Corazón Dorado

Mal comienzo

Mientras miraba el cuchitril donde se encontraba, Antonella Alcántara del Castillo pensó en su suerte. Ella, quien fuera la niña mimada de un matrimonio de médicos prestigiosos, ahora se encontraba en la selva a merced de la ayuda de una joven prostituta. 

Era para echarse a reír.

Su vida se había convertido en una tragicomedia donde las lágrimas estaban a la orden del día. Ella, una Alcántara, que había nacido en una de las mejores cunas de Ciudad Guayana, ahora debía mendigar para salvarle la vida a la única persona que le importaba. Atrás quedaban las fiestas y los lujos, ahora solo abundaban las deudas y los problemas que no dejaban de pegársele como imán en la piel.

¿Esta sería la solución a sus problemas?

¿Venir a este miserable pueblo minero perdido en el fin del mundo y pasar penurias?

Le costaba creerlo.

Igual que le había costado asumir su realidad cuando al morir su madre a sus dieciséis años la dejó sumergida en un Pandemonium. Su nueva realidad: tenía un padre que al encontrarse sin su amada esposa perdió la cabeza y se perdió en la bebida hasta convertirse un vestigio humano. Y ahí también perdió su licencia de medicina… junto con su dignidad.

De pronto Antonella se halló llorando una madre muerta y toreando a un loco desesperado. De no ser por tener a su nana María, a quien de cariño le llamaba Yayita, seguramente habría perdido el juicio. Una buena mujer que supo ayudarla con su padre alcohólico, poniéndole coto a su locura y logrando motivarla a empezar la carrera de medicina, que era su sueño. 

Antonella hizo el esfuerzo y dio lo mejor de sí, logrando excelentes calificaciones, una luz en la oscuridad y todo gracias a esa buena mujer que tanto quería. 

Todo parecía bien hasta que llegó al séptimo semestre de estudios y su destino se torció de nuevo, Yaya cayó enferma. Se hicieron todos los estudios de rigor descubriendo en el proceso que su padre las había dejado en la quiebra gastándose la fortuna en alcohol y vicios. 

El diagnóstico: Yayita tenía cáncer. La solución: hacer todo lo que estuviera en sus manos para salvarla. Estaba decidida a dejarse la piel en ello. Y eso la había llevado hasta la selva, a Casablanca.
Antonella miró a Gabriela indignada. ¿Cómo había terminado en ese lugar? La había llevado al cuchitril donde trabajaba a punta de engaños, se dio cuenta rápido apenas entró. 

No era más que un techo de palma sostenido por unos cuantos pilotes de madera y un piso de arena pisada. La palabra «miserable» le vino a la mente. Y la música atronadora que salía de los parlantes la hizo pensar en la palabra «chabacano». Las mujeres que se encontraban ahí, estaban escasamente vestidas y se meneaban de forma vulgar invitando a los hombres a pecar. Los hombres, cubiertos de tierra de pies a cabeza, llevaban una cerveza en la mano y la otra en el trasero de alguna mujer. 

—¡Cómo se te ocurre traerme aquí!—susurró.

Gabriela, Gaby para los amigos, pensó que el principal problema de Antonella era lo remilgada que era en ocasiones, a pesar de haber pasado por tantos problemas aún quedaban en ella vestigios que la delataban como una chica de clase alta. Además su aspecto no la ayudaba: era delicado como una flor, aunque en ese momento estuviera vestida con uno de sus propios vestidos. Ni aún con un vestido sugerente ella encajaba en la selva. Casablanca era un pueblo minero que resultaba ser un lugar inhóspito donde la decencia y las buenas costumbres brillaban por su ausencia y, en cambio, la decadencia hacía acto de presencia.Gabriela esbozó una sonrisa descarada y movió sus rizos dorados.

—¿Por qué el drama, citadina? Solo quería que conocieras mi lugar de trabajo y nos tomáramos una cerveza entre amigas.

Hizo un gesto al tipo de la barra que le pasó un par de cervezas.

—Parece que se te olvida porqué estoy aquí—contestó Antonella malhumorada—. No estoy de vacaciones y mucho menos de fiesta. Igual que sabes que todo eso se fue al traste desde el mismo momento que puse un pie en Casablanca.

Gaby le pasó el brazo por los hombros y acercó su cabeza a la suya con complicidad y cariño.

—Lo sé, cariño. No te traje para prostituirte si no para que te relajes un rato. Llevas un peso enorme sobre tus hombros todos los días. Ahora dime ¿Por cinco minutos que te relajes se acabará el mundo? 

Antonella tuvo que darle la razón, llevaba una década preocupándose y todo seguía fuera de control. Tomó la cerveza en un gesto de resignación, la levantó y la chocaron. 

—Como también sé que venir al pueblo donde trabaja tu amiga la prostituta no fue tu primera elección—soltó Gaby tomando del pico de la botella. 

Nella bajó la suya y contestó con seriedad:

—No, no lo fue.
—Tranquila yo tampoco querría ser tu primera opción. Debes de estar desesperada para haber venido.
 —La condición de Yaya ha empeorado. No sabía qué hacer. Tú me dijiste que aquí todo podía venderse por buen dinero y por eso pensé en traer sus tortas que son divinas.

Gabriela concedió con un asentimiento de cabeza. Era cierto, Casablanca era un pueblo minero que carecía de muchas cosas y el comercio informal era boyante. 

Antonella había llegado llorando. Solo fue llegar a Casablanca y bajarse del bus y se cayó en un pozo de fango para perder tanto las tortas como la ropa que llevaba puesta.

Antonella, puso la botella en la frente para enfriarse las ideas, la sensación de desesperación volvía a surgir dentro y, si la dejaba, se apropiaría de ella atormentándola. 

—Tengo una suerte de mierda—musitó.
—¡Ni que lo digas mujer! —Gabriela soltó una risotada salvaje—Pero, ¿cómo te ibas a imaginar que al bajarte del bus caerías en un charco de barro? Eso es de película. No sé si de trágica o cómica, pero de película es.
—Trágica. Mi vida es trágica.—No pudo evitar reírse ante lo disparatado del asunto—. Mi vida es un disparate—se tocó la mejilla y sucumbió a una risa loca—. Por Dios. Te juro que no sé cómo pude trastabillar y caer así... Qué locura. Lo que único que puedo decir es que llevo semanas sin poder dormir en condiciones. Yaya está muy mal y se descompensa por las noches.




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