Corazón de hielo

Capítulo 1: La Decisión

El frío de Bergen era diferente al de Madrid. Más húmedo, más penetrante, como si quisiera recordarle a Astrid que estaba más al norte de lo que jamás había imaginado estar. Ajustó su bufanda mientras observaba el fiordo desde la ventana de su pequeño apartamento. Las aguas oscuras reflejanban un cielo gris que parecía fundirse con el horizonte.

—Sigo sin entender por qué Noruega —la voz de su madre resonaba a través del altavoz del móvil—. Había plazas en Italia, incluso en Francia...

Astrid sonrió, acostumbrada ya a esta conversación.

—Porque necesitaba algo diferente, mamá. Completamente diferente.

El suspiro al otro lado de la línea fue tan dramático que casi pudo visualizar a su madre en la cocina de Madrid, probablemente preparando el café de media mañana.

—Diferente era dar clases en un colegio privado en lugar de uno público, cariño. Esto es... —hizo una pausa— una locura.

—Una aventura —corrigió Astrid, observando cómo los últimos rayos del sol, apenas las tres de la tarde, se desvanecían tras las montañas—. Además, solo son seis meses.

La verdad era que ni ella misma entendía completamente qué la había impulsado a solicitar el intercambio en un pequeño pueblo cerca de Bergen. Quizás fueron las fotografías de los fiordos en el folleto del programa, o tal vez las historias que había leído sobre las auroras boreales. O simplemente la necesidad de escapar de la rutina que había construido durante los últimos cinco años enseñando en Madrid.

—La directora del colegio es encantadora —continuó, intentando tranquilizar a su madre—. Y los niños... bueno, son niños. El idioma es un reto, pero la mayoría habla inglés bastante bien.

—¿Y fuera del colegio? ¿Has conocido a alguien?

Astrid reprimió una sonrisa. Su madre siempre volvía a ese tema, como si estar soltera a los veintiocho fuera una especie de enfermedad que necesitaba cura urgente.

—Mamá...

—Solo pregunto. Es normal preocuparse.

Un golpe en la puerta interrumpió la conversación. Era Maren, su compañera de trabajo, una mujer noruega de unos cuarenta años que se había autonombrado su guía no oficial en el pueblo.

—Tengo que dejarte, mamá. Te llamo mañana.

Tras las despedidas de rigor, Astrid abrió la puerta. Maren estaba envuelta en lo que parecían varias capas de ropa, su cabello rubio escapando de un gorro de lana.

—¿Lista para la caminata? —preguntó con su marcado acento.

—¿Con este frío?

Maren soltó una carcajada que resonó en el pasillo.

—Si esperas al buen tiempo en Noruega, nunca saldrás de casa. Además —sus ojos brillaron con un destello de misterio—, quiero mostrarte algo especial. El bosque está precioso con la primera nevada.

Astrid miró por la ventana. La nieve había comenzado a caer suavemente, como si alguien estuviera espolvoreando azúcar sobre el paisaje.

—Dame cinco minutos.

Mientras se preparaba, colocándose varias capas de ropa como había aprendido a hacer desde su llegada, sintió que algo estaba a punto de cambiar.




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