El bosque noruego era muy diferente a cualquier cosa que Astrid hubiera visto antes. Los abetos y pinos se alzaban majestuosos, sus ramas cargadas de nieve creando un dosel blanco sobre sus cabezas. Sus botas crujían sobre la nieve fresca mientras seguía a Maren por un sendero apenas visible.
—Este bosque tiene más de mil años —explicó Maren, su voz mezclándose con el susurro del viento entre los árboles—. Los antiguos decían que era un lugar sagrado para los vikingos.
—¿Vikingos? —Astrid se detuvo para ajustar su bufanda—. ¿Aquí?
—Oh, sí. Hay muchas historias. —Maren señaló hacia un grupo de rocas cubiertas parcialmente por la nieve—. ¿Ves esas marcas? Son runas. Aunque la mayoría está tan desgastada que nadie puede leerlas ya.
Astrid se acercó, fascinada. Bajo la capa de nieve, podía distinguir vagamente líneas talladas en la piedra, patrones geométricos que parecían contar historias olvidadas.
—Los ancianos del pueblo dicen que en noches especiales, cuando las auroras boreales bailan en el cielo, se pueden oír los ecos del pasado —continuó Maren, su voz adquiriendo un tono misterioso—. Algunos incluso aseguran haber visto... cosas.
—¿Qué tipo de cosas?
Maren se encogió de hombros, una sonrisa enigmática en sus labios.
—Figuras, sombras, luces extrañas. Mi abuela solía decir que el tiempo es como un río, y que en algunos lugares, como este bosque, la corriente es más débil.
Siguieron caminando en silencio. El día comenzaba a declinar, aunque apenas eran las tres de la tarde, y la luz adquiría ese tono azulado característico de los inviernos nórdicos.
De repente, Astrid se detuvo. Algo había cambiado en el ambiente. El viento, que hasta entonces había sido constante, cesó por completo. El silencio que siguió era tan profundo que podía oír los latidos de su propio corazón.
—¿Maren? —llamó, pero no hubo respuesta.
Se giró, desconcertada. Su compañera, que había estado justo delante de ella, había desaparecido. El pánico comenzó a crecer en su pecho mientras giraba sobre sí misma, buscándola.
—¡Maren! —gritó de nuevo.
Su voz pareció ser absorbida por la quietud del bosque. Fue entonces cuando lo notó: un suave resplandor verdoso entre los árboles, como si las auroras boreales hubieran descendido hasta el suelo del bosque. Algo en aquella luz la llamaba, una atracción inexplicable que hacía que cada paso hacia ella pareciera inevitable.
La nieve crujía bajo sus pies mientras avanzaba, hipnotizada. El resplandor se hacía más intenso a medida que se acercaba, hasta que llegó a un claro perfectamente circular rodeado de antiguos pinos. En el centro, el aire mismo parecía ondular, como la superficie de un lago tocada por una brisa invisible.
Una parte de su mente le gritaba que diera media vuelta, que aquello no era natural, que debía buscar a Maren y regresar al pueblo. Pero otra parte, una más profunda y antigua, susurraba que esto era exactamente lo que había venido a buscar a Noruega, aunque no lo supiera hasta ahora.
Extendió una mano temblorosa hacia la luz. El aire alrededor de sus dedos comenzó a vibrar, y un hormigueo eléctrico recorrió su brazo. Lo último que recordaría después sería el sonido de su propio grito mientras el mundo a su alrededor se disolvía en un torbellino de luz y color.
Editado: 05.01.2025