Corazón de hielo

Capítulo 5 - Primeras Lecciones

El amanecer llegó con una suavidad que Astrid no esperaba en un mundo tan salvaje. Los primeros rayos del sol se filtraban por las rendijas de la casa larga, creando patrones dorados en el suelo de tierra. Se incorporó lentamente, su cuerpo adolorido por haber dormido sobre el banco cubierto de pieles.

Helga ya estaba despierta, atizando el fuego central. Le había proporcionado un vestido de lana azul y un delantal el día anterior, y aunque la ropa era más áspera de lo que estaba acostumbrada, agradecía no destacar tanto.

Un movimiento en la puerta captó su atención. Erik entraba, y por primera vez desde su llegada, Astrid pudo observarlo sin que el miedo nublara su visión. La luz del amanecer lo bañaba, destacando los matices dorados en su cabello rubio trenzado. Sin la urgencia de la batalla o la sospecha inicial, su rostro mostraba una nobleza que no había notado antes. La cicatriz en su mejilla, en lugar de desfigurarlo, añadía carácter a sus facciones.

Se movía con la gracia natural de un guerrero, cada gesto medido y preciso. Sus ojos, del color del fiordo en invierno, se encontraron con los suyos por un momento. Astrid sintió que el aire se le atascaba en la garganta.

—Buenos días —dijo en latín, con una voz más suave de lo que la recordaba.

—Buenos días —respondió ella, sorprendida de que se hubiera molestado en aprender el saludo.

Erik intercambió algunas palabras con su madre y se sentó cerca del fuego. Una joven sirvienta trajo cuencos con gachas de avena y pan recién horneado. El aroma hizo que el estómago de Astrid rugiera, recordándole que apenas había comido desde su llegada.

—Come —dijo Helga, empujando un cuenco hacia ella—. Necesitarás fuerzas.

La avena había sido cocida lentamente y había sido endulzada con miel y especias. No era muy distinto a su desayuno habitual.

Mientras comían en silencio, Astrid no pudo evitar observar a Erik de reojo. Sus manos, aunque encallecidas por la espada, manejaban el cuenco con una delicadeza sorprendente. Una vez, cuando creía que nadie lo miraba, lo vio sonreír ante algo que dijo su madre, y esa sonrisa transformó por completo su rostro, suavizando sus rasgos y haciendo brillar sus ojos.

Hun stirrer —dijo Erik a su madre, y aunque Astrid no entendió las palabras, el tono divertido era inconfundible. Se sonrojó y bajó la mirada a su comida.

—Mi hijo dice que lo miras fijamente —tradujo Helga, una chispa de humor en sus ojos.

Astrid sintió que sus mejillas se calentaban aún más.

—Yo... lo siento. Es solo que... —se interrumpió, sin saber cómo explicar que estaba tratando de reconciliar al guerrero feroz del bosque con este hombre que sonreía suavemente en el desayuno.

Erik se levantó, y por un momento Astrid temió haberlo ofendido. Pero él simplemente se acercó y se agachó frente a ella, sus ojos azules estudiándola con una intensidad que le cortó la respiración.

—Hoy aprenderás nuestra lengua —dijo en un latín cuidadoso, obviamente practicado—. No puedes vivir aquí sin entender.

La proximidad la abrumaba. Podía ver las pequeñas arrugas alrededor de sus ojos, el modo en que su barba trenzada enmarcaba su mandíbula fuerte, el ligero movimiento de su pecho al respirar. Olía a cuero, a humo de leña y a algo salvaje y uniquely masculino.

—¿Tú... tú me enseñarás? —ella logró preguntar.

Una media sonrisa curvó sus labios.

—No. Mi madre. Yo... —hizo una pausa, buscando las palabras—. Yo debo proteger el poblado. Pero vendré a ver tus progresos.

Se levantó con un movimiento fluido y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, se detuvo y la miró una última vez.

—Astrid —dijo su nombre por primera vez, y el sonido envió un escalofrío por su espalda—. No más miradas fijas.

Y con eso se fue, dejándola con el corazón latiendo desordenadamente y las mejillas ardiendo. Helga soltó una suave risa.

—Los hombres son iguales en cualquier época, ¿verdad? —comentó, comenzando a recoger los cuencos—. Fingen no notar las miradas, pero sus egos se alimentan de ellas.

—Yo no estaba...

—Por supuesto que no —interrumpió Helga con una sonrisa conocedora—. Ahora, empecemos con tu primera lección. ¿Lista para aprender cómo decir "buenos días" en nuestra lengua?

Astrid asintió, agradecida por el cambio de tema, aunque no podía sacarse de la mente la imagen de esos ojos azules mirándola con tanta intensidad, ni la forma en que su nombre había sonado en sus labios.

En algún lugar de su mente, una voz le recordaba que no debía permitirse estos sentimientos. Que no pertenecía a este tiempo, que tenía que encontrar una manera de volver. Pero otra parte de ella, una parte que crecía más fuerte con cada hora que pasaba, se preguntaba si tal vez los dioses vikingos realmente tenían un plan para ella en este lugar, en este tiempo, con estas personas.

Con este hombre.




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