Después de una noche tan intensa y llena de tensión, me dirigí a mis enfermeros:
—Chicos, pueden ir a descansar. Hoy me encargo yo del turno nocturno —dije, dirigiéndome a mis dos enfermeras y al enfermero.
—Pero, doctora Kim, usted también necesita descansar —protestó una de las enfermeras.
—No acepto reclamaciones. Vayan a descansar —insistí firmemente.
Mis enfermeros agradecieron y se retiraron a la tienda de campaña del equipo médico. Jeongin y Minho también se despidieron y salieron. Comprobé por última vez a Seungmin, quien había caído completamente dormido, agotado por todo lo que había pasado. Su respiración era regular y, a pesar de las heridas, parecía estar bien. Luego me acerqué a Félix, todavía inconsciente. Le puse la mano en la frente para comprobar si tenía fiebre, pero su temperatura era normal. Me sentí un poco aliviada por eso, aunque la preocupación seguía presente.
Chan se quedó, esperando a su amigo y Capitán, Changbin, quien seguía dando vueltas de un lado para otro, claramente inquieto.
—¿Podrías parar? —le pregunté de repente, rompiendo el silencio incómodo—. Llevas dando vueltas desde hace un rato, así solo molestas, mejor sal.
Changbin se quedó petrificado, sin saber qué decir. Chan, siempre el mediador, se acercó a él y, animadamente, le puso las manos en los hombros.
—Vamos, Capitán, necesitas descansar. Deja que la doctora Kim haga su trabajo —dijo Chan entre risas, tratando de aliviar la tensión mientras sacaba a Changbin del área médica.
Una vez que se fueron, me dejé caer rendida en la silla que había entre la camilla de Félix y la de Seungmin. Revolví mi pelo estresada, tratando de procesar todo lo que había sucedido. La adrenalina comenzaba a desvanecerse, y con ello, la magnitud de la situación me golpeó con fuerza.
Miré a mis amigos heridos y una ola de culpa me invadió. No había pasado nada extremadamente grave, pero me sentía responsable.
—¿No que este sitio era seguro y que todas las minas estaban detectadas? —murmuré para mí misma, frustrada.
Me levanté de la silla y comencé a revisar los vendajes de Seungmin. Luego, me acerqué a Félix y comprobé una vez más sus signos vitales. Estaba estable, pero seguía inconsciente, y eso me preocupaba. Sabía que necesitaríamos monitorearlo de cerca durante las próximas horas.
Las luces fluorescentes del área médica parpadeaban levemente, proyectando sombras inquietantes en las paredes. A pesar de haber pasado la última hora en observando a mis amigos, comenzaba a sentir una calma extraña
Miré el reloj en la pared: las manecillas marcaban las dos de la madrugada. Necesitaba un respiro. Después de asegurarme de que todo estaba en orden y que tanto Félix como Seungmin descansaban bien, me dirigí hacia la puerta. La brisa fresca de la noche me envolvió al salir, un contraste refrescante con el aire estéril del interior.
Caminé unos pasos y me encontré con unas cuantas rocas grandes. Me senté en una de ellas, dejando que el aire fresco acariciara mi piel y despejara mi mente. Cerré los ojos, tratando de ordenar mis pensamientos y liberarme de la culpa que pesaba sobre mis hombros. "No debí haberlos dejado salir tan tarde", me repetía, una y otra vez.
De repente, una voz familiar interrumpió mi soledad, voz que se estaba volviendo demasiado reconocible para mi.
—Doctora Kim—la voz de Changbin era suave pero firme.
Abrí los ojos y lo vi de pie a mi lado. Sin decir una palabra, se sentó junto a mí. Sentí su mirada recorrer mis brazos antes de tomar uno de ellos y girar mi mano para ver la palma. Sus cejas se fruncieron al ver los pequeños cortes y raspones que había ignorado mientras atendía a los demás.
—No te has curado tus heridas —me reclamó.
—Son solo superficiales —respondí, quitando mi mano de su agarre—. No es necesario curarlas. Son simples heridas.
—Podrías pillar una infección —insistió, su voz cargada de desaprobación.
Me encogí de hombros, restándole importancia. Cerré los ojos de nuevo, apoyando la cabeza en la gran roca detrás de mí.
—Mejor vete, Capitán Seo. No quiero hablar —dije, esperando que mi tono lo convenciera de dejarme sola.
Sentí su presencia a mi lado, su silencio cargado de palabras no dichas. La culpa seguía ahí, un peso invisible que parecía crecer con cada segundo que pasaba. Suponía que Changbin solo quería ayudar, pero en ese momento, la culpa y el agotamiento me superaban.
—Doctora Kim... —empezó a decir, pero lo interrumpí.
—Por favor - solté en un suspiro pesado.
Él no se movió.
—Doctora Kim, necesito decirte algo.
Eso fue la gota que colmó el vaso. Abrí los ojos de golpe y lo miré con furia.
—¿Decirme algo? ¿Después de ignorarme? ¡Te pedí ayuda y te burlaste de mí! No me ayudaste. ¿Qué clase de "Capitán" eres? —dije, sintiendo que la rabia me consumía.
El Capitán Seo me miró, visiblemente afectado. Sabía que tenía razón. Trató de hablar, pero lo interrumpí.
—Si hubieras llegado antes, si yo hubiera salido a buscarles antes, tal vez esas malditas piedras no se les hubieran caído encima. Tardamos. Tardé en salir a buscarles. No debí haberles dejado salir de noche. Debí haberles acompañado.
Mi tono fue disminuyendo a medida que la ira se mezclaba con tristeza. Las lágrimas amenazaban con escapar de mis ojos, pero no iba a soltar ni una delante de ese estúpido.
—Nunca pienses que es tu culpa, saliste a buscarles cuando sentiste que tardaban en llegar, no se te ocurra torturarte con eso — le escuché decir.
—Félix y Seungmin podrían haber... —No terminé la frase, incapaz de enfrentar esa posibilidad.
El Capitán extendió una mano hacia mí, su voz llena de arrepentimiento.
—Doctora Kim, lo siento de verdad.
No le respondí. Me negué a mirarlo.
—Vete, no quiero verte. Si antes no me ayudaste a buscarles, ahora no quiero escuchar tus palabras.
Seo se quedó en silencio por un momento. Luego, se levantó lentamente.
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Editado: 08.08.2024