Corazón desfigurado

CAPÍTULO 1

La carretera no solo estaba bañada por la tenue lluvia que caía en ese momento, sino que también la adornaban las partes de los automóviles que acababan de chocar. Aunque uno de ellos estaba ardiendo, el agua no lo había podido apagar, pero lo más desgarrador era ver cómo Lucien intentaba salvar la vida de su novia.

—Despierta, amor… Por favor, respóndeme —le susurró mientras le practicaba compresiones torácicas sin descanso alguno.

A pesar de no recibir respuesta, él no se rendía, aunque supiera que el sentir entre sus manos el cuerpo frío de ella le indicaba que ya estaba muerta. El impacto que recibió fue fulminante, pero su corazón no podía aceptarlo, no quería afirmar que su prometida lo había abandonado.

—¡No me dejes, por favor! —suplicó, sus lágrimas se mezclaban con la lluvia, estaba desesperado…

Lucien se incorporó, sobresaltado, bañado en sudor. Su grito lo había despertado de ese devastador sueño que tenía todas las noches. Desde aquel trágico día no había sido capaz de dormir más de unas pocas horas antes de que los recuerdos lo atacaran en sus sueños y viera una y otra vez a su único amor morir entre sus brazos.

Él tocó la parte derecha de su cara, aquella que contenía una gran quemadura como recordatorio de que él sobrevivió, y ella, la mujer de su vida, no lo había hecho. Los recuerdos serían aún peores, porque ese día se cumplían dos años de su muerte.

Invadido por una profunda tristeza, decidió levantarse, sin importarle que faltaran muchas horas para el amanecer. Se puso un atuendo deportivo, salió de la mansión que compartía con sus padres y, una vez en su vehículo, se dirigió al único lugar en el que quería estar, en donde su amada descansaba en paz: el cementerio.

Iba perdido en sus pensamientos mientras conducía. Las calles estaban desiertas a pesar de ser una ciudad que poco dormía. Parecía como si su camino estuviera despejado para llegar hasta donde se sentía más cerca de ella, la mujer con la que vivió los mejores momentos de su vida, su alma gemela, con quien se sentía completo y que sin ella no sería jamás el mismo, ni por dentro ni por fuera.

Entró en el camposanto sin dificultad ni temor, para él, era un lugar lleno de tranquilidad, en el que podía sentir que su amada Emely estaba con él en espíritu.

Se quedó allí un par de horas, contemplando la lápida, ni siquiera reparó en que había salido el sol, perdido en sus recuerdos más hermosos con ella, en cómo iban a casarse, en cómo era tan feliz a su lado, y maldiciendo a todos los que habitaban en el cielo por quitársela, por arrebatarle a la persona que más amaba.

No habló. Solo se quedó allí, mirando el pedazo de piedra que decía el nombre de ella, deseando verla una vez más, aunque eso fuera imposible.

Salió de su ensimismamiento cuando, de repente, su teléfono sonó, reproduciendo el timbre que había puesto para reconocer las llamadas de su madre. Solo podía contactarlo por una cosa, su padre.

—Disculpa, cariño mío, pero tu padre te necesita, ya ha llegado el momento —expresó su mamá con voz ahogada por el dolor de ver cómo esa terrible enfermedad se llevaba a su esposo.

—Estaré allí de inmediato —dicho esto, cerró rápidamente la llamada.

Acarició la lápida con amor, una actitud que nadie había visto en él desde el fatídico incidente, ya que, desde ese momento, él se encerró en su dolor.

—Te extraño, amor mío, más que a nada en el mundo. Y si no fuera porque sé que te enojarías, si intentase estar contigo en lugar de seguir adelante, ya habría ido a tu lado. Vivo solo por ti. Te amo, Emely, hasta la eternidad en la que un día volaremos juntos.

Le dirigió una última mirada, borró una pequeña lágrima que se le escapó de los ojos y se encaminó a despedir ahora a su padre.

La muerte es la única cosa de la que ningún ser vivo puede escapar; desde que tienes conciencia debes saber que vas a morir y comprender que tus seres queridos también lo harán. Lucien lo comprendía, pero eso no significaba que él lo aceptara. Nunca podría aceptar la muerte de aquellos que siempre estuvieron a su lado en los momentos buenos y en los difíciles.

En cuestión de segundos, llegó a su coche, lo encendió y a toda velocidad se dirigió hacia su hogar, pensando que si no se apresuraba podría no llegar a tiempo. No obstante, el destino, que no hacía otra cosa que arrebatarle a quienes amaba, actuó esta vez a su favor y le permitió llegar más rápido de lo que había salido de su mansión.

Después de aparcar, Lucien subió directo a la habitación de sus padres, entrando a ella, sin previo aviso. Su madre decidió marcharse para que pudieran conversar, estaba muy dolida, pero sabía que era la despedida, así que, tras darle un suave apretón en el hombro a su hijo, salió de la habitación.

—Papá —manifestó tras cerrar suavemente la puerta.

—Acércate, hijo mío, quiero pedirte algo —expresó su padre mientras tosía.

Leopold Fornax era un empresario de prestigio, el cual, había sido diagnosticado con una enfermedad terminal y, por más tratamientos que se le hicieron, mediante los mejores médicos del mundo, no lograron combatirla y ahora se encontraba en sus últimos momentos.

—No debes hacer esfuerzo —le aconsejó su hijo.



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En el texto hay: secretos, dramas, sufrimientos

Editado: 21.07.2023

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