—Aura, por favor, dime que no es verdad —suplicó la dama, hermana del difunto Leopold Fornax, al entrar apresuradamente a la habitación donde yacía este. Tras verlo sin vida, continuó—: Todavía te faltaban muchos años por vivir, si no fuera por esa terrible enfermedad, hermano. —Lloró desconsolada—. ¿Qué será mi vida sin ti?
Aura se acercó a ella y ambas terminaron abrazadas llorando la pérdida de ese ser tan maravilloso. Lucien, por su parte, abandonó la habitación, debía preparar todo para el funeral de su padre y, a paso lento, caminó hasta el despacho de él.
Al entrar en aquella oficina, muchos recuerdos lo golpearon, incluso el perfume característico de su progenitor estaba impregnado dentro de esas cuatro paredes.
Se quedó unos minutos observando el lugar lleno de fotos familiares, más los trofeos que se ganó en la escuela, los cuales su padre siempre mostraba con orgullo. Recordó cómo solía sentarse en el gran sillón a observar a su padre trabajar mientras le hacía miles de preguntas sobre la compañía, mostrando interés por ella desde muy pequeño.
Lucien siempre quiso ser como su padre; era su ejemplo a seguir y ese día lo había perdido. Tan solo le quedaba su amada madre.
Se sentó en la silla de su progenitor, experimentando una nostalgia tan intensa como nunca había imaginado. Sin embargo, sabía que tenía que ocuparse de los preparativos del funeral para darle una sepultura digna, como él merecía, por lo que se obligó a recomponerse de inmediato.
Durante las horas que le restaban a aquella mañana, planificó todo, desde los preparativos para el cuerpo, la legalización del fallecimiento hasta la elección de la última vestimenta que su padre luciría, así como también las coronas de flores, la iglesia, e incluso notificó a las personas próximas de lo sucedido. Su madre no se encontraba en condiciones de hacerlo. Ella solo había llamado a su cuñada, quien siempre estuvo atenta a la salud de su hermano.
Aquel mismo día, el señor Fornax sería enterrado; fue una de sus condiciones, no quería que lo llevaran a una funeraria, sino a la iglesia y tendría descanso eterno en el mismo cementerio que Emely. Lucien sintió tristeza al pensar que esas dos personas importantes para él estarían en el mismo lugar, y él no podría acompañarlas en su camino.
Dado que su madre estaba acompañada por su tía Deborah, decidió permanecer en el despacho, ya que la misa no empezaría hasta las cuatro y media de la tarde. Allí, descorchó el Bourbon favorito de Leopold y empezó a beber en su nombre, recordando cómo era feliz con él.
No supo ni cuándo ocurrió, pero terminó quedándose dormido. Se despertó por su mamá, que había ido a avisarle que ya era hora. También ella se quedó mirando el lugar con nostalgia. Ya no iría allí a buscar a su amado esposo para que dejara de trabajar y descansara un momento.
Aura le pidió a su hijo que fuera a comer, él se iba a negar, pero al ver la expresión de su madre, aceptó. Lucien se incorporó de la silla con pesar, debía alimentarse un poco antes de prepararse para el último adiós de su guía, mentor y ejemplo, Leopold Fornax. El negro no era un problema para él, ya que era lo que adornaba su ropa desde que perdió a su novia y la máscara que cubría la mitad de su cara, no le gustaba usarla, pero tampoco le agradaba que lo vieran con lástima.
Una hora después, con vestimenta oscura, Aura, Deborah, quien había decidido quedarse con su cuñada, y él mismo, subieron al todoterreno con destino a la iglesia del camposanto donde se celebraría el servicio conmemorativo. Allí se reunirían con todas las personas allegadas a ellos y socios de la empresa.
En el vehículo, nadie habló, solo se oyó el débil sollozo de la viuda; el trayecto duró aproximadamente veinte minutos hasta llegar a la iglesia.
Una vez que el vehículo se detuvo, Lucien ayudó a su madre a bajar de él; estaba allí de nuevo, pero esta vez despediría a su padre.
Entraron en la iglesia, él abrazando a su madre y Deborah siguiéndoles hasta el altar donde estaba el ataúd con Leopold dentro, el cual estaba abierto, alrededor había coronas de rosas rojas, que representaban el amor y respeto por el difunto y otras con claveles simbolizando la admiración y lo que significó para ellos.
A los pocos minutos empezaron a llegar las personas allegadas a la familia, incluyendo a los Harmon.
—Siento profundamente su pérdida —profirió Thelonious Harmon, dando el pésame junto a su esposa y su hija.
—Lucien. —Danika se acercó a él y le dio un abrazo, el cual no fue correspondido por su parte, ya que no le agradaban esas muestras de afecto, mucho menos que lo tocaran, pero decidió dejarlo pasar por ser su amiga, aunque sutilmente se la quitó de encima—. Lamento mucho tu pérdida, cuenta conmigo para lo que necesites.
—Gracias —respondió neutro.
Ella trató de tocar la máscara que adornaba la mitad de su rostro y él la detuvo, dirigiéndole una mirada severa.
—Perdón, fue un impulso —manifestó de forma tímida y antes de que pudiera decir algo más, alguien los interrumpió.
—Lucien. —Erick, hijo de Deborah, que ese día había regresado de su estancia como doctor en la milicia y se había enterado de la muerte de su tío, se acercó apresuradamente—. Te acompaño en tu dolor, primo. —Su rostro reflejaba el cansancio del largo viaje, pero también la melancolía de la pérdida—. Mi tío Leopold era como un padre para mí.