Corazón de hielo

HANNA

 

 

 

HANNA

 

No tenía una opinión de la casa, pero al estar frente a ella, supuse que estaría bien.

—¿Qué les parece? —exclamó Ralph con alegría.

Las chicas entraron en la casa envueltas en gritos y risas. Yo me limité a recoger mis cosas y encogerme de hombros. Las seguí dentro de la casa, la fachada hacía que pareciera una cabaña. Por dentro se dividía en una gran estancia, el comedor, la cocina, un baño, la sala y las escaleras. Arriba estaban las habitaciones. Había tres; la principal tenía su propio baño, las demás tendrían que compartir el de abajo. Las gemelas menores se instalaron en el cuarto más cercano al de Ralph. Supuse que querían sentirse protegidas. Summer tomó la habitación continua a esta. Lo que significaba que el ático era mío, todo mío. No tenía ningún problema con eso.

Abrí la puerta de madera vieja que conducía al ático, y esta dio paso a unas escaleras del siglo pasado. ¿Era seguro subir por ahí? Con cada paso que daba, los escalones chirriaban. Subí con cautela, y así llegué hasta el último frente a una segunda puerta, la cual empujé.

La estancia estaba vacía, tan solo una pequeña ventana circular, por la que los rayos de sol asomaban tenues, me recibió.

El suelo y las paredes de madera me dieron la bienvenida.

—Luce bien—dijo Ralph a mi espalda.

Lo encaré y me encogí de hombros.

—Supongo que sí—respondí.

Él solo se limitó a sonreír y se marchó.

Sacamos la cama sobrante del cuarto de Summer y la subimos al ático.

Ahora ya tenía donde dormir.

También sacamos un guardarropa, y poco a poco, todo tomó un poco de forma. Para mi gran sorpresa, las luces de la casa funcionaban a la perfección.

Improvisé un librero junto a la ventana, apilando los libros debajo de ella. Si conseguía un sofá, podría ser un lugar perfecto para leer, justo cuando la luz de la tarde golpeara mi ventana. Bajé las escaleras y vi que mis hermanas ya estaban instaladas.

—¿Dónde está Ralph? —pregunté.

Todas detuvieron lo que hacían y me miraron.

—Fue a conseguir comida—respondió Summer.

—Tenemos que distribuir las tareas, la casa es algo grande—anuncié—. Amber se encargará de la cocina porque es quien mejor sabe hacerlo. Yo me haré cargo de la limpieza de la casa, Violeta mantendrá limpio el jardín y Summer las habitaciones. Solo la de Ralph y las vuestras. No van a poner ni un pie en mi habitación, ¿está claro?—Todas asintieron—.Y por favor, Violeta, nada de meter animales callejeros— ordené.

La niña quiso replicar, pero con una mirada la silencié. Les di la espalda, bajé las escaleras y salí por la puerta principal. El día olía a entretiempo.

Hoy era el segundo día de primavera.

Cogí el gorro negro del bolsillo de mi pantalón, y cubrí mi cabello con él. Si mi blusa hubiera sido negra y no azul... hubiera parecido un ladrón. Caminé fuera de la casa, el jardín de la entrada era enorme. El patio trasero daba al bosque, y después del jardín delantero estaba la carretera. Tal vez, si seguía un pequeño sendero encontraría el lago.

Un mechón de cabello platinado y lacio se me escapó del gorro, y lo coloqué de nuevo en su lugar. Sabía que mis hermanas eran mis hermanas porque estuve con ellas toda la vida, pero si algún extraño nos viera, podría pensar que estábamos mintiendo y no lo culparía.

Empezando por mí. Las personas me calificarían como albina al lado de ellas. Mi piel era demasiado blanca, mi pelo y cejas platinados, y mis ojos grises enmarcados por pestañas gruesas y espesas. La describiría como una mirada profunda, nada en mi tenía color, excepto la ropa. Según mis hermanas, yo era un iceberg, por mi aspecto físico, y además, por la poca

tolerancia a las emociones humanas. Mi carácter era fuerte y poco racional. Después vino Summer, con su cabellera pelirroja y abundante. Sus ojos azules tan azules como el cielo de verano, enmarcados por dos cejas castañas y pestañas rizadas, y su piel, con un tono bronceado natural, como el color de la canela.

 

De mirada alegre y sonrisa ligera. No era fácil estar en silencio cuando compartías un espacio con Summer, siempre encontraba algo sobre qué hablar, siempre. A ella le gustaba tener la atención de todos, no soportaba pasar desapercibida, supongo que por eso no nos llevábamos bien.

Luego vino Amber, con su cabello rubio y ensortijado como muelles dorados, sus ojos marrones y almendrados, enmarcados por pestañas y cejas del color de su cabello, y su piel apiñonada. Amber solía perderse en sus pensamientos con demasiada facilidad, y era de trato fácil. Mi hermana favorita. Siempre tenía un consejo y una solución para todo.

Y por último, llegó Violeta, con su cabello lacio y negro, sus ojos rasgados y enmarcados por cejas negras y pestañas tupidas. Su mirada te atrapaba. Si mirabas directamente a sus ojos verdes, era difícil, realmente difícil, poder negarte a ella. Era hiperactiva por naturaleza. Nadie pensaría que una persona tan pequeña, podría provocar tanto desastre. Si alguien la viera en la calle, podría pensar que era asiática, pero no lo era.

Tropecé con una roca, provocando que volviera a la realidad.

Mis manos sufrieron raspones, y mis rodillas se mojaron. La mitad de mi cuerpo había caído en un lago. Era hermoso, grande y azul, y era todo mío.

Sonreí.

Miré a mi alrededor, estaba sola.

Respiré profundamente y metí dos de mis dedos en el agua. Hice una mueca, estaba tibia, yo hubiera esperado algo más frío, considerando que el invierno acababa de terminar.

—¡Hey! —gritó una voz desconocida. No levanté la vista—. No puedes estar aquí. —Se estaba acercando.

Le di la espalda a aquella voz y corrí a ocultarme en mi nueva casa.Entré rápidamente y me quité el gorro. A Ralph no le gustaba que lo usara. Las compras estaban sobre la mesa de la cocina, y Amber estaba preparando la comida.




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