Corazón desobediente

Capítulo 11

El alma no puede tener secretos sin que la conducta los revele. 

Giovanni Papiri

Levi

Desde este momento, estoy decidido a no permitir que Suss consuma alcohol, al menos en mi presencia. No imaginaba que su manera de actuar cambiaría de forma radical. En este preciso instante, parece como si estuviera siendo otra persona. Alguien escandaloso, parlanchín y excesivamente sincero.

Acompañé a Marina y Suss hasta su cabaña. Marina se despidió con tranquilidad e intentó llevarse a Suss con ella. Sin embargo, mi amiga se negaba a irse, aferrándose a mi cuello como si fuera su juguete preferido y no quisiera soltarlo jamás. Le dije a Marina que sería mejor que entrara, y que yo me encargaría de buscar la forma de hacer que se fuera a dormir. Por eso estamos aquí, fuera de la cabaña, sentados uno al lado del otro en una hamaca. Estoy esperando a que agote sus energías, aunque parece que eso no ocurrirá hoy.

—¡Yupi! —exclama mientras se balancea en la red de tela. Tengo que ayudarla a moverla porque no puede con mi peso—. ¡Yupi! —dice de nuevo mientras nos balanceamos en el aire.

Va a intentarlo de nuevo, pero la detengo. Lo ha hecho más de 20 veces. —Suss —la agarro por los hombros y le sonrío amistosamente—. Te vas a marear. No querrás vomitar de nuevo, ¿o sí? 

Después del espectáculo que protagonizó en la fogata, dudo que ella tenga ganas de hacerlo. Cuando comenzó a vomitar, ese trío dejó de molestarla y comprendieron que debían detenerse. Ellos se marcharon y me quedé con las chicas, Luis y, por supuesto, Sebastian. A él se le notaba que estaba molesto por mi atención hacia Suss, pero no tenía tiempo para lidiar con sus celos infundados. Así que cuando se ofreció a acompañarme para llevar a las chicas, lo rechacé de inmediato. Ya tenía suficiente con Suss como para añadir a un hermano con el que no estaba en buenos términos.

—No, no quiero —asegura con vehemencia.

Suss se recuesta en la hamaca y me mira sonriente. —Ríe un poco, Levi. Estás muy gruñón —dice con voz cantarina. 

Le sonrío, no puedo evitarlo, se ve y se escucha chistosa. —No estoy gruñón, solo algo molesto contigo. No entiendo por qué te dejaste hacer esto.

—¿Qué cosa? —pregunta inocente.

—Esto —la señalo—, como estás ahora. Estás tan borracha que no pareces tú.

—¡Borracha! —pronuncia riéndose y le doy mala cara—. No frunzas el ceño —se acerca a mí y pone sus manos en mi cara. Entonces empieza a masajearme la frente. 

Luce tan concentrada que no me apetece apartarla. Al estar tan cerca de mí, no puedo evitar reparar en ciertos detalles. Su cabello despeinado, su mirada adormilada, las mejillas sonrojadas y un puchero que no desaparece de su boca. Sonrío, Suss nunca pone pucheros. Al menos no que yo recuerde haber visto.

—¡Listo! —dice mientras que con confianza se arroja hacia atrás y cae, por fortuna, sobre la hamaca. 

Abro mis ojos sorprendido. Si no hubiera tenido suerte, podría haber caído al suelo y lastimarse. Las hamacas no son los asientos más seguros, y Suss alcoholizada no es la persona más confiable del mundo. En realidad, si lo pienso bien, parece que nadie lo es.

Le agarro por los brazos y la acomodo. No dejaré que se levante de nuevo. 

—Levi —suelta un suspiro.

—¿Sí?

—He ganado. 

—No entiendo —la miro confundido. 

—En la fogata, ellos querían derrotarme, pero yo les gané —asegura con un gesto de orgullo. 

—¿Te refieres a ese trío de maléficos? —asiente con lentitud—. Créeme, ellos ganaron. 

—¡No! —se incorpora de nuevo—. Yo gané porque nunca les di el poder, nunca me mostré débil.

—¿Es por eso que le seguiste el juego? —afirma con la cabeza repetidas veces. Suspiro—. No vale la pena. 

Intenta gatear en la hamaca y se acerca a mí—. ¿Puedo recostarme en ti? —elevo una ceja, extrañado—. Estoy triste Levi. ¡Necesito que me consueles! —alzo las manos en señal de rendición.

Ella eleva las comisuras contenta. Entonces recuesta su cabeza en mis piernas. Yo no dejo de estar sorprendido. —Así está mejor, puedo ver tu cara todo lo que quiera.

Me sorprende su comentario, pero lo dejo de lado. No creo que signifique nada, solo parece algo dicho por alguien que no puede pensar de manera racional. 

—Levi —la miro—. He ganado por el simple hecho de no rendirme —pensé que dejaría el tema de lado, pero todavía sigue pensando en ello.  

Ella tiene razón hasta cierto punto, sin embargo, nunca comprenderé esa obsesión por ganar todo el tiempo. No digo que esté mal, es normal aspirar a triunfar en todo lo posible. Pero en ocasiones, no hay nada de malo en perder; eso significa que somos humanos y nos recuerda que podemos seguir intentándolo.

Verla ahí, tan relajada, me brinda cierta sensación de tranquilidad, y no entiendo cómo sucede, pero de repente mi mano derecha se desliza hacia su cabello y comienza a acariciarlo. Ella cierra los ojos, como si estuviera disfrutando el momento.

—No comprendo por qué quieres ganar siempre —le comento—, pero sabes que lo respeto, eso hacemos los amigos. 



#39066 en Novela romántica
#6349 en Chick lit
#10368 en Joven Adulto

En el texto hay: amor prohibido, amistad, identidad

Editado: 04.09.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.