanzas que ese señor ponía en esto? ¿Si no se las podía afianzar y las destruía antes de lo imaginado porque nada salió como era, qué iba a pasar con eso? Yo no hablaba mucho en base a emociones o sentimientos, sino basado en la objetividad y el plan me parecía bien, bueno y arriesgado, aunque no suficiente porque necesitaba un dato.

¿Quién era la persona que lo había inspirado?

Dejé la estancia y me llevé la bandeja con las cosas que me faltaban por comer; tomaba una pausa para aclarar mi mente y enfriar mi cerebro, solo que cada vez que caía en cuenta que estaba viendo el paisaje, volvía a sentirme como un hombre impotente que no podía ayudar en lo necesario.

En mi, estaba el deseo de rechazar esto, porque es demasiado y tuve que dejar a la tristeza entrar un rato, sentado en esa colina donde el hombre me había llevado.

Se sentía como un inminente fracaso el tener en la punta de la lengua esa negativa.

—¿Señor Stonn?—Vi a lo lejos a la mujer, que ondeaba su brazo para que la atendiera—. Es hora de la cena—miré mi brazo, pero no traía el reloj, por lo que decidí bajar con cuidado de no morir o lastimarme en el proceso, hallando unos escalones que el hombre no me mostró.

Eso me hizo sonreír, porque sabía que quería probarme un poco y ver qué tanto sacrificio podía hacer por esta labor a la que igual iba a darle una respuesta inesperada.

Solté los hombros al ir directo al baño cuando subí, pasando los dedos por mi cabellera al buscar liberarla de la tensión que la había llenado en el día.

Meditar se me hizo casi imposible y el pensar en mi actuación en el comedor, pareció dar miles de vueltas en mi cabeza, saliendo de allí al no poder apagar el sobrepensar por la ansiedad.

Tomé una camiseta oscura, de mangas cortas, con rayas prominentes al la tela ser de tipo abrigo, cambiando el azul grisáceo de esa prenda con un pantalón largo gris claro y unos zapatos oscuros del mismo tipo que los marrones.

Llegar a la mesa me costó, porque no lograba pasar del umbral al ver a las féminas llevar los platos al espacio, tomando las escaleras ante la decisión de no dar una respuesta el lo que restaba de ese día.

No quería arruinar la velada y menos darle malas noticias cuando habían sido tan buenos y hospitales conmigo.

Por lo mismo, mis manos se ocultaron entre mis bolsillos al bajar, dirigido por una joven hacia el comedor, cruzando el baño cómodo y la cueva, al terminar de pasar por un pasillo donde los tres me esperaban.

—Buenas noches—saludé, encantado al bajar la cabeza por el umbral, siendo el sitio acogedor y cálido para la sensación fría que hoy había aumentado.

—Señor Stonn—emitió el hombre, dándome una estrecha bienvenida al sostener su mano, mientras su hija me echaba atrás la silla.

—No era necesario—musité, en lo que me acomodé en el espacio, sintiendo la desventaja porque tuvo que acomodarse sola a mi lado.

—No es molestia—pregonó viendo al señor, que parecía curioso por no obtener el trato que me merecía, aunque tampoco lo quería.

—Con su respectivo permiso, siento algo extraño en esta silla—frunció el ceño, recibido en el escrutinio de la mujer, quien inclinó su cabeza ladeada en mi dirección—. ¿Quieres probarla? Tal vez...—Ivon aceptó, de pie al soltar la servilleta que tenía sobre sus piernas, inspeccionando el cojín al pedirle en un mover de mi cabeza que la probara, tomando asiento a pesar de que no se sentía segura del hecho—. ¿Sientes algo?




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