Corazón Dorado

Yayita

Antonella colocó su rúbrica en el documento que le facilitó el personal médico del Hospital Santa Mónica comenzando así todo lo referente al tratamiento de Yayita y, aunque sus conocimientos médicos le decían que el camino de recuperación podía ser largo y espinoso, su corazón ansiaba una cura milagrosa. 
Entregó el papeleo a la administradora y guardó la copia sellada en su bolso.
—¿Es todo, Carmina? ¿Hay algo más que deba firmar? —preguntó.
La administradora, de cabello rojo y corto, le sonrió
—Nada más, Nella, se te ve agotada. ¿Por qué no te invito a almorzar ya que estoy en mi descanso? 
—Gracias, pero me voy a reunir con el doctor Salcedo y no deseo hacerlo esperar—contestó caminando hacia el elevador a modo de despedida.
Carmina le había echado esa mirada que la descolocaba cada vez que ponía un pie en el Santa Mónica, el hospital donde había trabajado su padre antes de dejarse devorar por el monstruo del alcholismo. Si hubiera estado en las manos de Antonella no hubiera puesto un pie allí, pero el doctor Salcedo prefería atender a Yaya en el Hospital, alegaba que disponía de tecnología de punta y sería lo mejor para su nana. Eso la hacía tragarse su orgullo y aceptar las miradas de lástima añejada con rumores de pasillo que le dirigían el personal, desde que el amor de su padre por la bebida superó el que sentía por la medicina solo la miraban con lástima, olvidándose de la gran labor de sus padres antes de que la desgracia azotara a su familia.
—¿En otra ocasión? —insistió la mujer.
Antonella hizo un esfuerzo para ofrecerle una sonrisa cortés, después de todo, la pobre mujer no tenía culpa del caos de vida que llevaba. 
—Claro.
Marcó el piso del consultorio mientras la pared metálica le devolvió un reflejo de su realidad: cola de caballo con algunos mechones sueltos y un rostro agotado acompañado de ojeras.
—¡Alcántara!
El abrazo del doctor la cobijó al entrar al consultorio y le siguió un pellizco en la mejilla. Le tenía cariño, era un Santa de pelo canoso y barriga ancha que siempre velaba por ella.
—¿Cómo está mi alumna favorita? —preguntó.
—No tan bien desde que no veo a mi profesor favorito. Y no puedo escuchar sus maravillosas críticas constructivas.
—No ha sido fácil—dijo apretándole la barbilla y detallando su rostro, en especial su gesto cansado—. Dejar la facultad y tener que hacerte cargo de tu casa... de... en fin... La vida puede ponerse difícil a las personas que están destinadas a algo especial. Lo importante es seguir, sacudirse el polvo y seguir adelante. 
—Debo de estar destinada a algo muy especial—dijo con un suspiro.
 Él asintió, respetuoso. No llevaba caso continuar por ese camino cuando aquellos ojos azules amenazaban con llover. Rodeó su escritorio y le señaló la silla. 
—Siéntate para explicarte el plan que tengo para María.
El plan consistía en una serie de quimios y radiaciones. Además de la administración de de medicamentos para potenciar su recuperación. Antonella se tensó cuando el doctor comenzó a enumerarlos. Sospechaba que el costo de los mismo le sacaría canas, sin embargo, no se quejó; Sebastián Salcedo no le cobraría sus honorarios y no podía pedirle nada más. Ni hacerle ver que su situación era peor de lo que él se imaginaba. Mantuvo el gesto impasible mientras una montaña de preocupación se cernía sobre sus hombros hasta que el amable doctor le puso una caja entre las manos y abriéndola se encontró con los medicamentos que requería Yayita para iniciar el tratamiento. En ese momento Nella sintió que se quebraba y no pudo contener las lágrimas que brotaron de sus ojos.
—Gracias—logró decir.
El doctor le tendió un pañuelo de papel de la caja que tenía a mano.
—María es fuerte y tú lo eres más—dijo con cariño y le apretó la mano—. Podrás con esto, Alcantara. Volverás a los estudios y obtendrás tu título de doctora, nuestro país necesita profesionales como tú. 
Antonella se secó las lágrimas mostrando una sonrisa resignada, el brillo en los ojos del doctor era esperanzador pero Nella sabía, que tal y como se sucedían sus días, el próximo semestre estaba a años luz. El doctor Salcedo había sido su profesor en la universidad, poseía un corazón enorme y una debilidad por aquella jovencita tan desgraciada desde sus inicios en la facultad de Medicina. Se había preocupado por ella al notar sus ojeras, sus inasistencias y por las veces que la encontró con lágrimas en los ojos.
