Corazón Dorado

Sensaciones incómodas

Masculló una maldición por lo bajo y su furia creció un poco más cuando la joven casi se atragantó y él fue por un vaso de agua dejándoselo a su lado. No solo fue el gesto amable que brotó de él sin pensar sino lo que sintió cuando Antonella levantó sus ojos y lo miró con agradecimiento. 

—Gracias.
—No te acomodes mucho, solo tienes media hora de descanso, come y sigue con tu trabajo—masculló el hombre dándole la espalda y saliendo de la oficina.

Ya fuera, se pasó la mano por el cabello ¿qué demonios le pasaba con esa mujer? Recordó cuando la vio dormida, acurrucada en un rincón de su casa; con una sonrisa y un balbuceo había logrado que él pasara de la furia a la devoción. Con instinto protector la tomó en sus brazos y la depositó en el sofá, deseando hacerlo más bien en su cama y quedarse abrazado a ella por siempre. En parte fue eso lo que lo llevó a darle un empleo, querer tenerla cerca donde pudiera verla. Quería cuidarla, ansiaba... y eso le enfurecía.
                                 ***
Antonella terminó de comer y dejó caer la cabeza en la silla cerrando los ojos, aun le quedaban quince minutos y necesitaba ese receso como nunca en la vida. Se quedaría así durante los quince minutos restantes... 

Me gusta el Capitán, pensó moviéndose inquieta. 

Llamó a sus hormonas a orden. Ese hombre era poco más que un salvaje con poder, ya se lo había demostrado y sin embargo... le gustaba.

Soltó un suspiro y se enderezó cerrando el envase plástico. Su estadía en Casablanca nada tenía que ver con sus ansias de mujer, razonó, por lo cual lo mejor sería olvidar ese descubrimiento y concentrarse en lo que la había llevado allí: la salud de Yayita. 

Decidida a imponer la razón sobre sus necesidades femeninas salió de la oficina, pero al ver al minero montado en la excavadora sin camisa y con el rayo de sol iluminando su rubia cabellera hasta los hombros solo pudo soltar un suspiro. 

—Estoy metida en un embrollo.

                            ***
Una Antonella llena de lodo dejó caer los baldes a los pies de Pancha. Había acabado su trabajo y ya era de noche. A lo largo del día perdió sus zapatos tipo ballerinas, se rompió tres uñas y le dolía hasta el último músculo de su cuerpo.

—¿Terminé? —preguntó con una débil exhalación.
—Sí, pero el Capitán manda a decir que lo espere aquí—anunció.

Antonella se miró la ropa, perdida de lodo y sudor y soltó un suspiro.

—Quería salir temprano para alcanzar a Gaby y pedirle la llave de su habitación, necesito un baño y una cama y ella puede darme ambas cosas—musitó al borde del agotamiento.
—Te entiendo pero el Capitán fue muy claro en su pedido y quiere hablar contigo. Más te vale no llevarle la contraria, no querrás conocerlo por las malas.

Antonella dejó caer los brazos y preguntó en el susurro:

—¿Por qué me dice eso? ¿Acaso es una mala persona y debo cuidarme de él?
—Bueno, diría que depende del lado que le busques. Tiene un lado bueno, como todos y otro muy malo como pocos. Los que lo contrarían han quedado malparados. Por eso es preferible ser cuidadosa. Puedes lograr más de él con tu dulzura que enfrentándolo. 

Antonella le tomó la mano y le agradeció por sus consejos. 

—¿Sabe a qué hora llegará?
—Mija, ese hombre no tiene hora de llegada, puede ser ahora como entrada la noche.
—Me gustaría asearme, estoy hecha un asco. Pero solo tengo tres mudas de ropa y si voy a terminar así al final de cada jornada pronto no tendré que ponerme para trabajar.
—Mmm, tienes razón estas hecha un asco, pareciera que en vez de repartir comidas te dedicaste a rodar por la mina—soltó Pancha con una risa sarcástica—Será mejor que te bañes, te ayudará a sentirte mejor. Por otro lado creo que tengo una bata que me sobra en casa, pero la traeré mañana... por hoy veré que tiene el patrón que pueda prestarte para pasar la noche.
—Mejor me pongo algo mío—dijo Nella con los ojos muy abiertos—No quiero darle molestias.
—Bah, no sea boba, el Capitán no se enojaría por esa tontería, muchacha. Anda y métete a bañar para darte de comer, debes estar hambrienta.
—Más hambrienta de lo que he estado en la vida—admitió.

Pancha le dijo que la ropa de la colada se lavaba en dos días y podía meter su ropa con la del Capitán. Antonella le agradeció el gesto. Luego le dio una camisa caqui del Capitán que le llegó casi hasta las rodillas. Antonella decidió que luego se pondría un pantalón para estar más presentable para hablar con él, por los momentos solo estaban en la casa Pancha y ella y se estaba muy cómoda con la holgada camisa que fungía como bata, así que decidió comer primero. 

                            ***
El Capitán llegó a la medianoche con sus botas sucias y su camisa arremangada. Encontró a Pancha en la puerta que iba de salida, ya había terminado sus quehaceres.

—¿Cómo estuvo la cosa por aquí? —preguntó el hombre al saludarla.
—Todo bien, Capitán. 
—Y ¿la mujercita?
—La pobre se ha quedado dormida en el sofá esperándolo. Allí le eché una manta encima para que no se enfriara. 

La sonrisa del Capitán se amplió y un brillo se vislumbró en sus ojos que no pasó desapercibido a la mujer.

—No es propio de usted traer jovencitas a su casa. Eso me lleva a preguntarme ¿qué hace aquí semejante criatura cuando es obvio que es una muchachita educada? No irá a aprovecharse de ella porque si es así no lo apoyaré.

—Me conoces desde siempre ¿cuándo has escuchado eso de mí? Cuando follo  es porque quieren conmigo, ¡no soy un maldito sexópata!

—Cálmese, no he dicho eso.

—Sabes mi historia ¿y te atreves a insinuarlo? —escupió furioso—Ha sido ella quien ha venido a mí. Me gusta, no lo negaré, pero le dije que se fuera. Está claro que es una niña mimada que ha caído en desgracia y que este no es su sitio. Si insiste en quedarse ¿qué culpa tengo yo? De todas forma no creo que resista el trote, hoy perdí la cuenta de cuántas veces se cayó en el lodo, es débil. Creo que lo único que la mantiene en pie es la voluntad.




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