Después del repentino fallecimiento de la madre de Sergito, mi vecino, mis padres me encargaron la difícil, pero significativa tarea de acercarme a él para brindarle consuelo y distraerlo en medio de su angustia.
Coincidieron nuestras vacaciones, así que mis padres lo invitaban a cenar con nosotros. A pesar de su estado de negación, lográbamos persuadirlo con mi apoyo.
Cuando nos quedábamos a solas, lo animaba y reconfortaba con palabras de aliento que había escuchado en situaciones similares. Le recordaba que nuestros seres queridos fallecidos están dormidos en un sueño muy profundo del que un día Dios les hará despertar. Aunque solo el tiempo podía mitigar su dolor, al ponerme en su lugar sentía que contribuía de alguna manera a su bienestar. A veces, me partía el corazón verlo luchando por reprimir sus lágrimas en mi presencia, pero luego lo escuchaba llorar en solitario y no podía soportarlo; me acercaba, lo abrazaba y llorábamos juntos mientras me esforzaba por consolarlo.
En una tarde nublada, cuando ya había establecido un vínculo más cercano con Sergito, él me confió: "Angélica, quiero que me acompañes al cementerio para ponerle flores a mamá y hablarle. Sé que ella me escuchará desde donde esté. "Acepté su petición sin dudarlo, y sentí cómo mi corazón se encogía con cada palabra suya.
Mis padres estaban ocupados trabajando,, pero confiaba en que no tendría problema alguno con nuestra salida. Mientras caminábamos por las calles de nuestro vecindario, recogimos algunas flores de los jardines que encontramos.
Estando ya en el cementerio, antes de llegar al lugar donde reposaban los restos de la madre de Sergito, él me pide que lo deje a solas. Comprendí que necesitaba un momento de intimidad para desahogarse con su madre, y lo vi avanzar con el ramo de flores en sus manos. Desde mi posición, podía escuchar sus palabras tristes y conmovedoras: "Mamá, te extraño tanto. Como duele llegar a casa y no poder verte ni escuchar tu voz llamándome para cenar o incluso para regañarme por mis bajas calificaciones, aunque al final me decías que a pesar de todo yo siempre sería tu hijo adorado. Te prometo que esas palabras no serán en vano, me esforzaré y llegaré hacer alguien de quien te puedas sentir orgullosa. Los vecinos han sido muy buenos conmigo, especialmente los padres de Angélica. Ella está aquí conmigo, se ha convertido en mi paño de lágrimas."
Cada una de sus emotivas palabras, calaron hondo en mi corazón. No pude contener el nudo en mi garganta y sentí rodar dos lágrimas gruesas por mis mejillas.
De repente, el estruendo de un trueno impactó en el cielo seguido de una fuerte lluvia que interrumpió nuestra visita al cementerio. Entonces, lo vi salir detrás de la tumba y, tomando mi mano, me dijo: "Vámonos Angélica, corre, nos vamos a mojar." Como dos almas desenfrenadas, salimos corriendo del cementerio bajo la lluvia. Mientras corríamos en busca de refugio, nuestros cuerpos y ropas se empapaban haciéndonos parecer pollos mojados, eso nos provocó risas que milagrosamente disiparon la tristeza que momentos antes nos envolvía.
La sonrisa de Sergito bajo la lluvia quedó grabada en mi memoria de manera indeleble. Fue como si la luz del sol se hubiera abierto paso nuevamente después de una tormenta desoladora.
Desde ese instante, algo cambió en mi interior y empecé a ver a Sergito con los ojos de chica enamorada. Fue un sentimiento que surgió sin previo aviso, sin ninguna explicación lógica.
Al llegar a casa, completamente empapados, le di una toalla para que se secara y le presté un short y un suéter mío para que se cambiara. Se veía tan gracioso con mi ropa que no podíamos dejar de reír. Aunque a veces percibía un atisbo de timidez en su mirada, podía sentir que él también empezaba a sentir algo por mí.
Con el estómago rugiendo de hambre, nos dispusimos a preparar algo para cenar. Luego, le propuse que tomara una siesta en mi cama mientras yo descansaría en la habitación de mis padres.
Con el paso de los días, Sergito fue sanando poco a poco del dolor por la pérdida de su madre, y la resignación parecía encontrar un lugar en su corazón, mientras nuestros sentimientos alcanzaban el punto de la declaración. Fue él quien tomó la iniciativa y, por supuesto, yo acepté convertirme en su novia. Me había enamorado profundamente de él, por todas las cualidades maravillosas y positivas que vi en él durante esas vacaciones marcadas por el duelo. Mis padres se alegraron enormemente con nuestra relación y yo, a pesar de haberme enamorado en circunstancias tristes, sabía que nuestro amor era auténtico y verdadero. Estaba convencida de que la madre de Sergito estaría orgullosa de él. Cumplió la promesa que le hizo aquella tarde en el cementerio. Cada año, lo acompaño para llevarle flores y él le cuenta lo feliz que es al lado de aquella vecina que se había convertido en su paño de lágrimas.