 Antonella le había contado la situación con su nana y aunque el doctor Salcedo había escuchado rumores sobre la mala vida que le daba su padre con sus borracheras, nunca mencionó nada al respecto. Sin embargo conmovido porque una joven tan dedicada a los estudios se encontrara inmersa en tal situación, se prestó a economizarle muchos gastos médicos, prescindiendo de sus honorarios al tratar a María e incluso, consiguiéndole alguna medicina costosa. 
—Ya habrá tiempo para eso—dijo Nella con tristeza evidente.
—Claro, muchacha, ¡Estás en la flor de la vida! —en un intento por animarla se levantó y tomó su agenda y sus lentes de lectura con un movimiento ágil que contradecía su robustez —A ver a ver, me parece que la semana que viene podemos iniciar la quimio, dile a María que se prepare para este baile digamos el miércoles...
                                             ***
Después de la reunión con el doctor Salcedo Antonella se dirigió hasta el comedor del hospital, allí la esperaba Yayita quién había sido atendida por Salcedo más temprano. Maria estaba sentada en una de las mesas blancas terminándose una ensalada de frutas la acompañaba Leticia, una enfermera que la cuidaba en ocasiones y que le tenía un cariño especial a María. Leticia contrastaba con María, su figura robusta y rozagante, empequeñecía aún más a una delgada y ojerosa Yayita. Verla devastaba a Antonella y la hacía sentir su fragilidad. Recordaba con nostalgia la redondez de su rostro y su gran determinación. Ahora la muerte acariciaba la mejilla con su aliento, susurrando que se la arrebataría como lo hizo con su madre. Nella apretó los puños con determinación: no lo permitiría, sin embargo al acercarse, lució una maravillosa sonrisa.
—Yaya el doctor Salcedo se ha vuelto loco por ti. Quiere una cita contigo el miércoles. Pienso que hay que comprarte un vestido con vuelo para que lo seduzcas. Tienes bonitas piernas y hay que sacarles partido.
—Bah, lo que pudo fue confundirme con un esqueleto. Esa sí te la creo.
—Es la moda—insistió Nella sin perder la sonrisa—. Ahora lo que enamora es la delgadez.
Con un gesto cómplice Leti acercó la cabeza y murmuró:
—El doctor Salcedo es un soltero empedernido, ninguna de las enfermeras hemos podido echarle el guante... aunque muchas lo han intentado—la rubia le dio un codazo juguetón a Yaya—. Tal vez sea tu oportunidad María. 
—Lo que te decía—secundó Nella con una risita.
—No puedo ponerme en pie sin ayuda y pretenden que me lance a la conquista de un galeno ¿qué tornillos se les zafó a ustedes dos?
Leticia y Atonella rompieron en carcajadas y a Yaya no le quedó más remedio que seguirles el juego. Disfrutaba ver reír a Nella y le daba una punzada en el corazón saber que parte de la preocupación que la atormentaba tenía su nombre. Por ello daba lo máximo para sentirse fuerte y no preocupar a su niña sin embargo le costaba andar y el dolor y la debilidad la sometían por momentos, sentía una fragilidad más parecida a la del cristal que está bajo presión. A veces deseaba morir al saber que se convertía en un problema para su niña, otras deseaba vivir para cuidarla como antes de que el cáncer se alojara en su cuerpo. Lo veía tan lejano. Lo cierto es que Nella no tenía a nadie más y eso le producía un gran desasosiego. Si tan solo hubiese alguien que cuidara de su niña cuando le tocara partir se iría en paz, ya que la vida era un regalo precioso que tenía fecha de caducidad y ella estaba dispuesta a aceptarlo en algún momento.
Cada vez le cuesta más andar, pesó Antonella al ayudarla incorporarse.
Mentalmente calculó el coste de una andadera. De la misma manera hizo cálculos mientras conducía a casa, sabiendo que pronto se despediría de su lindo Volvo para pagar los altos gastos de la villa familiar. Acarició el coqueto volante con nostalgia, su madre se lo regaló para su graduación e iba acompañado de incontables recuerdos. Recuerdos preciosos que guardaría en su corazón.
Yayita estaba a su lado y se recuperaría y esa era lo que importaba. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera por ella.
Al llegar a casa la llevó a la cama, le puso el pijama y la arropó con el mismo cariño con el que tantas veces lo hizo ella en su niñez. Le dio un beso en la coronilla sintiendo su corazón romperse. 




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