Corazón Adorador

Destinos Entrelazados

Su corazón latía acelerado, la sangre y el sudor corrían por su golpeada cara. Los impactos resonaban con fuerza, al igual que los gritos de los aficionados, quienes estaban eufóricos por la pelea.

El árbitro separó a los boxeadores y Miguel Caballero miró a su duro rival mientras luchaba por respirar con el protector puesto. Tenía una meta clara en mente: ganar para llevarse el premio a casa. Creo que el otro chico también deseaba lo mismo.

Inició el cuarto round y la pelea se reanudó. Ambos peleadores dieron lo mejor de sí con gran determinación. Miguel aprovechó el cansancio y la baja defensa de su oponente para propinarle una combinación de golpes que lo derribó, lo cual fue recibido con vítores por parte del público.

El entrenador de Miguel se acercó a felicitarlo mientras él todavía jadeaba, mirando a su rival en el suelo. "Buena pelea, campeón. ¡Te felicito!" le gritó un aficionado mientras lo abrazaba.

A cientos de kilómetros de distancia, en otro lugar del país, después de que terminara la sencilla celebración por el quinceañero de Belén, ella salió al jardín de su casa y se sentó en el césped recordando a su amigo, con tantos recuerdos de él, sin saber nada de su paradero ni de su situación.

Comenzó a cantar con su melodiosa voz la canción "Ya pronto amanece", refléxiva sobre la esperanza y el amor. Al terminar la canción con tristeza, se puso de pie, miró su vestido y pronunció en voz baja: "Si tan solo hubieras venido", lamentó.

Diez años antes, en lo alto de una colina, una niña de diez años cantaba con una voz increíble, dedicando una hermosa alabanza a Dios. Al finalizar, formó un corazón con sus manos pequeñas y lo elevó al cielo antes de acostarse en la hierba y contemplar las nubes en el hermoso cielo azul. En ese momento, apareció un joven delgado y moreno de catorce años, quien la miró con enojo y se acercó a ella.

— Belén... tu mamá me envió a buscarte, dice que regreses rápido a casa — mencionó el muchacho.

La niña no le prestó atención y continuó observando el cielo. Ante su persistencia, el muchacho la tomó del brazo y la levantó.
Entonces el muchacho se enojó y la levantó del brazo.

— ¡Ay, suéltame! — le pidió Belén al muchacho.

— Tu mamá quiere que vuelvas a casa ahora mismo, así que vamos — le dijo él, llevándola casi arrastras hacia allá.

— Dechocolate, espera, mira, hay un árbol de mangos... yo quiero uno — suplicó la niña.

— Belén, no seas necia, esos mangos están tiernos — le regañó el muchacho.

— Lo sé, pero así lo quiero — dijo Belén, haciendo un puchero a su amigo.

Él la miró por unos segundos y sintió lástima por ella.

— Espera, voy por una vara — dijo el muchacho.

Sin embargo, Belén también buscó un método para cortar el mango deseado. Encontró una piedra, la agarró y la lanzó hacia el mango, pero la piedra no llegó a su objetivo, sino que se desvió en otra dirección.

— ¡Belén! — gritó el muchacho al ver caer la piedra.

Belén se sobresaltó al escuchar el grito de su amigo, quien llegó rápidamente muy enojado, llevándose las manos a la cabeza.

— ¡Le contaré a doña Flor que me diste en la cabeza! — le dijo el muchacho mientras se alejaba, dejándola sola.

La niña salió corriendo tras él.

Al llegar a casa, la madre de Belén la regañó fuertemente y luego invitó al muchacho a cenar para compensar el golpe.

Durante la cena, todos estaban tranquilos en la mesa, aunque Belén hacía mucho ruido.

— Hija, ya te he dicho que no comas así — le recordó doña Flor con paciencia.

Belén, con la boca llena y la cara embarrada, volvió a mirar a su mamá.

— Pero...— intentó decir con la boca llena, siendo interrumpida por su madre.

— No hables con la boca llena, come, límpiate la boca y después hablamos — la interrumpió la mamá.

El joven que cenaba con ellas, Miguel, se sintió incómodo al percibir que aunque él también comía de forma desordenada, no lo hacía como Belén.

Miguel era vecino de la familia de Belén

Belén vivía sola con su madre, ya que su padre murió cuando ella tenía solo seis años. La casa en la que vivían era grande y la mejor de la comunidad, donde la mayoría de las personas eran pobres y trabajadores de ricos finqueros.

El padre de Belén había sido abogado con recursos, por eso pudo construir esa hermosa casa. Su muerte marcó un cambio muy difícil en la vida de su hija y esposa.

La madre de Belén trabajaba en lo que podía para llevar el sustento a la casa, siendo viuda.
Belén y su amigo Miguel, a quien ella cariñosamente llamaba "Dechocolate" por su tez morena, formaban parte del coro de la iglesia y destacaban por su talento musical.

Un día, se encontraban junto al río con otros niños y adolescentes, disfrutando de un chapuzón. En un momento dado, Belén se detuvo a reflexionar y luego dirigió una mirada intensa a Dechocolate.

Él notó su mirada y finalmente preguntó:
— ¿Qué sucede?.

— ¿Alguna vez has pensado con quién te casarás? — indagó Belén.

Miguel se sorprendió un poco.

— Oh Dios... ¿En qué estás pensando? No, nunca me he planteado eso, solo soy un chico... y tú, una jovencita, no deberías estar pensando en eso — le reprendió.

Belén se quedó mirándolo fijamente, luego le preguntó:
— ¿A quién le tienes cariño?

Miguel respiró profundamente y después se levantó para lanzarse al río.

— Espera, no me has dicho quién te gusta — le dijo Belén.

— Déjame en paz — contestó él antes de zambullirse en el agua.

Por la tarde, ambos regresaron a casa empapados y con los ojos enrojecidos de tanto nadar.

— Me gustas tú — confesó ella.

— No inventes, Belén, mejor apúrate antes de que nos regañen — respondió Miguel, molesto.

Luego él se adelantó a Belén para llegar primero a casa.




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