—Yo también siento que algo no está bien. —intervino Damián, lanzando un leve gruñido.
—Es mejor que nos apuremos. —Kot caminó rápidamente, seguido de Antonina.
El árbol pomposo ya estaba a la vista de todos, cuando de repente, Edrev salió disparada con cara de espanto.
—¡No hay nadie! —Ella gimoteó— ¿Qué habrá sucedido?
—¡Ja, ja!
Sonó una risa y era macabra. Antonina se aferró del brazo de Kot y Damián percibió que todos sus pelos se le erizaban. Edrev voló y se escondió en el cabello de Antonina.
—¡Esas hadas insignificantes no eran más que unas santurronas! —dijo la voz entre los troncos de los árboles.
—¡No…no! ¿Qué les has hecho? —sollozó Edrev, asomando la cabeza.
—Tú eres la que nos falta, para completar el platillo para los kobolds, ahora dueños de los caminos del bosque.
Kot se lamentó mil veces no poderse convertir en ese momento en el grifo temible que era. Repentinamente aparecieron dos brujas volando amenazadoramente con sus horribles caras. Damián se puso en guardia. Odiaba a las brujas con todas sus fuerzas, por haberlo convertido en un felino. Kot miró el árbol y no sabía si resultaría la idea que se le estaba ocurriendo, pero alguna vez había oído una de tantas leyendas acerca de él.
—¡Rápido, abracen al árbol! —Kot gritó, poniendo el ejemplo.
Entonces Antonina corrió y lo imitó, Damián también, alzando sus enormes garras, Edrev salió del hombro de Antonina y abrazó a su querido árbol con ojos llorosos.
—¡Si, Kot, entiendo lo que quieres hacer! —Exclamó Edrev, temblando de miedo—¡Árbol mío, defiéndenos por favor, te pedimos tu ayuda!
Una de las brujas frunció el ceño al ver la acción de ellos y enarcó una ceja. La otra dibujó una maquiavélica sonrisa y después soltó otra carcajada.
—Árbol pomposo…—Edrev sollozó— protégenos.
Todos cerraron los ojos impulsados por el fervor en las palabras de Edrev y entonces Kot posó su mano sobre la de Antonina, luego ella la puso encima de la garra de Damián y Edrev agarró la otra pata del jaguar.
La bruja que se carcajeaba se calló y emitió un chillido espeluznante, al mismo tiempo que se abalanzaba hacia ellos, pero entonces repentinamente una enorme rama la golpeó en plena cara y se desplomó sobre la tierra boca abajo, gritando de dolor.
—Ahora verás…—masculló la bruja que seguía flotando, con semblante de ira.
El árbol comenzó a zarandear sus ramas gigantes con increíble fuerza creando ondas de aire como si fuera un abanico gigante. La hechicera alzó sus manos para taparse y no se dio cuenta, cuando del suelo comenzaron a brotar las gruesas raíces, salpicando la tierra por doquier. Una de ellas rodeó su cuerpo desde la cabeza hasta los pies, ante la mirada atónita de su compinche, que se incorporaba del suelo.
El árbol pomposo apretó fuertemente ese cuerpo maniatado y lo azotó varias veces contra la tierra, arrancándole alaridos horripilantes. Finalmente, el árbol lanzó a la hechicera desvanecida e inconsciente por los aires y la otra huyó para alcanzarla, mientras lloraba fuertemente. Después, las raíces se enterraron y las ramas dejaron de moverse, volviendo el silencio en el ambiente. Kot abrió los ojos y su semblante se iluminó al ver que el mito era una realidad. El árbol pomposo defendía su vida cuando oía los susurros angustiosos de los seres que se abrazaban de él. Regresó a ver a Antonina y reparó que seguía teniendo aferrada la mano temblorosa de ella, quien rompió en sollozos y repentinamente se arrojó hacia él para abrazarlo. Kot se quedó anonadado al sentir ese cuerpo delicado contra el suyo.
—Ahí vas, llorona. —dijo Kot, manteniendo sus brazos rígidos.
—Si…si, soy llorona. —Antonina alzó el rostro para contemplarlo— ¿No puedes solo…abrazarme?
Edrev suspiró al ver a la pareja que se miraba profundamente. Damián lanzó un resoplido y bajó sus garras, seguro de que el peligro había pasado.
—Árbol pomposo, —Edrev se cruzó de brazos— ahora entiendo por qué no te defendiste del gigante en la batalla pasada. Necesitabas nuestros abrazos, ¿No es verdad?
El árbol pomposo sacudió sus ramas en respuesta. Edrev lo abrazó nuevamente y derramó lágrimas de felicidad.
—¡Gracias…gracias! —exclamó ella, apretando los ojos.
Kot se apartó de Antonina deshaciendo el abrazo y le dio la espalda, rogando que nadie notara lo turbado que estaba, porque todavía sentía a flor de su piel prestada, emociones que Antonina había provocado. Por su parte, ella se quedaba estática por sentirse abandonada, defraudada porque quería sentir todavía ese torso que le transmitía tanta seguridad. Pensó que estaba loca por considerar siquiera que se había enamorado de un grifo, pero era la verdad. Edrev adivinó lo que le pasaba a esa nueva hada y voló hacia ella para acariciar su mejilla.
—Es mejor que no te ilusiones, Antonina. —susurró, mirándola a los ojos.
Antonina guardó silencio y bajó la mirada, luego empezó a caminar, siguiendo a Kot y a Damián.
—Ninguna parada más. —Avisó Kot con voz recia— Vamos directamente al castillo.
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