Y ahí estaba en el suelo, el plato que contenía un gran pedazo de pastel de chocolate con una cereza arriba. El vaso de leche estaba al lado. A Alpha se le hizo agua la boca y su estómago rugió. Cerró los ojos.
—¿Piensas que te voy a hacer daño?... No, querida. Solo soy una mujer triste y amargada, que vive sola. No me gustan los gatos y el gendarme no me deja tener un perro. Pero también soy católica y sé que tengo que seguir adelante, porque sería un pecado si deseara no estar aquí. —Hizo una pausa—Creo que mejor me voy a dormir. Ahí te dejo tu cena, hermosa hada. Buenas noches.
Dicho esto, se oyó otro crujir del sillón cuando se puso de pie. Alpha observó esos pies aparentemente cansados que se alejaban y después se escuchó el ruido de la perilla cuando cerraba la recámara. Esperó unos segundos más y sintió que su estómago ya no podía más. Salió de su escondite y se puso de pie, observando el pastel. Meditó que, si recuperaba su estatura, ese pedazo de tarta no le serviría de nada, así que permaneció de esa manera. Con sus manos arrancaba bocados y comió ansiosa, luego… ¿Cómo podría beber la leche? Se cruzó de brazos para pensar. Su estómago rugió otra vez.
—Espera un poco, que no se me ocurre nada. —Alpha le habló a su vientre, mirándolo.
Ahí estaba la leche, fría y exquisita. Caminó, rodeando el vaso. Si al menos hubiera un popote por ahí, pensaba, frunciendo los labios. Entonces decidió que podía cargarlo…sí, podía hacerlo, abrazó el vaso y utilizando su fuerza con mesura, lo alzó. No, su boca estaba muy lejos de la orilla del vidrio y aunque hizo varios intentos de beber, no pudo.
Lanzó un refunfuño y bajó el vaso. Se pasó la mano por el cabello, pensativa. De pronto, se le ocurrió una idea. Con un brazo volvió a alzar el vaso y con su mano libre lo señaló, paralizándolo, luego ella dio un paso hacia atrás sonriendo, al ver el vaso suspendido en el aire. Acto seguido, lo agarró de la orilla y lo inclinó hacia ella. Abrió la boca, saboreándose anticipadamente. Ahí venía la leche, cuando de repente, se abrió la puerta de la habitación. Alpha se sobresaltó y entonces recibió el chorro blanco en su pecho, empapándola completamente, y ya no pudo huir, porque la mujer lanzó una risotada, viéndola a los ojos.
—¡Sabía que eras un hada! Volví porque pensé que querrías más leche, pero ya vi que te has hartado de ella.
Alpha se miró el vestido mojado, luego se cruzó de brazos, mirando con reproche a la señora.
—Todavía se burla de mí, ¡Mire lo que ha provocado!
—Discúlpame, hermosa. No pensé que sería un problema para ti beber del vaso, debí suponerlo.
Alpha se sacudía inútilmente su vestido y suspiró.
—Y dice que no tiene miedo de mí, ¿Está segura de eso? Porque necesito lavarme, estoy toda pegajosa.
—Claro que no te tengo miedo, ¡Estoy emocionada! Que hayas escogido mi casa para descansar, es muy tierno para mí. Anda, ahí está el baño.
Alpha se sintió relajada al oír esas palabras, después se escuchó un sinfín de partículas que la rodearon al recuperar su estatura.
—Vaya, sí que eres alta.
—En comparación con las mujeres irlandesas, no. —Alpha se quejó.
—Aun así, eres muy bella.
—Gracias. —Alpha sonrió y se dio vuelta para buscar el baño— ¿Puedo tomar una ducha?
—Claro que sí, ahora te doy una toalla.
Alpha volvió a sonreír. Después de varios minutos, salió de la regadera y se dio cuenta que la mujer le había dejado una bata de toalla en color rosa pastel que le gustó y se la puso de inmediato, pues empezaba a tener frío. Se envolvió su cabello con otra toalla y salió de la habitación, cerrando la puerta. Observó que la señora estaba sentada, mirando la televisión.
—¿Cuál es su nombre, para agradecer su ayuda, señora?
—Me llamo Elda Carmody… ¿Y tú?
—Alpha.
—Es un placer, Alpha, hada de Irlanda.
—Gracias por la cena, Elda.
—No tienes nada que agradecer, pero veo que tienes frío. Ahora mismo te doy ropa. Acompáñame, ven, aquí dormirás. Es la habitación de mis hijas que ahora luce desolada. —Elda abrió una puerta.
Alpha había notado dolor en la voz de Elda, luego entraron a la recámara. Se fijó en el buen gusto de la decoración del cuarto y el perfecto orden que guardaba todo. Elda sacó la ropa y luego la dejó sola. Alpha se vistió con unos pants color negro y sudadera gris con letras negras en el frente. Se sentó frente al tocador y se desenredó el cabello con un peine de anchos dientes. Observó su reflejo sereno. Después se incorporó y salió de ahí.
—¿Por qué me ha llamado hada de Irlanda? —preguntó, al sentarse en el sofá.
Elda regresó a verla con semblante sonriente.
—Porque muchos te llaman así. ¿No has visto las últimas noticias? Una periodista ha hecho un reporte especial acerca de ti.
Alpha no se asombró, porque sabía que eso sucedería, desde el día en que había visitado Waterside.
—¿Y qué más dicen de mí? —Alpha se acomodó en el sofá.
—Otros aseguran que eres una bruja.
—No lo soy. —Alpha negó con la cabeza.