La sala del trono de Veridia era un espectáculo impresionante de arquitectura gélida: columnas macizas de hielo pulido que se elevaban hasta un techo abovedado de cristal, a través del cual el cielo invernal se filtraba en tonos azules y grises. El Trono de Escarcha, tallado en un bloque de hielo antiguo, brillaba con una luz etérea. El Rey Theron, encorvado y pálido, apenas ocupaba su imponente asiento. A su lado, Lyra permanecía de pie, una estatua de dignidad y contención.
Un heraldo anunció la llegada de la delegación de Aetheria, y Lyra sintió una leve punzada de curiosidad. Rara vez recibían visitas de reinos tan alejados, especialmente de uno conocido por sus domadores de vientos y sus vastas llanuras soleadas. El contraste con Veridia no podía ser mayor.
"Presentando a Su Alteza Real, el Príncipe Kyle de Aetheria, y su séquito," proclamó el heraldo.
Un hombre alto y de constitución atlética entró en la sala. Su cabello, del color del trigo maduro, y sus ojos, de un vibrante tono verde bosque, eran sorprendentemente cálidos en el ambiente gélido. Una sonrisa genuina, no la expresión formal y cotidiana que solía ver en los diplomáticos, adornaba su rostro mientras se acercaba al trono. Vestía ropas prácticas de cuero y lana, a diferencia de las sedas y el hielo bordado de la corte veridiana. Había en su presencia una ligereza, un aire de libertad que a Lyra le resultaba a la vez desconcertante y extrañamente intrigante.
Kyle se inclinó con una reverencia que, aunque formal, carecía de la rigidez habitual. "Saludos, Rey Theron. Es un honor pisar las majestuosas tierras de Veridia." Su voz era profunda y resonante, como el viento a través de un campo abierto, y carecía de cualquier atisbo de temor o reverencia excesiva que Lyra a menudo percibía en la gente.
El Rey Theron, con un esfuerzo visible, asintió. "Bienvenido, Príncipe Kyle. ¿A qué debemos el placer de vuestra visita?"
"Mi padre, el Rey Valerius, envía sus respetos y una propuesta de alianza comercial para beneficiar a ambos reinos," respondió Kyle. "Nuestras tierras, tan diferentes, tienen mucho que ofrecerse mutuamente."
Mientras Kyle hablaba, sus ojos se posaron en Lyra. A diferencia de la mayoría, no se desviaron rápidamente. Se detuvieron, con una curiosidad abierta y una chispa de algo más que Lyra no pudo identificar. Ella lo miró a su vez, sus ojos azules impasibles, intentando leerlo. La mayoría de los hombres la evitaban o intentaban cortejarla con torpes elogios. Kyle, sin embargo, parecía simplemente… verla.
"Princesa Lyra", dijo Kyle, girando su cuerpo para dirigirse a ella. "He oído hablar mucho de vuestra sabiduría y vuestra habilidad para gobernar. Es un placer conoceros." Su sonrisa se mantuvo, cálida y sin pretensiones.
Lyra se sintió incómoda bajo su mirada. La mayoría se refería a su "frialdad" o "distancia", pero él hablaba de sabiduría y habilidad. Era una táctica inusual. "Las palabras viajan lejos, Príncipe Kyle," respondió Lyra, su tono medido. "A menudo, el eco es más ruidoso que la fuente."
Kyle rió suavemente, un sonido inesperado y agradable en la sala. "Es cierto. Y a veces, la fuente es más profunda y compleja de lo que el eco puede transmitir." Sus ojos verdes se encontraron con los suyos, y por un instante, Lyra sintió como si él estuviera intentando mirar a través de su armadura. Era una sensación perturbadora.
El Rey Theron interrumpió con una tos. "El Consejero Brynn os guiará a vuestros aposentos, Príncipe. Mañana por la mañana discutiremos los detalles de vuestra propuesta."
Kyle se despidió con otra reverencia al rey, y luego asintió a Lyra, su mirada permaneciendo un segundo más de lo necesario. "Hasta mañana, Princesa Lyra."
Mientras se retiraba, Lyra sintió una extraña punzada. No era desagrado, ni siquiera molestia. Era... una perturbación. La calidez de Kyle, su franqueza, era como una brisa templada que se colaba por una grieta en su muro de hielo. Y Lyra se preguntaba, con una inquietud apenas perceptible, si esa brisa podría, con el tiempo, empezar a derretir algo que llevaba mucho tiempo congelado.