Corazón Dorado

Una flor en el lodazal

Antonella se alejó de la mano del hombre que le acarició el brazo y le hizo la invitación. Iba a decir que no cuando un silbido les hizo girar la cabeza a la vez. Un hombre enano y con sombrero de pluma les hizo una seña con cara seria. Los hombres alzaron la cabeza hacia la ventana de una oficina donde se veía al Capitán.

Destilaba poder, dominio y una promesa de violencia física que intimidó a los hombres que se apartaron de Antonella inmediatamente. Ella se fijó más tarde que no volvieron a importunarla más. 
La vez que había acudido a la mina con Gabriela no había podido verla en su real magnitud. Al entrar se quedó sorprendida por su tamaño, las maquinarias y la forma organizada y a la vez caótica de la mina y los mineros al trabajar. 
—Hola chiquilla, me llamo Toribio—se presentó el hombre de baja estatura y sombrero de pluma haciendo una pequeña reverencia como si fuera de la realeza—. Eres una hermosa flor en este lodazal, la miel que endulza el café. Tal como dijo el patrón cautivado por tu belleza. 
—¿Eso dijo? —preguntó estupefacta por la confesión y lanzó una mirada al ventanal. Allí estaban esos ojos dorados fijos en ella con una intensidad que le electrificó la piel. Recordó su proposición de pagar por su cuerpo y los devolvió a Toribio rápidamente y susurró—. No parece algo que diría el Capitán.

Toribio tomó uno de los baldes con galantería y sonrió.

—Palabras más, palabras menos. El Capitán no es un hombre de palabras sin embargo el mensaje llegó, querida flor. Ven, te enseñaré la mina y voy a explicarte como harás tu trabajo aquí. Hoy te ayudaré por ser el primer día pero debes aprender a valerte por ti misma. 
—Está bien, gracias por su amabilidad. 
—Querida, yo soy el poeta de la mina no puedo evitar ser amable pero no todos son así y debes tener cuidado. 
—De acuerdo ¿Poeta? ¿Ese es su apodo? 
—Sí pequeña flor. Hasta aquí te acompaño. Bajarás por la escalera hasta el fondo de la mina, primero con un balde amarrado con esta correa. Debes tener cuidado de no caerte porque te puedes romper un brazo y el hospital queda a siete horas de aquí. ¿Entendiste? 
—Sí, sí—contestó Antonella mirando el fondo de la mina con ojos muy abiertos y sintiendo un poco de vértigo.

Antes de irse el hombre le palmeó la mejilla con un gesto fraternal.

—Lo harás bien. ¿Quieres saber qué apodo te puso el Capitán?

Curiosa, Antonella asintió entonces Toribio hizo otra reverencia que la hizo sonreír.

—Él te llama: Reinita.

Volvió a mirar el ventanal pero el hombre brusco y cruel que le había dado un trabajo meramente físico, no estaba allí. ¿Reinita? Sonrió ante el apelativo, tomó la cinta y aseguró el balde a su cuerpo. Respiró profundo antes de descender por la escalera esperando no romperse la crisma.

El fondo de la mina era un desastre de lodo húmedo y maquinaria bulliciosa. Los mineros concentrados en su labor no despegaban sus rostros de sus bateas, a Antonella le llamó la atención las largas bandas que llevaban tierra de un lado al otro, a ambos lados los mineros la examinaban exahustivamente trozos de tierra buscando tesoros. Podría pensar que era interesante si no tuviera que luchar por no hundirse a cada paso, ya no se preocupaba por sus maltrechas balerinas las llevaba hundidas en lodo hasta los tobillos y las había dado por perdidas.

—Buenos días, señores aquí su comida.

El grupo de mineros levantaron la cabeza ante su voz y se la quedaron mirando con la perplejidad del que mira un espectro. 
¿Qué hace una mujercita hermosa en su mina? se preguntaron con las miradas mientras Antonella les ponía un envase en la mano a cada uno y les pedía amablemente que les devolvieran los mismos al terminar.

Los hombres, con los rostros y cuerpos perdidos de lodo hasta las orejas sonrieron como estúpidos y se codearon el uno al otro al verla. ¿Sería una trampa del patrón para tenerlos alerta? Si es así, bienvenida sea, se preguntó uno mirando el trasero de Nella y soltando cada barbaridad que se le pasara por la cabeza. Antonella continuó repartiendo los envases con toda la dignidad que su situación le permitió. Era consciente de las miradas lascivas de los hombres y sus comentarios atrevidos pero estaba allí por una razón: Yayita. Eso se repetía constantemente mientras iba y venía con las comidas bajo el inclemente sol.

—¿Cuántos viajes me faltan? —preguntó en un jadeo dejando caer los baldes a los pies de Pancha al llegar a la cocina.

La mujer la miró con preocupación, se la veía pálida y agotada, pero así era el trabajo y el Capitán esperaba que la tratara como a todas sus trabajadoras.

—Te faltan tres viajes para tu descanso, ¿segura que puedes mantenerte en pie? 
Antonella asintió, no le quedaban fuerzas ni para hablar. Choco, viéndola tan frágil, se acercó y le dio un gran vaso de agua. 
—Gracias—dijo ella después de dar buena cuenta de él.

Maga le puso los baldes llenos con las comidas que debía llevar.

—Ve, muñequita, para que descanses los pies un rato. 
—Bah, dejen tranquila a la enclenque y póngase a trabajar que no se trata de una telenovela. No es una reina sino de una persona de carne y hueso que vino aquí a romperse el lomo igual que ustedes—masculló Pancha haciendo aspavientos—Y si no puedes, dímelo y se lo informaré al patrón.

Antonella se inclinó tomó los baldes y se irguió con ellos, su cuerpo le dolía como el infierno y la cabeza le iba a estallar pero mantuvo el porte cuando contestó:

—No es necesario. Yo puedo.

Las tres mujeres la miraron salir, todas sintiendo cierta pena porque una joven como ella estuviera en semejante situación.

—Tiene más dignidad que nosotras tres juntas—susurró Maga. 
Pancha soltó un suspiro y no le quedó mas que asentir. 
—Es verdad. Pero no podemos hacer nada por ella, es su decisión estar aquí y debe apechugar. 
—¿Y si no fuera su decisión y es el patrón quién la obliga? —preguntó Conchita mientras pelaba unas papas y las cascaras caían a sus pies. 
—No lo creo. El patrón no parecía muy contento cuando me comentó que trabajaría con nosotras... Hizo ese gesto con la boca que hace cuando se ve obligado a hacer algo que le disgusta. 
—¿Qué quieres decir? ¿Cuándo el patrón ha hecho algo que le disgusta en la vida? Si ese hombre nació mandando—preguntó Choco, divertida.




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