CAPÍTULO 10 – Lo que rompe no siempre mata

Thalassa – Presente

El grito la despertó.

No era suyo.
Tampoco de Lyrian.
Era un alarido profundo, rasgado, inhumano…
que venía desde la playa.

Saltó de la cama sin pensarlo, aún vestida con el sudor del sueño.
Y corrió.

Cuando llegó, encontró caos.

Una criatura, mitad sombra mitad carne, había emergido del mar.
Sus extremidades largas, su piel como escamas rotas, sus ojos dorados.
Idénticos a los de la visión.

Y frente a ella…
uno de los híbridos, herido, sangrando, apenas consciente.

—¡Atrás! —gritó Thalassa, lanzándose contra el monstruo con una ráfaga de canto afilado.

Pero la criatura no cayó.
Solo retrocedió.
Como si la probara.
Como si se burlara.

Hasta que Lyrian apareció.

Y con un rugido, se lanzó sobre el ser sin dudar.

La batalla fue violenta.
Agua, garras, colmillos.
Magia.

El refugio entero observó.

Y cuando finalmente lo hicieron retroceder…
la criatura se deshizo en agua oscura.
Desapareció entre las olas.
Pero no sin dejar su mensaje:

“Volveré por lo que me pertenece.”

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Después

El silencio pesaba más que la sangre derramada.

Thalassa se lavaba las manos cuando Lyrian entró.
Tenía la camisa rasgada, la piel arañada… y los ojos encendidos.

—¿Estás bien? —preguntó.

—¿Eso te importa?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—La que me haces hacer cuando desapareces por horas después de… lo que pasó.

Él se tensó.

—Pensé que tú necesitabas espacio.

—Lo necesitaba.
—No que te borraras.

—No sé cómo no borrarme, Thalassa.
—No sé amar sin desaparecer.

Ella lo miró.
Firme.
Herida.

—Entonces no me toques como si supieras quedarte.

Y salió, dejando atrás una grieta más.

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En el mar – Mientras tanto

Las aguas estaban revueltas.
Y desde el fondo, la criatura recuperaba forma.

“Ya comenzaron a sangrar entre ellos.
Ahora solo falta que uno caiga…
y el otro me abra la puerta.”