El auto se deslizaba suavemente por la carretera, el suave murmullo del motor el único sonido que interrumpía el silencio tenso entre Alexander y Amelia. El departamento de ella se acercaba, pero la atmósfera en el vehículo era más eléctrica que relajante. Amelia, notando la incomodidad, decidió romper el hielo.
- Cariño, no me digas que estabas celoso - soltó con una sonrisa pícara, aunque sus ojos reflejaban una cierta preocupación.
Alexander, sorprendido por la franqueza de su pregunta, pero también aprovechando la oportunidad para avivar las llamas de su juego, respondió con un tono grave y sensual -No puedo negarlo. Ese hombre no quitaba los ojos de ti. Y créeme, me molestó más de lo que puedo admitir -.
Amelia se quedó sin palabras por un momento, sorprendida por la intensidad de su respuesta. Un rubor se apoderó de sus mejillas mientras sus ojos se encontraban con los de él. - Aunque mil hombres me observaran, mi corazón solo late por ti - susurró, su voz apenas audible.
Alexander sintió un escalofrío recorrer su espalda. Aquellas palabras, dichas con tanta sinceridad, lo desconcertaron. Por un instante, la farsa que habían construido se desvaneció, dejando al descubierto los sentimientos y el deceo que empezaban a florecer. Una sonrisa pícara se dibujó en sus labios mientras la miraba fijamente.
- Entonces, ¿qué haremos con este celoso que llevo dentro? - preguntó, acercándose peligrosamente a ella.
Amelia, sintiendo la cercanía de su aliento, se estremeció. - Tal vez deberías castigarlo - respondió con una voz seductora. Sus ojos brillando con una promesa oculta. Alexander sonrió, acercándose aún más. El mundo se desvaneció a su alrededor, dejando solo el calor de sus cuerpos vibrantes.
Justo cuando estaban a punto de perderse por completo el uno en el otro, un carraspeo nervioso los sobresaltó. El chofer de Alexander, visiblemente avergonzado, se aclaró la garganta desde el asiento delantero. - Disculpen, señor, señora, pero creo que ya hemos llegado.
Alexander se separó bruscamente de Amelia, su rostro enrojecido. Amelia, por su parte, fingió sorpresa y miró al chofer con una ceja alzada. '¡Pero si acabamos de salir!' exclamó, aunque su voz temblaba ligeramente.
El chofer evitó su mirada y se limitó a repetir: - Sí, señora. Pero creo que es hora de que regresen.
Con una mezcla de frustración y diversión por lo que acaba de ocurrir, Alexander se dirigió hacia la puerta del auto siguiendo su papel de novio falso pero empezando a disfruta de toda está situación. - Muy bien, muy bien. Bajemos - Al salir del vehículo, se volvió hacia Amelia y le guiñó un ojo. - Parece que nuestro momento romántico tendrá que esperar -
Amelia sonrió, pero su mirada se dirigió al chofer, quien aún se encontraba sentado en el asiento delantero, con la cabeza gacha. Sintió una punzada de culpa por haberlo puesto en esa situación incómoda.
Amelia cerró la puerta de su apartamento con un golpe suave, dejando atrás el ajetreo de la ciudad. Se dejó caer en el sofá, el corazón latiéndole a mil por hora. La noche había sido intensa, llena de emociones encontradas. Por un lado, se sentía eufórica al haber conquistado a Alexander, pero por otro lado, una sensación de inquietud la invadía. ¿Y si todo esto era demasiado bueno para ser verdad? ¿Y si al final resultaba herida? Sin embargo, esta duda fue rápidamente eclipsada por una determinación férrea. No iba a permitir que nadie se interpusiera en su camino. Alexander era suyo, y haría lo que fuera necesario para asegurarse de ello.
POR OTRO LADO ALEXANDER
La puerta se cerró suavemente detrás de ella, dejándome solo con el eco de sus tacones resonando en la entrada. Me giré para mirarla, y mi corazón dio un vuelco. La luz de la luna que se filtraba por la ventana dibujaba sombras suaves en su rostro, acentuando sus facciones perfectas. Recordé el momento en el auto, la cercanía, la electricidad en el aire. Había algo en ella que me atraía como un imán, algo que me hacía sentir vivo y me incitaba a pecar.
Me dirigía a casa, pero mis pensamientos insistían en volver hacia ella. Aquella mujer era un enigma envuelto en sensualidad, una fuerza magnética que me atraía hacia su órbita a pesar de mis intentos por mantener la distancia. Cada encuentro era una sorpresa, un descubrimiento que reavivaba la llama de la pasión que creía haber sofocado.
Su aroma, una embriagadora mezcla de jazmín y vainilla, me volvía loco. Era una fragancia que despertaba en mí instintos primitivos, una necesidad visceral de poseerla. A veces, cuando la tenía cerca, sentía cómo mi cuerpo se tensaba, cómo la sangre me pulsaba en las venas. En esos momentos, luchaba contra el impulso de besarla con la ferocidad de una bestia en celo, de hundir mi rostro en su cabello y perderme en su dulce perfume.
Pero siempre lograba contenerme, al menos en apariencia recordando que todo esto era una farsa la cual acepte por el simple hecho de haberme involucramo en un escándalo que no podia permitir, todo esto acabaría en seis meses. Me obligaba a mantener la calma, a comportarme como un caballero. Sin embargo, por dentro, era un volcán a punto de erupcionar. Y aunque supiera que no debía, anhelaba el momento en que pudiera abandonarme por completo a esa pasión desbordante.